Tras conocerse la noticia, se difundió la duda: ¿fue un “asesino solitario” o el presidente Porfirio Díaz estuvo detrás del atentado? Y es que el general Corona era un reconocido político y militar al que muchos veían como presidenciable, en un momento en el que Díaz aún no había conseguido que se aprobara la reelección indefinida. La idea de que el presidente estaba vinculado al asesinato de Corona se esparció durante años y, como suele ocurrir con los magnicidios y las pugnas por el poder, la sospecha se mantiene hasta nuestros días
Es una tranquila tarde de domingo en Guadalajara. El general Ramón Corona, elegante y discreto, sale del Palacio de Gobierno, tomado del brazo por su bella esposa Mary Ann McEntee. Se dirigen a una función en el Teatro Principal, a unas cuantas cuadras. El reloj marca más de las cuatro y el sol ilumina las calles mientras sigue los pasos parsimoniosos de la pareja. De pronto, el filo de un puñal rompe el viento y se abalanza por la espalda sobre el gobernador de Jalisco: se clava en el cuello, sale y entra de nuevo por el hombro. La víctima tiene oportunidad de darse la vuelta para enfrentar a su agresor: está frente a frente, pero las heridas no le permiten ya defenderse. Mary Ann, alta y fornida, trata de intervenir, le da un aventón al agresor y cubre a su esposo con su cuerpo, pero también resulta lesionada. Por tercera ocasión, el puñal envuelto en sangre penetra con furia el cuerpo de Corona, esta vez en el vientre. El general no trae más arma que un bastón con un pequeño verduguillo, el cual trata de sacar sin lograrlo: “¡Pobre hombre, te perdono!”, habría alcanzado a musitar. El atacante huye, pero no consigue ir muy lejos.
A unos pasos es hallado muerto, en medio de la calle y atravesado varias veces por el mismo puñal. Pronto descubren que es el joven Primitivo Ron.
Mary Ann, loca de dolor, pide socorro a gritos, mientras la multitud rodea a la víctima. Las hermanas Domitila y Concepción Chacón, frente a cuya puerta acaba de cometerse el crimen, se precipitan para ayudar al herido con agua y alcohol. Corona trata de calmar a su esposa: “No es nada, no te asustes, no tengas cuidado”. Pero la sangre derramada ya forma un charco y sigue escapando a raudales por el cuello. Como puede, dejando un siniestro rastro rojo a sus espaldas y aún a pie, el general logra llegar a las puertas de la Inspección de Policía, situada en el Palacio de Gobierno. Allí lo auxilian y lo cargan hasta su habitación, a la espera de los médicos.
Ricardo Cruz García. Egresado de la maestría en Historia por la UNAM, es profesor de la FES Acatlán de la misma institución. Se ha especializado en el estudio de la prensa mexicana y dedicado a la divulgación de la historia. Editor y colaborador en diversas publicaciones impresas y electrónicas, es autor de Nueva Era y la prensa en el maderismo (UNAM-IIH, 2013).
Cruz García, Ricardo, “¿Quién mató a Ramón Corona?”, Relatos e Historias en México, núm. 141, pp. 40-58
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