Orígenes de una gran devoción y de un famoso barrio
Las colonias Narvarte (Oriente y Poniente) y Piedad Narvarte se encuentran al sur de la Ciudad de México; sus icónicos edificios del siglo XX, sus casas habitación, sus locales comerciales de distinto tipo y tamaño –desde los más pequeños hasta la monumental plaza Parque Delta– no nos permitirían sospechar que, en el periodo colonial, algunas de sus calles formaron parte de un pueblo que alojó a una importante devoción para la ciudad y sus localidades aledañas: el santuario de Nuestra Señora de la Piedad.
Las narraciones hagiográficas relatan que, para librarse de un matrimonio no elegido, Eufrosina se vistió de hombre y así profesó en un monasterio masculino bajo el nombre de Esmeraldo. Casi al final de su vida, confesó el secreto y, tras su muerte, los monjes veneraron sus reliquias, que comenzaron a realizar milagros.
La anécdota aconteció en este contexto de transición presidencial. Resulta que, en cierta ocasión, Barros Sierra y Díaz Ordaz coincidieron en la puerta de entrada de un acto público, ambos en calidad de secretarios de Estado. Ordaz envidiaba y temía a Barros Sierra, en parte, debido a su prosapia intelectual (Javier era nieto de Justo Sierra y tenía a cuestas una sólida carrera profesional, política y universitaria). Entonces, Díaz Ordaz se detuvo, le cedió el paso a Barros Sierra y, en tono burlón de risita dentada, le dijo: “Primero los sabios”. Barros Sierra, mordaz y cáustico como era, le contestó: “No, pase usted, primero los resabios”.
En 1909 la crisis política en México aún no era tan visible, a pesar de que empezaron a moverse diversos candidatos para las elecciones del año siguiente.
Después de la revolución maderista y la caída del régimen de Díaz, Sierra regresó a su clase de historia en la Escuela Nacional Preparatoria. Más tarde, en reconocimiento a su trayectoria, el presidente Madero lo nombró ministro plenipotenciario de México en España.
Sierra fue nombrado secretario de Instrucción Pública y Bellas Artes en 1905. El presidente Díaz lo dejó hacer su trabajo y lo apoyó a pesar de los conflictos que para entonces había en el seno del gobierno y entre el grupo de los “científicos”.
Sierra fue nombrado secretario de Instrucción Pública y Bellas Artes en 1905. El presidente Díaz lo dejó hacer su trabajo y lo apoyó a pesar de los conflictos que para entonces había en el seno del gobierno y entre el grupo de los “científicos”.
Desde 1881, Justo fue quien más abogó por la creación de una universidad nacional, plan que consumó hasta 1910. El actual Museo de la Autonomía Universitaria, en el Centro Histórico de la Ciudad de México, fue la primera sede de esa institución.
Sierra se convenció de la legitimidad del gobierno de Díaz porque vio en él la posibilidad de pacificar y hacer avanzar al país. Incluso respaldó la idea de una “dictadura ilustrada”, siempre y cuando se creara un partido institucional y un programa que ciñera la conducta del gobierno, algo que finalmente no ocurrió.
Después de décadas de inestabilidad política, Sierra encabezó el proyecto educativo más importante del siglo XIX, con el respaldo del gobierno de Porfirio Díaz. El llamado “Maestro de América” elaboró un ambicioso plan nacional que abarcó desde los jardines de niños hasta el nivel universitario. Un programa que sería considerado “el gran cuadro de la construcción espiritual de México”.
La crisis electoral, el derrocamiento del gobierno y el fusilamiento de Guerrero evidenciaron la debilidad de las instituciones del naciente México, así como la predominancia del uso de la vía armada para alcanzar el poder o mantenerse en él.