El Benemérito de las Américas llegó del Caribe

Ricardo Lugo Viñas. Historiador

En agradecimiento a la importancia dada a la figura de Benito Juárez, el gobierno mexicano obsequió a República Dominicana una réplica de la estatua de Juárez erigida en el cerro del Fortín, Oaxaca, en 1906, por el centenario de su nacimiento.

 

Al sur de Ciudad de México, en el barrio Pedregal de Santo Domingo, colindante con el campus Ciudad Universitaria de la UNAM, se extiende una amplia avenida que desde 1987 lleva el nombre de Antonio Delfín Madrigal. La Comisión de Nomenclaturas del entonces Departamento del Distrito Federal decidió bautizar esta arteria vial –que antes se llamó Las Dalias– en homenaje al que fuera el autor intelectual del celebérrimo epíteto con que se reconoce internacionalmente al presidente mexicano Benito Juárez García: el Benemérito de las Américas.

Delfín Madrigal fue un político y militar dominicano que, en mayo de 1867, en su calidad de diputado, presentó ante el Congreso de su país la moción para que el presidente liberal mexicano recibiera, a nombre de la junta de representantes, el galardón de forma honoraria como “Benemérito de la América”. Aunque México y República Dominicana no mantenían relaciones diplomáticas, Madrigal se había enterado del inminente triunfo que el gobierno juarista estaba obteniendo ante las fuerzas invasoras del emperador Maximiliano, que sería fusilado un mes después ante el asombro de la comunidad internacional. La nación caribeña se había independizado de Haití en 1844, y en 1861 había negociado su anexión a España. Luego de ello habían logrado, gracias al movimiento nacionalista y “Restaurador” dirigido por Gregorio Luperón, expulsar a las últimas fuerzas españolas en 1865.

De modo que compartían con nuestro país procesos políticos e históricos similares, y tenían como referente a Juárez, con su férrea y contundente defensa de la soberanía nacional ante las intervenciones extranjeras. México era un modelo a seguir. Y así quedó plasmado en la minuta de aquella sesión del Congreso dominicano en la que se justificaban las razones del galardón para el héroe de Guelatao y su labor como “ejemplo a las demás repúblicas hermanas que quisiesen mostrar su simpatía por la causa de la libertad de México, a la que no dudaba debía seguirse la de toda la América de uno a otro extremo. […] el Presidente Juárez se hace acreedor a los vítores de toda la América, pues destruyendo para siempre la preponderancia de Europa en este hemisferio, mataba esperanzas en lo sucesivo”.

Dos años antes, en mayo de 1865, el Congreso de Colombia había distinguido la labor de Juárez “en vista de la abnegación y de la incontrastable perseverancia que el Sr. Benito Juárez ha desplegado en la defensa de la independencia y libertad de su Patria, declara que dicho ciudadano ha merecido bien de la América, y como homenaje a tales virtudes y ejemplo a la juventud colombiana dispone que el retrato de este eminente hombre de Estado sea conservado en la biblioteca nacional con la siguiente inscripción: Benito Juárez, ciudadano mexicano”, según dicta el decreto firmado por Victoriano de Diego Paredes, presidente del Senado de Plenipotenciarios del Congreso de Colombia y por el presidente de la Cámara de Representantes, Santiago Pérez. El presidente colombiano, Manuel Murillo, le hizo llegar la distinción a Juárez, y este –que se encontraba refugiado en Paso del Norte, hoy Ciudad Juárez, a causa de la guerra civil– le contestó agradecido mediante una misiva firmada el 9 de septiembre de 1865.

En la misma tesitura del sentir latinoamericano, en 1867 la Honorable Legislatura de la República Argentina nombró a una pequeña ciudad con el nombre de Benito Juárez, como un reconocimiento al abogado y político de origen zapoteco que defendió la libertad y la independencia de México.

En casi toda América Latina al presidente Juárez se le vio como el padre del liberalismo durante el siglo XIX y como una suerte de protector de América ante el latente asedio intervencionista europeo y estadounidense.

Por otra parte, algunas voces en el mundo se proclamaron a favor de la causa mexicana, como la del filósofo Karl Marx, quien escribió, en el New York Tribune del 23 de noviembre de 1861: “La proyectada intervención de México por parte de Inglaterra, Francia y España, en mi opinión, es una de las empresas más monstruosas que jamás se haya registrado en los anales de la historia internacional”.

 

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