Un fraile ladrón y escapista en la Nueva España del siglo XVII

Jessica Ramírez Méndez

Se estipuló que la sentencia y los delitos cometidos por el carmelita descalzo serían leídos en todos los conventos y escuchados por los religiosos sin excepción. Una sentencia tal nos hace preguntarnos inevitablemente por este caso.

 

El 18 de enero de 1678 se dictó el veredicto definitivo en torno a la causa de fray Bartolomé de Santiago. En una sesión extraordinaria, las autoridades de la provincia del Carmen Descalzo lo sentenciaron a expulsión, retiro de las órdenes sagradas y del hábito de la orden, así como su posible excomunión. Igualmente, se dictó que se mantendría al reo encarcelado en el colegio de Santa Ana, ubicado en San Ángel, realizando disciplinas –mortificaciones físicas y alimenticias del cuerpo–, mientras era entregado a la autoridad civil. Esta pondría al delincuente en cárceles seguras en tanto que lo alistaban para hacer trabajos forzados, sirviendo sin sueldo en galeras y siendo desterrado perpetuamente en Filipinas. Estas labores en el exilio serían sus verdaderas prisiones.

En esa misma reunión se estipuló que la sentencia y los delitos cometidos por el carmelita descalzo serían leídos en todos los conventos y escuchados por los religiosos sin excepción. Una sentencia tal nos hace preguntarnos inevitablemente por este caso.

Fugas, escándalos y robos

Bartolomé Arrigorieta Moncalve era un sevillano que tomó el hábito de la orden del Carmen Descalzo en Puebla de los Ángeles en 1663. Parece que los votos, la contemplación, el silencio y, en conjunto, la cotidianidad de la vida conventual de esa corporación especialmente estricta, le resultaron imposibles de seguir… O tal vez era solo un hombre sin vocación religiosa que encontró en el claustro techo y comida seguros.

Todo comenzó unos cinco años antes de aquella sentencia con fugas nocturnas del colegio, ya fuera escalando las paredes o abriendo cerrojos, para lo que parece tenía gran habilidad. Fray Bartolomé de Santiago salía vestido de seglar aparentemente para tener “tratos” con una mujer, a la vez que generaba escándalo entre seglares por su comportamiento profano y sus faltas al voto de pobreza.

Al descubrir tales acciones, en 1674 las autoridades lo pusieron en la cárcel conventual de Puebla. Pero la reclusión fue breve. Aunque no sabemos cómo, fray Bartolomé logró que un seglar lo ayudara a escapar, abrir tres cerrojos y descender por las paredes del convento angelopolitano hacia la calle.

El éxito de la hazaña lo motivó a llevar a cabo un asalto al convento de los carmelitas de Atlixco en compañía de dos seglares. A la media noche trepó sus paredes, desaherrojó siete puertas ayudado de una ganzúa, hurtó dinero y hasta objetos sagrados, como la lámpara de plata de Nuestra Señora de Guadalupe. Ante el ruido, vecinos y justicias comenzaron a perseguir a los ladrones, logrando aprehenderlos en Cholula.

Fray Bartolomé quedó preso en Puebla, donde debía pasar dos años encarcelado, además de tres de reclusión; el veredicto comprendió también mortificaciones extraordinarias pidiendo perdón al resto de los religiosos, así como privación de voz activa y pasiva un par de años a partir de que saliera de la cárcel.

Un gran escape

Casi a dos años de estar cumpliendo su sentencia, fray Bartolomé pidió a sus superiores le aminoraran las penas de la comida y de prisión. Ante la negativa a su solicitud, el carmelita decidió escapar nuevamente y realizar otra de sus hazañas eligiendo para ello el espacio más apartado y sagrado de la provincia carmelitana.

Desafiante, fray Bartolomé asaltó el Santo Desierto –hoy conocido como de los Leones– provisto de sierra, tenazas, barrenas, velas y hasta carbón para quemar las puertas. Lo detuvieron y llevaron preso a Ciudad de México. Fue encerrado en el colegio de Santa Ana, pero aun ahí quebrantó la cárcel, logró quitarse los grilletes, robar objetos y mucho dinero. Con ayuda de una escalerilla, subió las paredes conventuales, escapó y se dirigió a Ciudad de México vestido de seglar.

Una vez identificado, mientras se paseaba por la ciudad, enviaron a dos religiosos y autoridades civiles para detenerlo y, aunque se resistió y apuñaló en el brazo a uno de sus captores, fue prendido una vez más en medio del escándalo.

 

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Las desafiantes hazañas de un fraile ladrón y escapista en la Nueva España del siglo XVII