Recuerdos del Zócalo: “La entrada de los ejércitos de Villa y Zapata a la capital mexicana en diciembre de 1914”

Isabel Tovar de Teresa y Magdalena Mas

 

Entre julio de 1914 y julio de 1915, Ciudad de México sería ocupada en varias ocasiones por facciones revolucionarias. Las entradas y salidas de ejércitos, con sus consecuentes saqueos y hambrunas, sembraron el caos. Convencionistas y carrancistas sabían que tomarla era uno de los factores fundamentales para ganar el país, por eso la convirtieron en escenario de su disputa

 

 

En 1913, el asesinato del presidente Francisco I. Madero y del vicepresidente José María Pino Suárez volvió a sumir al país en la guerra y el caos. Muchos de los hombres que habían combatido por la revolución volvieron a levantarse. Uno de los más reconocidos maderistas, Abraham González, gobernador de Chihuahua, fue detenido y mandado llevar a Ciudad de México, adonde nunca llegó, pues fue asesinado en el camino. La legislatura de Coahuila votó en contra de reconocer al gobierno del general Victoriano Huerta; el mandatario del estado, Venustiano Carranza, lo desconoció. Se tomaron medidas semejantes en Sonora.

 

¿Quién sería el funcionario legítimo que asumiera el mando de esta rebelión contra Huerta? Sería Carranza, a quien reconocieron los descontentos. Don Venustiano promulgó así en marzo de aquel año el Plan de Guadalupe. Mientras tanto en el sur del país, Emiliano Zapata también continuaba su rebelión, ya no solo por la tierra, sino en contra de quienes habían usurpado el poder legítimo.

 

De la lucha entre revolucionarios y huertistas saldrían algunos de los caudillos militares más importantes del periodo subsecuente, como Álvaro Obregón. Estos demostraron que el ejército federal no era invencible y empezaron a organizarse cada vez mejor. Los ejércitos rebeldes se organizaron en tres columnas: la de Occidente comandada por Obregón; la de Francisco Villa en Chihuahua y el centro, y la de Pablo González en Nuevo León y Tamaulipas.

 

En mayo el Senado promulgó una ley electoral que fijaba las próximas elecciones para el 26 de octubre. A la par, las fuerzas constitucionalistas continuaban ganando terreno y se ahondaban las diferencias entre Huerta y Félix Díaz, a quien el presidente en funciones envió nada menos que a Japón. Las elecciones de octubre no funcionaron y Huerta continuó en el poder.

 

En el nuevo escenario pesaron también las condiciones internacionales: en Estados Unidos, el presidente Woodrow Wilson, sucesor de William H. Taft, no otorgó sus simpatías al régimen huertista ni lo reconoció. Más tarde, al permitir el libre tránsito de armas y municiones por la frontera con México, favoreció sin duda el fortalecimiento de los rebeldes en el norte. Por último, un incidente de las fuerzas armadas nacionales con unos marines en Tampico, así como la pretensión de impedir que Huerta recibiera armamento por parte de Alemania, provocó que las tropas norteamericanas desembarcaran en Veracruz en abril de 1914.

 

Villa cosechaba éxitos en Torreón y Zacatecas. Huerta, militarmente vencido, tuvo que aceptar la conferencia propuesta por diplomáticos de repúblicas sudamericanas, llamada de Niagara Falls, a efecto de pactar la salida de las tropas yanquis. Pero dichos acuerdos también podían estorbar el triunfo de Carranza mediante la creación de un gobierno provisional. Por su parte, el Primer Jefe se negó a ser representado en esos fallidos acuerdos, lo cual, unido a las nuevas victorias de Obregón en el occidente del país, puso por fin a Huerta ante la necesidad de huir del país.

 

Por supuesto, los constitucionalistas se negaron a reconocer a quien Huerta había dejado como sucesor, el licenciado Francisco Carbajal. De manera que Venustiano Carranza entró triunfante a la capital en julio de 1914, como Primer Jefe del Ejército Constitucionalista pero también como presidente provisional en funciones.

 

División de los revolucionarios

 

Su carácter de presidente provisional le habría impedido contender en las siguientes elecciones, pero Carranza, en lo que llamó “periodo preconstitucional”, siguió gobernando sin el auxilio de las Cámaras, por medio de decretos. Villa, que contaba con tropas propias, no reconoció su autoridad. Tampoco el zapatismo en el sur, de manera que el Primer Jefe se había desligado de estos poderosos y populares ejércitos revolucionarios.

 

Carranza pensó en convocar a todos los jefes revolucionarios en Ciudad de México, lo que desembocó en la llamada Soberana Convención Revolucionaria, la cual inició sus sesiones en la Cámara de Diputados de la capital el 1 de octubre. Algunos de los principales caudillos, que no se sentían seguros ni confiaban en Carranza, decidieron trasladarse a la ciudad de Aguascalientes y reanudaron allí sus sesiones el día 10 del mismo mes. Para el 30 ya habían decidido desconocer a Carranza y, apenas un día después, nombraron presidente provisional a Eulalio Gutiérrez. Ante el rumbo que tomaron los acontecimientos, don Venustiano decidió trasladar su gobierno al puerto de Veracruz, dejando libre la entrada a la capital para los convencionistas.

 

Encuentro en Xochimilco

 

El nuevo presidente Eulalio Gutiérrez fue escoltado hasta la capital del país por Francisco Villa; también acudiría a esta histórica cita Emiliano Zapata. El 3 de diciembre de 1914, el Centauro del Norte acompañó a Gutiérrez a Palacio Nacional, “pero lo dejó en el elevador; no quería entrar a Palacio antes de haber conversado con Zapata”, narra Paco Ignacio Taibo II en el libro Pancho Villa, una biografía narrativa.

 

El primer encuentro de ambos líderes fue al día siguiente en Xochimilco. Allí acordaron continuar combatiendo a Carranza e intercambiaron impresiones sobre la ciudad que desde allí se podía ver y a la que entrarían oficialmente dos días después. Seguramente formaban un extraño dúo: Villa era alto, pesaba cerca de noventa kilos, vestía pantalones y botas de montar; a su lado, Zapata se dice que apenas pesaría setenta kilos, mucho más bajo, con chaquetilla negra y un largo paliacate azul. Representaban sin duda dos idiosincrasias muy distintas, aunque unidas ahora en torno a la Convención y en contra del sector revolucionario carrancista.

 

Multitudinario desfile

 

El 6 de diciembre, zapatistas y villistas protagonizaron un memorable y larguísimo desfile: durante horas, alrededor de 58 000 hombres atravesaron la ciudad rumbo al Zócalo. La reacción de los capitalinos seguramente se dividió entre el temor, el júbilo y la curiosidad. Cierta prensa advirtió sobre las “hordas” campesinas y revolucionarias, por lo que ambos jefes ordenaron a sus tropas mantener el más estricto orden y respeto a vidas y propiedades.

 

Los trenes de la División del Norte llegaron a la estación de Tacuba; en tanto, el Ejército del Sur se desplazó, a caballo, desde Tlalpan, San Ángel y Mixcoac.

 

Se reunieron en el Paseo de la Reforma y entraron al Zócalo por la calle de Plateros (pocos días después bautizada por Pancho Villa como Madero). Entre las crónicas de los días siguientes, un periódico describió: “Los zapatistas […] visten calzón y camisa de manta blancos, bajo sus anchos sombreros guardan pan y otras cosas ligeras. Sus cananas les cruzan en el pecho en forma de cruz. Los dorados de Villa en cambio portan uniformes color caqui y sombreros de fieltro […]. Villa llegó engalanado en un uniforme militar azul oscuro y Zapata vestía de charro, una chaqueta de color beige con un águila bordada en hilo de oro en la espalda, su pantalón negro, con detalles de plata relumbraba al sol”. Ambos lucían sus hermosos caballos y recibían vítores de la multitud, al igual que Eufemio Zapata, Otilio Montaño, Rodolfo Fierro y el mismo Felipe Ángeles, que impasible marchaba, quizá pensando en los días aciagos de la Decena Trágica en 1913.

 

Cuando la infantería zapatista desfiló, llamaron mucho la atención dos portaestandartes y empezaron a sonar gritos de júbilo que acompañaron a la Virgen India, de Guadalupe, Tonantzin en sus raíces, virgen del pueblo que ya había acompañado las campañas y huestes de Miguel Hidalgo, y de nuevo parecía acompañar a un ejército popular y rebelde. Detrás de los zapatistas venía la División del Norte, comandada en esta ocasión por Ángeles. El desfile, acompañado por la música triunfal de bandas militares, culminó a las seis de la tarde, pero la vanguardia había llegado a Palacio Nacional poco después del mediodía.