Rumor y chisme se confundieron con las noticias. El imaginario colectivo de Nicolás Romero reavivó a uno de los íconos más trascendentes del siglo XX mexicano: Pedro Infante.
El camino a la colonia Independencia, en la cabecera del municipio de Nicolás Romero, Estado de México, fue bautizado como el Camino de los Milagros. Paso a paso se pobló de sueños melodiosos y adivinanzas de rostro. Entre piedras y polvo, voces y calor, discurrió un torrente de murmullo elevado a un cielo que contempló la aparición. Nunca antes, tantos vecinos, tantos extraños, exploraron ese sendero. Vieron llegar multitudes y partir otras.
Un correo parlante insistió en las buenas nuevas. Rumor y chisme se confundieron con las noticias. El imaginario colectivo de Nicolás Romero reavivó a uno de los íconos más trascendentes del siglo XX mexicano: Pedro Infante. Otra vez el ídolo de Nosotros los pobres (Ismael Rodríguez, 1948) pareció ir paso a paso. Caminó por la calle que baja a un costado de la antigua presidencia municipal, convertida ahora en sede de la delegación local de la Cruz Roja. Detrás le siguieron cientos y cientos de creyentes.
Los camiones de las líneas de autobuses de Monte Alto y Rápidos de Monte Alto, del Noroeste y del Valle de México, mejor conocidos como los Agachados, los Caballos, los Lecheros y los Pericos, que todos los días parecieron correr impasibles, circularon sorprendidos por la noticia. Pronto acopiaron una multitud de visitantes. En su ventana que siempre había anunciado como destino San Pedro-Progreso o San Pedro-Cahuacán, se improvisó un nuevo itinerario: San Pedro-Infante, ruta de un fenómeno que consternó a la población de San Pedro, como todavía es conocida la cabecera municipal de Nicolás Romero, y sus alrededores.
La confidencia íntima poco a poco dejó de serlo. El huésped que el taquero del rumbo Juan Beltrán recibió días antes, asombró de la noche a la mañana. En principio todo era misterio, una aparición reservada a los íntimos, pero era solo preámbulo de caos. En el primer día, advirtieron los vecinos más próximos que alguien llevaba a la casa de Juan una imagen del actor en la película El seminarista (Roberto Rodríguez, 1948); alguien que quiere así reconocer la fidelidad con la revelación del hombre misterioso. Se trataba de un póster de Pedro Infante joven que miraba al Sagrado Corazón.
Durante los siguientes días, el pueblo todo no resistió más y se pronunció. Deseaba saber del recién aparecido, y más pronto que tarde, llegaron camiones repletos de curiosos. El señor Rosalío Huerta Domínguez abandonó el anonimato y reclamó su personaje, nada menos que el del máximo ídolo popular del país: Pedro Infante. Aseguraba que el desaparecido en Mérida no era más que su doble.
En el octavo día de mayo de 1974, el diario La Prensa hizo el anuncio nacional de la aparición: “Lo que faltaba: Pedro Infante vive”. Rosalío Huerta declaró: “soy el verdadero Pedro Infante. ¡Y quiero que se me haga justicia!”. Agregaba que esto lo clamaba “un hombre de 68 años de edad, de escaso metro setenta y cinco de estatura, quien además acusa a varias productoras de un fraude por varios millones de pesos”.
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