El bilingüismo y la mediación de intérpretes, además del uso extensivo de un lenguaje visual, fueron básicos en la imposición de instituciones políticas y jurídicas y en la transmisión de creencias y prácticas religiosas. Sin esas eficientes redes de comunicación hubiera sido imposible la conquista y la evangelización en ese extenso territorio que sería en adelante Nueva España.
Se ha insistido mucho en las dificultades que enfrentó la comunicación entre los españoles y los pueblos originarios durante la conquista de México-Tenochtitlan, sobre todo teniendo en cuenta las grandes diferencias que había entre los códigos culturales de ambos. La traducción de valores y concepciones religiosas, políticas e incluso militares presentaba dificultades insalvables.
Si bien es cierto que a veces el proceso comunicativo fue un diálogo de sordos, el éxito que tuvo la conquista militar demuestra que muchas de esas dificultades fueron superadas. Hubiera sido imposible para los españoles y sus aliados apropiarse de la ciudad sin una eficaz transmisión de información sobre el territorio y sus costumbres, sin el intercambio de tecnologías, sin la utilización de los recursos tácticos usados en las guerras prehispánicas y sin la concertación de alianzas con los enemigos de los mexicas. La fluida interacción entre los diferentes grupos mesoamericanos antes de la llegada de los invasores europeos, a pesar de las grandes diferencias lingüísticas existentes, son prueba de que el bilingüismo estaba muy generalizado al arribo de los españoles.
Después de la conquista de Tenochtitlan, fue fundamental la comunicación que entablaron los recién llegados, sobre todo con sus dirigentes, gracias a la presencia de numerosos intérpretes. La lengua castellana se fue difundiendo poco a poco y los frailes estaban temerosos de que, al aprenderla, los indios adquirieran los vicios de los españoles. Por ello fomentaron la permanencia de las lenguas nativas y promovieron la difusión del náhuatl en todo el territorio. Aunque a lo largo del siglo XVI una buena parte de la población indígena era aún monolingüe, había personas (hombres, mujeres y niños) para quienes el aprendizaje del castellano fue un medio de ascenso social o de afianzamiento de alianzas con los recién llegados.
Debemos tener en cuenta que, además de la comunicación por la palabra, una parte importante de las interacciones se dieron por medio de gestos, actitudes y señas, así como utilizando imágenes, como los mapas pintados y los códices. En los siglos siguientes a la toma de Tenochtitlan, el bilingüismo y la mediación de intérpretes, además del uso extensivo de un lenguaje visual, fueron básicos en la imposición de instituciones políticas y jurídicas y en la transmisión de creencias y prácticas religiosas. Sin esas eficientes redes de comunicación hubiera sido imposible la conquista, la colonización y la evangelización en ese extenso y diverso territorio que se llamaría en adelante Nueva España.
La necesidad de los españoles y de los indios de comunicarse entre sí (una de las características humanas más constantes) se dio desde el momento mismo del encuentro. ¿Qué pasó después de estos hechos en la vida cotidiana? ¿Cómo se pusieron de acuerdo los españoles y sus aliados en las estrategias militares utilizadas en la toma de Tenochtitlan? ¿Cómo influyó la interacción lingüística en los encuentros y desencuentros entre las partes contendientes?
A pesar de las dificultades, tal diálogo debió ser bastante eficiente en muchos momentos. Es cierto que una parte importante de la comunicación se realizó de manera no verbal y que gestos y señas “universales” fueron utilizados para solicitar alimentos, señalar direcciones, marcar posiciones de autoridad y jerarquía, transmitir mensajes de hostilidad, amenaza, castigo o bienvenida. El intercambio de obsequios, por ejemplo, era una práctica universal en este último sentido. Pero, sin duda, la comunicación por medio de la lengua constituyó un factor fundamental durante las conquistas de México y Perú, a pesar de que hubo una total incomprensión en cuanto a concepciones religiosas, cosmovisiones y valores morales, jurídicos y estéticos.
Hasta ahora, la perspectiva histórica ha centrado su interés en la actuación de los varones adultos como los principales actores del proceso comunicativo. Sin duda, la excepción es el caso de Marina, Malintzin, la intérprete de Hernán Cortés y cuyo papel como estratega, diplomática y consejera se está ahora revalorando. Pero ella no fue la única intérprete y es lógico que muchas otras mujeres entregadas a los conquistadores como obsequio y los niños mestizos nacidos de ellas fueran activos actores en la interacción oral.
Aunque no existe evidencia documental, es indudable que doña Marina no debió ser la única mujer que aprendió castellano para intentar comunicarse con aquellos invasores con los que tenían relaciones sexuales. Su condición femenina y de sujeción las obligaba a buscar los medios para agilizar la comunicación y debió ser más común que fueran ellas las que aprendieran la lengua de sus dominadores y no viceversa; sin embargo, hay referencias a españoles que aprendieron el náhuatl durante la conquista de Tenochtitlan, muchos de ellos muy jóvenes, como Antonio Velázquez, Tomás de Rijoles, Álvaro de Zamora y Juan Gallego.
Así, el ámbito de la convivencia doméstica fue un importante espacio de aprendizaje de saberes culinarios, religiosos, técnicos y hasta emotivos. Sin duda, junto con los gestos y acciones, los intercambios lingüísticos fueron esenciales en esa transmisión. Esto fue aún más común entre las señoras nobles desposadas con conquistadores, como las mexicas Isabel y Leonor Moctezuma y la tlaxcalteca María Luisa Tecuelhuetzin. Estas mujeres, al igual que aquellas que ocuparon cargos, como la cacica mixteca de Teposcolula, Catalina de Peralta, no solo aprendieron el castellano, también transmitieron a sus hijos e hijas mestizos o indígenas sus lenguas “maternas”. Gracias a la participación de ellas en la crianza de la nobleza que regía los pueblos durante todo el periodo colonial, el bilingüismo fue algo habitual entre sus dirigentes.
Al igual que las mujeres, los niños fungieron a menudo como intermediarios, debido a la mayor capacidad que mostraban, por su edad, en la adquisición de nuevos códigos lingüísticos. Pero a diferencia de ellas, su presencia como intérpretes sí aparece mencionada tangencialmente en las crónicas. Aunque el protagonismo de Gerónimo de Aguilar es innegable, Bernal Díaz alude a Melchorcillo y Juliancillo, dos jóvenes mayas que Juan de Grijalva capturó en Cabo Catoche y que Cortés traía en su expedición cuando llegó a Yucatán. Sin embargo, ninguno de los dos llegó a cumplir la función para la que fueron capturados, pues Julián murió pronto de un contagio y Melchor huyó al desembarcar en el río Tabasco (o Grijalva), con lo cual Aguilar comenzó su labor de intérprete.
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Antonio Rubial García. Doctor en Historia de México por la UNAM y en Filosofía y Letras por la Universidad de Sevilla (España). Se ha especializado en historia social y cultural de la Nueva España (siglos XVI y XVII), así como en cultura en la Edad Media. Entre sus publicaciones destacan: La Justicia de Dios. La violencia física y simbólica de los santos en la historia del cristianismo (Ediciones de Educación y Cultura/Trama Editorial, 2011); El paraíso de los elegidos. Una lectura de la historia cultural de Nueva España (1521-1804) (FCE/UNAM, 2010); Monjas, cortesanos y plebeyos. La vida cotidiana en la época de sor Juana (Taurus, 2005); La santidad controvertida (FCE/UNAM, 1999); y La plaza, el palacio y el convento. La Ciudad de México en el siglo XVII (Conaculta, 1998).
Mujeres y niños bilingües durante y después de la toma de Tenochtitlan