La última carga de caballería

Batalla de Paredón, Coahuila

Gerardo Díaz

El ejército federal destruyó varios kilómetros de vías del ferrocarril entre Torreón y Saltillo. En la estación Paredón posicionó un contingente para detener el avance villista, pero fue sorprendido por la División del Norte, que cabalgó desde la estación Hipólito, aproximadamente 45 kilómetros, y realizó una carga con unos 8,000 elementos, mientras otros 2,000 cortaron la retirada hacia Saltillo. Los federales fueron incapaces de contener a la División del Norte, que en menos de una hora sobrepasó sus líneas únicamente con una carga de caballería y sin utilizar artillería. Ante esta derrota, la guarnición de Saltillo optó por abandonar la plaza y dirigirse a San Luis Potosí, dejando la ciudad en manos de los revolucionarios y sin presentar batalla.

 

En pocos meses, la División del Norte ha batido a las fuerzas federales desde Ciudad Juárez hasta Torreón y prepara su avance a Durango y Zacatecas. El Primer Jefe Venustiano Carranza acude para felicitar y dar instrucciones a esta enorme corporación. Entre reuniones, banquetes y charlas de ocasión se desencanta de Villa y sus hombres. Tiene poca estima hacia su persona y sus demasiadas ideas dispersas sobre los objetivos de la revolución.

Sin embargo, es la máquina de guerra más engrasada de la revolución. Ni Álvaro Obregón en el noroeste ni Pablo González en el noreste se perfilan para avanzar con tal velocidad hasta la Ciudad de México. Don Venustiano no desea que la popularidad de Villa lo sobrepase políticamente si consiguiera tomar la capital en su vertiginosa campaña.

En este sentido, ordena a Obregón apresurar su paso mientras que a Villa lo envía a una tarea ajena a los objetivos de la División del Norte: tomar la ciudad de Saltillo, labor que le correspondería a Pablo González.

El 3 de mayo de 1914 Villa parte a regañadientes desde Torreón. Lo acompañan 10,000 hombres y unas 36 piezas de artillería. Las locomotoras rugen a todo vapor hasta que de pronto, una tras otra, se van deteniendo en un atorón impresionante. Disgustado, Villa indaga el motivo y le informan que más de veinte kilómetros de vía han sido completamente destruidos. Los federales intentan aislar Saltillo. Sin proponérselo, le hacen un favor a Carranza, pues reconstruir el camino llevará su tiempo.

Estancados en la estación de Hipólito, el Estado Mayor de Villa discute. Habrá que esperar. Siguiendo las vías, Saltillo está a más de cien kilómetros. Improvisando un camino desértico, podrían ser sesenta. Ninguna es buena opción. De pronto, informantes indican que antes de Saltillo, en la estación de Paredón, hay una bifurcación de líneas hacia Monterrey, donde los federales se han fortificado. Para Pancho, aquello fue una invitación. Rápidamente ordenó ensillar y a Felipe Ángeles trasladar su artillería como pudiera. El desierto poco importaba.

El 17 de mayo, después de trasladarse 45 kilómetros a caballo en un día y medio, a las seis de la mañana se levanta una enorme polvareda producida por 8,000 jinetes, dispuestos en una línea de cuatro kilómetros. Los federales, sorprendidos, no reaccionan. Tras pocos y malos tiros, la caballería villista los desborda. Los pocos que intentan retirarse se encuentran con 2,000 jinetes más que cortan su retaguardia.

A la desesperada, los federales encienden sus locomotoras y arrancan a todo vapor. Cuesta arriba y lentos, son alcanzados por hombres a caballo. Las ametralladoras en el techo desgarran a varios jinetes. Los restantes arrojan bombas y descarrilan la locomotora. En treinta minutos se resolvió todo.

Carranza, nervioso, tuvo que inventarse otro pretexto para retrasar a Villa. Felipe Ángeles no realizó ni un tiro.

 

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