La “policía cristiana”

La congregación de pueblos

Antonio Rubial García

La concentración de poblaciones era solamente el primer paso de un proceso mucho más amplio y complejo que se denominaba “policía cristiana”. Con esta palabra se definía la implantación de un modelo de ciudad (polis) en la que sus habitantes tuvieran los medios para lograr su salvación eterna.

 

Entre las tareas comprendidas en la “policía cristiana” se contemplaba el trazado de calles y plazas, así como la dotación de agua por medio de acueductos, fuentes y cisternas, tan numerosas como los mismos templos. Se incluía igualmente la adaptación en las huertas conventuales de plantas traídas del Viejo Continente y la introducción de animales como oveja, gallina o cerdo. Pero, sobre todo, la “policía cristiana” significaba conformar instituciones comunales que, por un lado, permitieron a los frailes aumentar las limosnas para ampliar sus conventos, aunque, por otro, propiciaron la continuidad de organizaciones comunales indígenas.

La creación de cabildos y la conservación de algunas de las instituciones nativas en cada barrio dieron cabida a los consejos de ancianos. Estos seguían prácticas indígenas en la designación de alcaldes y regidores, en los métodos con los cuales se legalizaba su nombramiento (como la comida ritual) y en la administración de las cajas de comunidad para realizar las obras públicas. Una permanencia similar de fórmulas indígenas adaptadas a instituciones españolas se dio en hospitales y cofradías.

Las múltiples epidemias que diezmaron a la población aborigen hicieron necesaria la fundación de hospitales. En ellos, el servicio era desempeñado por hombres y mujeres del pueblo, que trabajaban por turnos de una semana. Además del cuidado de los enfermos, los encargados seguían una vida de oración y ayuno. Para su sustento, se tenían reservadas algunas tierras y estancias de ganado menor que eran trabajadas por la comunidad. Dos casos especiales fueron los hospitales de Santa Fe, creados en Cuajimalpa y en Michoacán por Vasco de Quiroga con base en la Utopía de Tomás Moro, que proponía el regreso a una edad de oro (en la que no existía la propiedad privada) basada en las normas del primitivo cristianismo. Más que lugares de beneficencia, estas fundaciones se convirtieron en centros administrativos de la vida económica y social de los dos pueblos, donde todos trabajaban para el hospital y recibían de él lo necesario.

Las cofradías, por su parte, se establecieron para organizar las fiestas religiosas y ayudar a sus miembros desamparados. Estos objetivos se cumplían gracias a algunos bienes que poseían y con los cuales pagaban al convento los servicios litúrgicos. Los frailes fomentaron la creación de estas organizaciones de laicos como un medio para adquirir limosnas en una época en que las donaciones individuales disminuyeron a causa de la despoblación. Las cofradías en Oaxaca y los hospitales en Michoacán fueron a menudo los que detentaron los bienes comunales, y las comunidades hicieron uso de estas instituciones para salvar sus tierras de la rapiña de los españoles.

A menudo se pasa por alto también que el éxito formal en la implantación del cristianismo se debió en buena medida a que los religiosos usufructuaron, en los nuevos poblados, el funcional esquema del altépetl al ordenar construir en su centro el templo cristiano con su atrio (teocalli) y frente a él la casa de gobierno (tecpan) con una plaza donde se llevaba a cabo el mercado semanal (tianquiz). Los misioneros conservaron también la distinción entre la cabecera política (convertida en “cabeza de doctrina”) y las “visitas”, estancias o barrios (tlaxilacalli), situados tanto en la demarcación del poblado como en lugares más alejados.

En el proceso de implantación de la “policía cristiana” fue fundamental la colaboración de las comunidades. A menudo se olvida que la eficiente implantación de tales políticas fue posible gracias a la presencia de organizaciones comunales prehispánicas (como el calpulli) y a su posibilidad de movilizar tributos y mano de obra rotativa para organizar y mantener todas las instituciones que conformaban dicha “policía cristiana”.

 

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Antonio Rubial García. Doctor en Historia de México por la UNAM y en Filosofía y Letras por la Universidad de Sevilla (España). Se ha especializado en historia social y cultural de la Nueva España (siglos XVI y XVII), así como en cultura en la Edad Media. Entre sus publicaciones destacan: La Justicia de Dios. La violencia física y simbólica de los santos en la historia del cristianismo (Ediciones de Educación y Cultura/Trama Editorial, 2011); El paraíso de los elegidos. Una lectura de la historia cultural de Nueva España (1521-1804) (FCE/UNAM, 2010); Monjas, cortesanos y plebeyos. La vida cotidiana en la época de sor Juana (Taurus, 2005); La santidad controvertida (FCE/UNAM, 1999); y La plaza, el palacio y el convento. La Ciudad de México en el siglo XVII (Conaculta, 1998).

 

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La cruz y la espada