Fue en 1525, apenas concluida la Conquista, cuando en el primer reparto de solares de Ciudad de México, el contador real Rodrigo de Albornoz se adjudicó la propiedad del predio situado en la esquina de la actual calle 16 de Septiembre –antes llamada Tlapaleros en la acera sur y Portal de Agustinos al norte– y el Portal de Mercaderes, en donde levantó una casona de dos plantas. Década más tarde, aquella esquina tan concurrida comenzó a perder su encanto al derribarse el portal y la construcción que lo sostenía allá por 1895, con el afán de levantar un gran almacén, acorde a los nuevos gustos de la época.
La primera tienda departamental
Los interiores de este novedoso recinto comercial, inaugurado por el presidente Porfirio Díaz el 2 de septiembre de 1899, sorprendieron al público de la época, a lo que se sumó la profusión de columnas que engalanaban su fachada y por lo que este edificio se ganó el apodo de La Velería. La invitación para la apertura, firmada por José de Teresa Miranda y reproducida, entre otros periódicos, por el Diario del Hogar, señala: “El Centro Mercantil, Sociedad Anónima, abrirá sus grandes almacenes instalados, por primera vez en este país, bajo el sistema de departamentos especiales”. El Imparcial del 3 de septiembre da cuenta detallada de la inauguración. Como era de esperarse, “las familias más distinguidas y respetables de la buena sociedad se dieron cita en aquel local y a las 5:30 de la tarde una muchedumbre compacta invadía todos los departamentos en que está dividido el gran establecimiento comercial”.
Llama la atención saber que aquel día el señor De Teresa, a la sazón senador de la República y quien era además el presidente de la sociedad anónima que conformó la empresa, “había distribuido tres mil boletos entre las mujeres pobres de solemnidad, pues la idea fue, rindiendo culto a la caridad, beneficiar en algo a la clase desvalida”. El caso fue que a esas mujeres se les obsequiaron “cortes de percal”, distribuidos primero por el presidente Díaz y luego por los empleados de “mayor categoría”.
Respecto al interior del recinto, la crónica de El Imparcial realza la modernidad por primera vez introducida: “El nuevo almacén rompe la monotonía que se observa en todas nuestras casas comerciales; los casilleros son muy elegantes, de maderas finas con realces decorativos y los mostradores están colocados de tal manera que los parroquianos pueden circular libremente por todos los departamentos. […] Negocios de este género son los que México necesita, porque ellos a la vez que producen utilidad a los que lo emprenden, benefician al público”.
La llegada de la Belle Époque a México, hacia finales de la centuria, y la proliferación de construcciones afrancesadas por toda la ciudad hicieron que rápidamente el público tuviera en este centro comercial a uno de sus preferidos, habida cuenta de que la calidad de las mercancías y el origen europeo de gran parte de su variado inventario colocaban a esta nueva tienda a la altura de las mejores del mundo. Francisco de la Maza, reconocido crítico e historiador del arte cuya obra influyó en la conciencia nacional a mediados del siglo XX, en su estudio titulado “Del neoclásico al art nouveau” ensalza la decoración del interior de este edificio:
Sigue en importancia al Palacio de Bellas Artes la gran tienda “El Centro Mercantil”, que diluye el absurdo de su fachada con su interior, armoniosamente concebido en puro Art-Nouveau. Todo “funciona” allí. Las barandillas de los pisos se abultan para mostrar la mercancía; la escalera se desenvuelve en ondas que facilitan la subida, con un rico y acaracolado barandal. Los ascensores, jaulas de ondulantes barrotes, se deslizan lentamente y nos permiten ir viendo toda la tienda [...] Un enorme vitral da luz y color […] La electricidad sobra aquí. Es la luz solar, filtrándose a través de este rico plafond la que ilumina todo “El Centro Mercantil”, que esperamos se conserve siempre así –¿será posible esto en México?– como un ejemplo de nuestro pasado inmediato.
No obstante sus ventajas y elegancia, El Centro Mercantil dejó de funcionar en 1966. Luego, como pocas veces en la historia de la ciudad, el edificio –aunque incompleto– fue rescatado y acondicionado como hotel, calidad con la cual ha llegado hasta nuestros días, a pesar de haber perdido muchos de los elegantes detalles cuyo diseño y profusión sorprendieron a la concurrencia aquel día que la novedosa tienda abrió sus puertas.
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