Casarín, el Atlante y el cine

Gerardo Díaz

Los fieles atlantistas los acompañaban a todos lados y el equipo comenzó a jugar muy bien, a tal grado que varios inversionistas pensaron en un proyecto que unificara el cine y el futbol. Así, en 1944 Casarín debutó, sin proponérselo, como actor de cine.

 

Los medios como el periódico y la radio fueron por años el escaparate de los deportes. Son varios los cronistas recordados por llevar las proezas de los terrenos de juego a los hogares a través de su pluma o el encanto de su voz. En muchas ocasiones nadie había visto boxear, lanzar una bola o el traje de luces de su héroe deportivo favorito. Sin embargo, los conocían. Sabían de la destreza con el balón en los pies del zurdo, el promedio de bateo del chaparrito o conocían alguna foto del escultórico torero. Estaban ahí y a la vez no.

Todo cambió con la llegada de las imágenes en movimiento, las cuales revolucionaron las transmisiones deportivas. En los cines se veía la grabación de algún gran jugador y la televisión llevó hasta casa los regates y las carreras vertiginosas. Así, puede decirse que Horacio Casarín fue el primer mexicano en acaparar cancha y pantalla. Ya era popular y parte del legendario grupo de los once hermanos del Necaxa, campeones en los años treinta del siglo XX. Pero cuando fue contratado en 1942 por el Atlante, subió otro peldaño.

Los fieles atlantistas los acompañaban a todos lados y el equipo comenzó a jugar muy bien, a tal grado que varios inversionistas pensaron en un proyecto que unificara el cine y el futbol. Así, en 1944 Casarín debutó, sin proponérselo, como actor de cine. Los hijos de don Venancio fue una emocionante comedia fílmica que centró buena parte de su trama en Horacio (Casarín), hijo de don Venancio (Joaquín Pardavé), quien tiene que ayudar en la recuperación del negocio familiar, que se había incendiado mientras su padre se encontraba en Europa. Para lograrlo firma nada más y nada menos que con el Atlante, equipo que para variar tiene que derrotar a uno de los favoritos de la comunidad española en México: el Asturias.

Las gradas, el humor, el narrador, las jugadas. La película tiene todo el material que hasta la actualidad funciona para destacar a la estrella deportiva en el cine. De esta manera no solo el jugador, sino el club, llegaron al corazón de más mexicanos; el Atlante dejó de ser un equipo meramente capitalino y desde entonces tuvo aficionados por todo México. La cereza en el pastel sería el campeonato de 1947 en el que Casarín logró diecinueve goles. Así, cuando las transmisiones de los partidos llegaron a la televisión en los años 50, el Atlante ya había sido el primer observado.

 

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