Se firman los Tratados de Córdoba

24 de agosto de 1821

Luis A. Salmerón

Los Tratados de Córdoba firmados por O’Donojú e Iturbide reconocían la independencia del Imperio Mexicano frente a España.

 

Ese día, después de un breve intercambio epistolar, se reunieron en la ciudad de Córdoba, en el actual estado de Veracruz, Juan O’Donoju, capitán general y jefe político superior de la Nueva España, y Agustín de Iturbide, comandante del Ejército Trigarante.

Pactada unos días antes, la reunión tenía como objetivo principal ratificar el Plan de Iguala que, a grandes rasgos, establecía la independencia de Nueva España, llamándola desde entonces Imperio Mexicano. Además, ofrecía la corona del naciente país a Fernando VII o a alguno de sus parientes cercanos de la casa de Borbón, establecía la religión católica como única y suprimía las distinciones étnicas entre los habitantes de la nueva nación.

Cuando O’Donojú arribó a la costa veracruzana, la situación de los ejércitos leales al rey de España era precaria, por no decir agobiante. Solamente las ciudades de México, Durango, Acapulco, Chihuahua y el puerto de Veracruz permanecían en su poder, además de los fuertes de San Juan de Ulúa y San Carlos de Perote, aunque este último podía ser aislado y no representaba una amenaza para las fuerzas independentistas.

La inestabilidad política presentaba un panorama similar o incluso peor: el 5 de julio de ese año, el virrey Juan Ruiz de Apodaca había sido destituido por un golpe de Estado perpetuado por altos mandos militares españoles, que pusieron en su lugar, en calidad de virrey interino, al mariscal de campo Francisco Novella, quien nunca recibió el nombramiento oficial ni logró concentrar en su persona la tan necesaria unidad de mando.

Ante ello, O’Donojú estableció contacto con el jefe de la insurrección y procuró salvar del desastre lo que se pudiera. El intercambio fue breve y ambas partes llegaron rápidamente al acuerdo de reunirse en Córdoba. La mañana del 22 de agosto llegó O’Donojú al lugar pactado, donde fue acogido cordialmente por los jefes independentistas que controlaban la ciudad. Esa misma noche llegó Iturbide, quien fue recibido de manera triunfal por los pobladores.

Al día siguiente se reunieron ambos jefes con sus respectivos secretarios. La reunión fue breve y el Plan de Iguala quedó ratificado con algunas breves modificaciones; una de ellas, seguramente dirigida a Iturbide, señalaba que, en caso de que ningún Borbón quisiera ceñirse la corona del nuevo país, las cortes podrían designar al nuevo emperador.

Con la firma de los Tratados de Córdoba, la resistencia realista en la Nueva España se desmoronó, pese a que O’Donojú no tenía autoridad alguna para firmar un acuerdo de esas características. Por supuesto, la Corona española rechazó tajantemente la validez del documento; de hecho, tardaría quince años en aceptar la pérdida que el último capitán general enviado a la colonia había podido vislumbrar desde el instante de desembarcar en Veracruz.

 

Si desea leer el artículo completo, adquiera nuestra edición #96 impresa o digital:

La guerra de reforma no fue antirreligiosa. Versión impresa.

La guerra de reforma no fue antirreligiosa. Versión digital.

 

Si desea leer más artículos sobre la Independencia de México, dé clic en nuestra sección Guerra de Independencia.