Fray Thomas Gage y la polémica por el chocolate...
En 1625 llegaba a San Juan de Ulúa el dominico inglés fray Thomas Gage. Venía con la intención de pasar a misionar a las islas Filipinas, pero durante su estancia en México sus hermanos de hábito lo convencieron de desviar su ruta e ir a Centroamérica, donde los religiosos que venían de Europa eran muy bien recibidos para fortalecer su facción frente a los criollos. En su trayecto el fraile se detuvo unos días en la villa de San Cristóbal, en Chiapas, que era la sede del obispado. Durante su estancia en el convento de los dominicos de esa ciudad todos los frailes hablaban de un suceso que había conmocionado a sus habitantes: el obispo Bernardino de Salazar acababa de morir en circunstancias muy sospechosas. Gage escuchó la narración, indagó en la villa y le pareció importante recoger y dejar plasmada la noticia en un libro de viajes que escribió a su regreso a Inglaterra.
El fraile cuenta que cuando llegó a su sede el obispo de San Cristóbal tuvo serios problemas con las mujeres ricas que asistían a oír misa a su catedral. Con el pretexto de que debían acudir a las ceremonias en ayuno, las señoras alegaban que les daba “flaqueza de estómago”; por ello, a la mitad de la misa, entraban sus criadas con tazas de chocolate y platos de confituras causando con ello confusión y escándalo. El obispo, queriendo corregir tal abuso, las exhortó varias veces y aún les rogó que se abstuvieran de semejante práctica; pero al ver que nada conseguía por las buenas mandó fijar una excomunión a la puerta de la catedral contra todas las personas que osaran comer o beber en el templo durante los oficios divinos.
A pesar de la amenaza, las criadas siguieron llegando con sus tazas de chocolate caliente para sus amas y el obispo ordenó a sus canónigos y curas que retiraran las jícaras por la fuerza. Los maridos de las ofendidas sacaron a relucir sus espadas y la misa terminó en un zafarrancho. A raíz del incidente, la aristocracia dejó de ir a misa a la catedral y los domingos acudían a la iglesia de los padres dominicos, quienes les dejaban hacer lo que se les antojase. El obispo montó en cólera y mandó publicar otra excomunión contra los que no asistieron al oficio divino de la catedral.
En medio de esas disputas cayó el obispo enfermo de gravedad y se retiró al convento de Santo Domingo a curarse. Los religiosos enviaron a buscar médicos para atenderlo y todos los que acudieron afirmaron que el prelado había sido envenenado. A los ocho días don Bernardino de Salazar murió, estaba hinchado y echando espuma por la boca. Por la ciudad corrió el rumor de que una señora, acusada de demasiada familiaridad con uno de los pajes del obispo, había decidido poner fin a las disputas: convenció a su amante de que suministrara al prelado un veneno en su pocillo de chocolate.
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Antonio Rubial García. Doctor en Historia de México por la UNAM y en Filosofía y Letras por la Universidad de Sevilla (España). Se ha especializado en historia social y cultural de la Nueva España (siglos XVI y XVII), así como en cultura en la Edad Media. Entre sus publicaciones destacan: La Justicia de Dios. La violencia física y simbólica de los santos en la historia del cristianismo (Ediciones de Educación y Cultura/Trama Editorial, 2011), El paraíso de los elegidos. Una lectura de la historia cultural de Nueva España (1521-1804) (FCE/UNAM, 2010), Monjas, cortesanos y plebeyos. La vida cotidiana en la época de sor Juana (Taurus, 2005), La santidad controvertida (FCE/UNAM, 1999), La plaza, el palacio y el convento. La Ciudad de México en el siglo XVII (Conaculta, 1998).
La misteriosa muerte de un obispo