Apenas llegó a la capital nuevoleonesa, se acercó a ofrecer sus servicios a la revista Zig-Zag, publicación que aparecía todos los domingos y cuyo director era el señor Héctor González, quien observó sus virtudes como dibujante y lo contrató inmediatamente. González afirmaba que antes de conocerlo no sabían en Monterrey lo que era un dibujante, “pues en estas tierras, donde hay maestros de la industria y del comercio, los practicantes del arte son productos exóticos, de quienes solo se tienen remotas y agradables referencias, sacadas de las páginas de alguna revista o de algún libro buenamente llegado de alguna misteriosa ciudad lejana”. Era un halago exagerado que solo demostró la buena impresión que le provocó, pues vio en el dibujante a una persona que “siente la emoción estética de modo personal”.