Basada en una obra de B. Traven, este filme recrea la explotación de los campesinos en los campos madereros chiapanecos, así como su lucha por mejorar sus condiciones de vida. Es el inicio de la Revolución…
“En un ranchito que formaba parte de la colonia agrícola libre de Cuishin, en los alrededores de Chalchihuistán, vivía Cándido Castro, indio tzotzil, en compañía de su mujer, Marcelina de las Casas, y de sus hijitos, Angelino y Pedrito. Su propiedad alcanzaba más o menos dos hectáreas de un suelo pedregoso, seco, calcinado, que exigía un trabajo durísimo a fin de obtener de él el alimento necesario para los suyos”, escribe B. Traven al inicio del cuento “La rebelión de los colgados”, en que está basada la película aquí presentada.
Un día, Cándido (interpretado por el joven Pedro Armendáriz) se apresta a llevar a Marcelina a la ciudad más cercana porque ha enfermado. El doctor le diagnostica una posible apendicitis y por la operación le cobra doscientos pesos, que necesitará conseguir. Don Gabriel le presta el dinero a cambio de firmar un contrato que, más que establecer el pago de la deuda, manda a Cándido a la montería de caoba de la que Félix Montellano (Carlos López Moctezuma) y sus hermanos Severo y Arcadio son los contratistas, pues el lugar es propiedad de manos extranjeras. Ahí será explotado con otros indígenas, quienes soportan los drásticos castigos y trabajan de sol a sol bajo el agobiante clima de la selva chiapaneca.
Es el tiempo en el que convergen el ocaso del Porfiriato y el estallido de la Revolución mexicana. También cuando las voces insurgentes encabezadas por Francisco I. Madero llamaron a sus filas a los sectores campesinos e indígenas, por décadas asolados por los abusos económicos y laborales, así como por la violencia. Y el campo maderero de los Montellano no es la excepción: los peones que cometen faltas son colgados de las manos toda la noche. Pero estos hacendados confían en que don Porfirio estabilizará al país luego de encarcelar a Madero. “Todo el país está en crisis [pero] nuestra respuesta debe ser caoba, caoba y más caoba. Mañana abriremos un nuevo campo cerca del río. Y sacaremos toda la madera, así tengamos que colgar a todos los indios de Chiapas por el cuello”, dice don Severo, entre risas y sorbos de licor.
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La rebelión de los colgados