¡Vamos al cine! Les recomendamos “Confidencias de un ruletero”

(Alejandro Galindo, 1949)

Marco A. Villa

Muchas cosas he visto y oído. Mi asiento de atrás es sofá y es confesionario, todo el día arrastro penas y alegrías. ¡Cuántas viejas no he visto chillar!”, exclama Lauro Escamilla y Cejudo, quien al mando de su adorado carcamán recorre las tumultuosas calles de la boyante Ciudad de México de mediados del siglo XX.

 

Turistas, licenciados, amantes, familias, marchantes… tienen una historia que contarle, a veces tan curiosa como extraña, sobre todo si acontecen en la víspera de un nuevo día.

Justo así fue la de “aquella noche del 19 de junio”, cuando afuera del Club de Media Noche Waikikí de Paseo de la Reforma, “donde las charolas con cubas vuelan por el salón […] y las bellas y finas strip-teasers enseñan lo básico pero no lo primordial”,1 un refinado caballero solicita a Lauro que lo traslade a Ámsterdam 240, en la colonia Hipódromo Condesa. A pesar de que el trayecto es breve, el pasajero no alcanza a descender con vida. Lauro no quiere problemas, así que baja el cadáver, lo acomoda fuera del domicilio y toma los 3.50 pesos que cubren su tarifa especial esa madrugada.

Pero el asunto está lejos de terminar para el argüendero y quejumbroso taxista, pues una serie de eventos comienzan a sacarlo de su habitual rutina, empezando por dos sorpresivos encuentros, primero con la feroz gendarmería y después con Mimí, una adinerada mujer que le ofrece una considerable suma a cambio de información sobre el muerto. Ambicioso pero a la vez consternado porque aún le faltan nueve letras por pagar para que el taxi sea por fin suyo, Lauro cede sin saber que se involucrará más.

Interpretado por Adalberto Martínez Resortes, Lauro nos recuerda con esta y otras pinceladas de humor y tragedia por qué los taxis han sido siempre un servicio de transporte público entrañable y polémico, y el ruletero uno de los personajes más solicitados, pero también vilipendiados, de la historia de la capital. Además, el legendario histrión originario de Tepito acompañó en esta cinta a la michoacana Lilia Prado, quien junto a él daba vida a su primer protagónico con apenas veintiún años.

La cinta también se inmiscuye en algunas prácticas de la sociedad de aquel tiempo, como la espectacular vida nocturna en la que el baile y la juventud “son como brasas ardiendo arrojadas al fuego”, a decir de la abnegada madre de Lauro, o en lo que significaba ser un obrero como Constantino, el hermano mayor de nuestro protagonista, quien a pesar de las extenuantes jornadas laborales, apenas “la libraba” para solventar lo básico, aunque igual se daba el tiempo de “controlar” a su hermana con argumentos machistas.

De igual forma, evoca cómo la empoderada burguesía capitalina, en contubernio con las autoridades, trasgredía las normas y corrompía a sus anchas, y también cómo el teje y maneje de los políticos quitaba y ponía a sus figuras en función de sus intereses. Dirigida por el exitoso director regiomontano Alejandro Galindo, Confidencias de un ruletero da una profunda mirada a la capital mexicana de los años cincuenta y por eso se la recomendamos aquí.

 

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Confidencias de un ruletero