Santos obispos y reyes malditos

Antonio Rubial García

Boleslao II el Temerario era un rey polaco impulsivo y despótico, pero también un hábil político. A mediados del siglo XI, sus alianzas con su tío Bela I de Hungría hicieron posible que dicho reino y Polonia presentaran un frente unido ante el Sacro Imperio Romano Germánico.

 

Como todos los reyes de su tiempo, Boleslao necesitaba que la Iglesia se sometiera a su poder y para tal fin apoyó al papa Gregorio VII contra el emperador Enrique IV durante la llamada querella de las investiduras. Gregorio triunfó, pero tardaba en otorgar al rey de Polonia los derechos que pretendía sobre la Iglesia. Para congraciarse con el papa, Bolestao nombró como obispo de Cracovia, la capital del reino, a Estanislao de Szczepanowa, un clérigo con el que Gregorio simpatizaba y que pensaba le sería incondicional.

Pero muy pronto se dio cuenta de su error, pues Estanislao exigió al rey que le fueran regresadas a la catedral unas propiedades usurpadas por Boleslao y que había recibido como herencia de un tal Pietr. Una leyenda piadosa narraba que Estanislao resucitó al difunto para que testificara a favor de los derechos episcopales y obligó a Boleslao a ceder. Según unas versiones, esta fue la causa de la enemistad entre el rey y el obispo, aunque otras señalan que su odio mutuo nació a causa de las fuertes críticas que Estanislao hacía en público contra la cuestionable moral del monarca, quien llevaba a su cama a jóvenes de ambos sexos e incluso raptó a la bella Cristina, mujer casada con uno de sus nobles.

Según el hagiógrafo español Alonso de Villegas, la gota que derramó el vaso fue la escandalosa conducta del rey respecto a una perrita con la cual satisfacía sus bajos instintos. Como Boleslao se mostraba indiferente ante las acusaciones de bestialismo que le hacía el obispo, este mató al animal que ocasionaba tales escándalos rebanándole el hocico con una espada. Ante la afrenta, el rey ordenó a sus hombres que ejecutasen al obispo, pero ninguno se atrevía a tocarlo, por lo que un día, mientras Estanislao celebraba misa en la catedral de Cracovia, Boleslao se acercó a él, sacó su espada y lo asesinó dándole brutales tajos en la cabeza.

Esto sucedió, según sus hagiógrafos posteriores, el 11 de abril de 1076, día que se convirtió en su fiesta tutelar. Otra leyenda señalaba que el cuerpo descuartizado del santo obispo se reconstituyó milagrosamente en su ataúd, depositado en la iglesia de San Miguel en Cracovia. Su cabeza fue llevada a su catedral y ahí se conserva aún como reliquia, con las marcas de la espada que provocó la muerte del santo obispo patrono de Polonia.

Los hagiógrafos insistieron en que el rey recibió muchos castigos divinos y ataques eclesiásticos por su crimen; entre otros, su reino se rebeló contra él pues el papa Gregorio VII lo excomulgó. Sufrió además terribles enfermedades, la perdida de sus bienes, el repudio de sus hijos y una desastrosa muerte, pues fue devorado por sus perros.

 

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Antonio Rubial García. Doctor en Historia de México por la UNAM y en Filosofía y Letras por la Universidad de Sevilla (España). Se ha especializado en historia social y cultural de la Nueva España (siglos XVI y XVII), así como en cultura en la Edad Media. Entre sus publicaciones destacan: La Justicia de Dios. La violencia física y simbólica de los santos en la historia del cristianismo (Ediciones de Educación y Cultura/Trama Editorial, 2011); El paraíso de los elegidos. Una lectura de la historia cultural de Nueva España (1521-1804) (FCE/UNAM, 2010); Monjas, cortesanos y plebeyos. La vida cotidiana en la época de sor Juana (Taurus, 2005); La santidad controvertida (FCE/UNAM, 1999); y La plaza, el palacio y el convento. La Ciudad de México en el siglo XVII (Conaculta, 1998).

 

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