Muchos de los grabados más populares de Posada se conocen incompletos, ya que nunca se les presenta con el texto que los acompañaba, lo que ha ocasionado, con frecuencia, una distorsión de los títulos de las obras. Por ejemplo, José Guadalupe Posada jamás realizó ninguna calavera que llevase por nombre “La Catrina”. El nombre real de este famoso grabado era “Garbancera" y su significado se puede decir que, incluso, era lo contrario a una mujer elegante.
José Guadalupe Posada Aguilar es un gran rompecabezas que se ha ido armando, prácticamente, de la nada. Nació en Aguascalientes en 1852. Murió en Tepito en 1913. Durante los sesenta y un años que deambuló por este mundo, se le llamó don Lupe y él, un hombre gordo y bonachón, respondía a ese nombre.
Posada casi nunca usaba ese apellido, incluso muchas veces dejaba sin firmar sus trabajos. Por poner un ejemplo: de 110 cuadernos de la Biblioteca del Niño Mexicano, sólo firmó cuatro.
Trabaja como un artesano más, era solamente un dibujante-grabador-ilustrador que recorría las calles de la Ciudad de México; transitaba de taller en taller, de imprenta en imprenta, de periódico en periódico y ofrecía sus trabajos sin chistar a quien lo solicitara.
La invención de “La Catrina”
Muchos de los grabados más populares de Posada se conocen incompletos, ya que nunca se les presenta con el texto que los acompañaba, lo que ha ocasionado, con frecuencia, una distorsión de los títulos de las obras. Esa es otra de las lagunas en el conocimiento sobre Posada, ya que los autores de las crónicas y los poemas le dieron un plus a su obra. Por ejemplo, José Guadalupe Posada jamás realizó ninguna calavera que llevase por nombre “La Catrina”.
En 1930 se publicó una Monografía de 406 grabados de José Guadalupe Posada, cuyos editores fueron Frances Toor, Paul O’Higgins y Blas Vanegas Arroyo; Diego Rivera escribió la introducción.
En la página 160 aparece la “Calavera Catrina”, una de las obras maestras de Posada, imagen que se ha convertido en uno de los íconos de nuestra identidad nacional.
Aparentemente el asunto no pasó a más. Sin embargo, en 1948 Diego Rivera pintó el mural Sueño de una tarde dominical en la Alameda Central, en el Hotel del Prado; dibujó una calavera muy bien vestida, paseándose del brazo de un elegante Posada, mientras Diego niño toma de la mano a la calavera y Frida Kahlo se encuentra detrás. Este es el momento clave de donde arranca la fama del grabador y su creación; durante sesenta años se convirtió en una verdad absoluta: “La Catrina” la hizo Posada.
Pero no es así. La hoja donde apareció originalmente dicha obra se llama “Remate de calaveras alegres y sandungueras”, y lleva el subtítulo: Las que hoy son empolvadas garbanceras pararán en deformes calaveras. Es decir, la que hoy llaman “Catrina”, en realidad representaba a una “india garbancera”, como se les llamaba a aquellas ladinas que querían ser como sus patronas, gachupinas:
Hay unas gatas ingratas,
muy llenas de presunción
y muy metreras como ratas,
que compran joyas baratas
en las ventas de ocasión.
Las “gatas ingratas”, las garbanceras, poco tenían de catrinas y de elegantes señoras.
Aquí se presenta sólo un fragmento del artículo "Posada. Una historia del montón" del autor Agustín Sánchez González, que se publicó íntegramente en Relatos e Historias en México número 34: http://relatosehistorias.mx/la-coleccion/34-juan-de-palafox-y-mendoza.
Si desea adquirir un ejemplar dé clic en laliga: http://raices.com.mx/tienda/revistas-juan-de-palafox-y-mendoza--REH034