Nahui Olin: la artista sin principio ni fin

Ricardo Cruz García

 

Las atrevidas fotografías de desnudos de Nahui Olin escandalizaron a la sociedad de su época.

 

 

Lo primero son sus ojos: magnéticos, enormes, verdes como la más codiciada esmeralda. Ellos vienen acompañados de la libertad sin tapujos que escandalizó a la sociedad mexicana de los años veinte del siglo pasado. La tríada la completa una pasión sin límites siempre en busca de abrazar la esencia de la vida.

 

Nada define mejor a María del Carmen Mondragón Valseca como el movimiento. De allí su sobrenombre: Nahui Olin, proveniente de los vocablos en náhuatl que hacen referencia al legendario Quinto Sol, el Sol del Movimiento. “Mi nombre es como el de todas las cosas: sin principio ni fin”, afirmaría esta pintora y escritora, pero sobre todo mujer libre.

 

Carmen nace en el México porfiriano, el 8 de julio de 1893, fruto del matrimonio del teniente coronel Manuel Mondragón y Mercedes Valseca. En 1897 la familia se establece en Francia, adonde el padre viaja seguramente para cumplir una comisión gubernamental. Regresan en 1905 y se instalan de nuevo en el pueblo de Tacubaya, en la calle General Cano (ahora parte de la colonia San Miguel Chapultepec, cerca de metro Juanacatlán de Ciudad de México).

 

Como hija de una familia de la aristocracia porfiriana, Carmen estudia en el Colegio Francés. Después del triunfo de la Revolución iniciada en 1910, el general Mondragón no tiene cabida en el nuevo grupo en el poder y en 1913 es de los principales organizadores del golpe militar contra el gobierno de Francisco I. Madero. Tras la llegada de Victoriano Huerta a la presidencia, es nombrado secretario de Guerra.

 

En junio de ese mismo año, Mondragón renuncia a su ministerio y se embarca con parte de su familia hacia al exilio en París. Un par de meses después, Carmen se casa con Manuel Rodríguez Lozano, entonces cadete del Colegio Militar y después pintor. Alrededor de 1914, los esposos parten también a Francia. Llevan un matrimonio sin mucho sentido y, ya pasada la lucha armada, regresan a México.

 

En 1921 nuestra protagonista conoce a su gran amor: Gerardo Murillo, el Dr. Atl. En medio de una relación apasionada y explosiva en todos los sentidos, Carmen se convierte en Nahui Olin. Es una época prolífica para ambos y el ambiente artístico nacional está en un esplendor. Ella publica su poesía y otros escritos en español y en francés, en sobresalientes ediciones propias: Óptica cerebral, poemas dinámicos (1922), Calinement, Je suis dedans (1923) y A dix ans sur mon pupitre (1924).

 

Si bien en su pintura Nahui tuvo mucho de autodidacta y se alejó de las formas académicas, en esos años es parte del grupo de artistas de la Escuela Nacional de Bellas Artes, en la antigua Academia de San Carlos, junto con Germán Gedovius, Joaquín Clausell y Rivera, entre otros.

 

Más tarde, las buenas conciencias y los defensores de una rancia moralidad se le van encima por atreverse a montar, en la azotea de la antigua Casa del Conde de la Cortina (en República de Uruguay, en el centro de la capital), una exposición de fotografías de sus desnudos, obra de Antonio Garduño (el mismo que años antes había hecho magníficos retratos de Emiliano Zapata). El escándalo crece cuando sus instantáneas plenas de erotismo y sensualidad empiezan a aparecer en las portadas de revistas ilustradas como Ovaciones y La Prensa.

 

La provocación es parte de su vida y su cuerpo es la forma de expresar su anhelo de libertad, al igual que para otras mujeres a nivel mundial, como la estadounidense Josephine Baker o la austriaca Elsie Altmann-Loos. Por eso, Nahui escribe: “Qué me importan las leyes, la sociedad, si dentro de mí hay un reino donde yo sola soy”.

 

Después, su amorío con el Dr. Atl se vuelve tormentoso y deciden separarse. Tiene otras relaciones, unas insignificantes y otras apasionadas, pero ella no deja de pintar ni de escribir. También funda asociaciones feministas de apoyo a las mujeres. Con el tiempo, su carácter libre y explosivo la lleva a aislarse del medio artístico nacional. Entre las décadas de 1930 y 1940 aún está presente en algunas exposiciones importantes, pero después ya solo vive de dar clases de dibujo y se le ve pasear, rodeada de gatos, por la Alameda Central de Ciudad de México.

 

De esta forma, como apunta su biógrafa Adriana Malvido, Nahui se convierte en una “desplazada” y construye su propio mundo, alejada de una sociedad que no la puede comprender. Lúcida y radiante hasta el final, muere en la antigua casa familiar de Tacubaya en 1978.

 

El silencio en torno a ella dura hasta 1992, cuando el investigador Tomás Zurián empieza a rescatar su vida y su obra. Además de exhibir una fina habilidad para la caricatura, sus pinturas destacan por su espontaneidad, un delicado manejo del color y composiciones que evocan el arte popular mexicano, mientras que su literatura se muestra impetuosa y sus fotografías aún hacen levantar las cejas a muchas personas. Ahora hasta una película se le tiene proyectado hacer, así que es un buen momento para conocer la trayectoria de quien también rompió los moldes de cómo ser mujer en su tiempo.

 

 

La nota breve "Nahui Olin: la artista sin principio ni fin" del autor Ricardo Cruz García se publicó en Relatos e Historias en México, número 122. Cómprala aquí.