Entre los principales dueños de esclavos negros en Nueva España figuró la Iglesia católica; tanto el clero secular como el regular los utilizaron en sus conventos, colegios, iglesias, capillas y haciendas. Pero fue la Compañía de Jesús, orden religiosa fundada por Ignacio de Loyola en 1534 y aprobada por el papa Paulo III en 1540, la más importante institución religiosa que poseyó esta mano de obra africana en Nueva España y en otros territorios de los actuales países de Perú, Paraguay, Chile, Argentina, Colombia, Ecuador y Brasil, donde también tuvieron presencia.
Hasta 1767, cuando se les expulsó de los dominios españoles, los jesuitas fueron de los que mayor cantidad de esclavos tuvieron en la América hispana, a quienes emplearon en sus diferentes instituciones y haciendas, de donde obtenían recursos para lograr sus objetivos misionales y educacionales.
Esclavos africanos en América
Durante todo el periodo colonial hubo en las llamadas Indias Occidentales (América) personas africanas y descendientes de ellas en condición de esclavitud. En el caso mexicano, esto se mantuvo hasta años después de la Independencia, pues aunque en 1810 los insurgentes decretaron su abolición, esta no se pudo cumplir en medio de la guerra. Los primeros cautivos se introdujeron a Nueva España desde la etapa de conquista, aunque se trató de un número reducido y generalmente de esclavos ladinos, es decir, africanos ya asimilados a la cultura española. A causa de la demanda de fuerza de trabajo por parte de los colonizadores que se fueron instalando en estos territorios, a la disminución de la población nativa y a la situación del comercio negrero, se trasladaron cada vez más esclavos. Aquí los africanos, a diferencia de lo que pasó en las colonias norteamericanas y en el Caribe, se comenzaron a mezclar de forma importante con indios y españoles, y el número de esclavos mulatos, morenos o prietos fue en aumento, así como el de la población libre con este origen.
Nueva España (México) fue una de las colonias hispánicas a las que llegaron más esclavos negros, como por lo general se nombraba a esta población en los primeros años de colonización. El historiador estadounidense Colin Palmer menciona que de 1521 a 1639, del total de esclavos importados a las Indias Españolas, un cincuenta por ciento tuvo como destino el virreinato novohispano. Se ha calculado que hasta 1645 en el territorio había 150 000 africanos aproximadamente, tanto introducidos de manera legal como por contrabando.
Los cautivos se emplearon en la minería, en ingenios azucareros y haciendas agroganaderas. Aunque también los encontramos en los centros urbanos, los obrajes, gremios y en el servicio doméstico, contribuyendo al desarrollo económico y social de la colonia.
Instituciones y haciendas jesuitas
Los jesuitas llegaron a la Nueva España en 1572 y se instalaron en Ciudad de México, donde fundaron su primer y principal institución: el Colegio Máximo de San Pedro y San Pablo (actualmente su templo es sede del Museo de las Constituciones de la UNAM). Debido a su aceptación dentro de la sociedad novohispana y a las donaciones que obtuvieron, los hijos de Loyola fundaron más instituciones en años posteriores, hasta su expulsión por orden del rey Carlos III.
En 1611 el provincial de la orden, el padre Rodrigo Cabredo, informaba que tenían quince centros: una casa profesa, un noviciado, seis colegios, dos seminarios, cinco residencias y sus misiones al norte de la provincia. En ellos se dedicaron a la formación de sus miembros, la educación de la juventud española y criolla, la de los hijos de indios principales, la evangelización de indios en las misiones de las regiones de frontera y de los demás sectores de la sociedad en las principales ciudades del virreinato.
Para el sustento de sus instituciones, los jesuitas obtuvieron recursos económicos y propiedades por medio de donaciones, limosnas, rentas de inmuebles urbanos, censos de capitales y la comercialización de productos de sus diferentes haciendas. Las fincas se dedicaron al cultivo de cereales (maíz, trigo, cebada, frijol, entre otros) y al de caña, por medio de la cual producían azúcar en sus ingenios y trapiches; a la cría de ganado (ovejas, cabras, cerdos, vacas, caballos y mulas); asimismo, contaron con pequeños obrajes para la manufactura textil.
La comunidad esclava
En todos sus colegios, haciendas y obrajes los jesuitas emplearon esclavos negros. Los adquirieron por vía de la compra, donación, herencia o por el nacimiento de ellos en sus haciendas. Los ignacianos compraban un esclavo, familias completas o grupos de hasta 67 africanos o más.
Las compras grandes eran por lo común de esclavos bozales (traídos directamente de África), quienes procedían, para el caso de Nueva España durante el siglo XVII, del área cultural bantú que comprendía los actuales países de Congo y Angola. Los cautivos del centro-occidente africano eran de diversas naciones, castas o tierras, como se les llamaba a su posible etnia de origen: Angola, Congo, Malemba, Anxiro, Bengala, entre otras. Aunque también compraron esclavos criollos descendientes de africanos nacidos en América, en especial en la Nueva España. En menor cantidad adquirieron esclavos “chinos” que eran indígenas del sudeste asiático, así como africanos del oriente del continente –conocidos como cafres, mozambiques o de la India de Portugal– que llegaban generalmente por el puerto de Acapulco, y no por el de Veracruz, a donde arribaba la mayor parte.
Con el transcurrir del tiempo, los jesuitas en algunas de sus haciendas pudieron mantener o incrementar su población esclava, en mayor medida a través del matrimonio entre ellos, y en pocas ocasiones con esclavos ajenos o con población libre india y mestiza, dando paso al nacimiento de esclavos criollos.
En lo que se refiere a la venta, los religiosos la hicieron no con fines de comercialización sino por cuestiones estratégicas de administración. Los intercambiaban o vendían para lograr un equilibrio en la población, así como para deshacerse de aquellos que eran un problema para el rendimiento de sus propiedades; por ejemplo, los que tenían antecedentes de cimarrones –los que huían de las haciendas–, los ladrones o borrachos.
El uso de esclavos en las diferentes instituciones jesuitas fue reducido y se les empleaba en el servicio doméstico, como entregadores o incluso como intérpretes. Así pasaba en el Colegio de Cartagena de Indias, en la actual Colombia, donde los padres Alonso de Sandoval y Pedro Claver, destacados por su labor doctrinal con los esclavos que llegaban a ese puerto, compraron algunos que les sirvieron de intérpretes para catequizar al resto de esta población. En otras provincias jesuitas de América, sus esclavos pudieron aprender canto o la ejecución de algún instrumento, lo que les permitió participar en los rituales religiosos en las capillas o iglesias de la orden o incluso ser alquilados en otras.
Continúa leyendo sobre el trabajo de los esclavos en las haciendas jesuitas en el artículo completo “Los esclavos de los jesuitas” de la autora Julieta Pineda Alillo, que se publicó en Relatos e Historias en México número 116. ¡Cómprala aquí!