La posesión demoniaca de Sor Margarita de San José

Xixián Hernández de Olarte

La diferencia entre la tentación demoniaca y la posesión consistía en que en la primera los demonios actuaban desde fuera de la persona y, por lo tanto, esta tenía responsabilidad sobre sus acciones a pesar de la influencia maligna. En el segundo caso, el que actuaba era el demonio, despojando al individuo de su libre albedrío y, por lo tanto, no tenía responsabilidad sobre sus acciones.

 

Una tarde de agosto de 1717, en el convento de Jesús María de la Ciudad de México, sor Margarita de San José se encontraba confesándose: se acusó ante Juan Ignacio Castorena de sacarse la hostia de la boca, pisarla y escupirla; romper una estampa de la Virgen, tirarla al suelo y escupirla; darle una bofetada a la imagen de un Niño Jesús; no haber creído en Dios ni en su misericordia, mucho menos en los milagros de los santos ni en la pureza de María. Pero estaba arrepentida y pidió la absolución.

Castorena le explicó que cometió delitos contra la fe y por lo tanto debía denunciarse ante la Inquisición para conseguir el perdón. Obediente, envió su autodenuncia el 8 de agosto. Los inquisidores José Cienfuegos, Francisco de Garzón y Francisco Antonio de Palacios iniciaron una investigación contra ella y mandaron que su confesor, quien también fungía como calificador del tribunal, la examinara para poder dictar sentencia.

La “hija luciferina”

En el transcurso de la averiguación la monja mandó cartas a su confesor diciéndole que el Demonio la tentaba todos los días, que sentía “una fuerza” que la obligó a escribir una carta de esclavitud a Satanás donde afirmó que “no hay más Dios que Lucifer, ese es el verdadero y en ese creo y por darle gusto perderé la vida […] soy de mi amo señor Satanás”, además se autonombraba “su hija luciferina”.

El calificador comenzó a pensar que sor Margarita estaba poseída y así se lo manifestó al Santo Oficio. ¿Cómo reaccionó el tribunal ante un caso de blasfemias y profanación de imágenes religiosas resultantes de lo que se consideró una posible posesión demoniaca? Este caso nos permite dar algunas respuestas al respecto.

Según la ideología de la época, cuando existía una tentación demoniaca el maligno actuaba desde fuera del individuo, su objetivo era que la persona inclinase su voluntad hacía el pecado y cayese en la trampa maquinada por el Diablo. En la posesión, en cambio, la fuerza maligna decidía actuar desde el interior, consistía en que un demonio o varios demonios se instalaban dentro del cuerpo del poseído y se convirtieran en uno mismo, el o los espíritus infernales utilizaban todos los miembros del organismo (manos, pies, lengua, etcétera) para decir y hacer acciones que tenían como fin insultar y denigrar a Dios. La persona perdía su libertad y el ejercicio de su voluntad por lo que quedaba eximida de la responsabilidad de sus actos.

En una de sus cartas, sor Margarita aseguró estar energúmena o poseída porque: “tengo gran repugnancia de rezar el oficio divino [...] no puedo decir el Padre Nuestro ni Ave María ni el credo […] en todas las misas me da rabia y cólera contra el sacerdote y contra las que la oyen”, todo lo cual era considerado señales de posesión porque expresaba abiertamente un aborrecimiento hacia lo espiritual.

Más allá de lo que podríamos creer en la actualidad, debemos tener presente que la posesión es un fenómeno que se ha presentado en diversas culturas y épocas aceptándose como real en su momento. La idea se popularizó en el siglo XVII por la obsesión social a lo diabólico que la misma cultura religiosa alentó a partir de las representaciones del Diablo en imágenes, literatura y prédica; esto, combinado con la imaginación colectiva, influía en lo que muchas personas decían experimentar.

La mujer: más propensa a la posesión

Para la concepción religiosa novohispana –heredada de la medieval–, la mujer era más propensa a sufrir una posesión. Según los teólogos esto se explicaba por su condición natural temerosa, su genio frágil, por ser “flacas de entendimiento”, su propensión a la ira y furia y su asociación con la serpiente del paraíso, por lo que estaban más expuestas a las incursiones demoniacas. Así, la posibilidad de que existieran mujeres poseídas por el Demonio estaba muy presente en la vida cotidiana de su sociedad.

Castorena consideró que si la monja escribió su carta de esclavitud a Satanás después de su autodenuncia, no podía haber estado consciente de lo que hacía porque sabía que su proceso inquisitorial estaba en curso y le afectaría al momento en que los inquisidores dictaran sentencia. Volvió a hablar con ella varias veces en el confesionario y, según su decir, se dio cuenta que cuando le pidió repetir con él el Padre Nuestro, sor Margarita no podía, no le salían las palabras y se enfurecía; sentía la necesidad de quitarse el rosario y las reliquias; le contó que a veces veía figuras de perro, dragón o serpiente; animales que simbolizaban los bajos instintos del hombre y que, en efecto, eran precisamente las representaciones zoomorfas del Diablo en la Nueva España. Finalmente la monja le dijo que una noche vio una sombra que se paró detrás de la cortina de su cama, la alzó y le dio tres tirones jalándole la ropa. Entonces, comenzó a considerar exorcizarla.

 

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