Sierra fue nombrado secretario de Instrucción Pública y Bellas Artes en 1905. El presidente Díaz lo dejó hacer su trabajo y lo apoyó a pesar de los conflictos que para entonces había en el seno del gobierno y entre el grupo de los “científicos”.
Conforme las ideas del antiguo grupo de La Libertad fueron cristalizándose, o bien, cuajando como pensamientos comunes de la opinión pública, pensaron en conformarlas institucionalmente lo más pronto posible. Había que reorganizar el partido liberal bajo un programa científico acorde a la época y con el desarrollo del país. La oportunidad llegó en 1892 con la reelección del general Díaz, siempre y cuando, argumentó Sierra, fuese mediante un partido institucional y un programa que ciñera la conducta del gobierno.
Con este fin, participó en la organización de la primera Convención Nacional Liberal y redactó el manifiesto constitutivo en el que expuso su teoría política sobre la “dictadura ilustrada”, en la que pugnaba por un Estado que habría de progresar por medio de una sistematización científica de la administración pública del país. Fue entonces que expresó: “México es un pueblo con hambre y sed de justicia”.
Durante los dos siguientes años, defendió ante el Congreso esos principios, ganándose, por su claridad oratoria, el aprecio y el aplauso unánimes. Desafortunadamente, el creciente predominio autocrático del presidente Díaz frustró el nacimiento de un auténtico partido nacional, aunque surgió un grupo al que el pueblo bautizará como “partido de los científicos”, que poco a poco será más ofensivo, hasta que llegó la caída de don Porfirio.
Cabe señalar que los abundantes aspectos peyorativos del término “porfirismo” dejan íntegra la figura y la obra de Sierra. Lo mismo ocurre con la etiqueta de “científico”, pues, en efecto, quiso serlo, aunque en el alto sentido expuesto en La Libertad y en el manifiesto de la Convención Liberal de 1892, que frustraron el propio general Díaz y los apetitos de sus amigos, a quienes don Justo acompañó en tanto conservaban la idea de una política científica, que por lo menos él se empeñó en realizar dentro de la educación. Sin embargo, se les apartó en cuanto el grupo “científico” significaba inhumanidad, desatención a los flagrantes intereses de la colectividad, antimexicanismo y vergüenza de lo vernáculo.
Para 1894, un Justo Sierra con la cabeza cubierta de canas era ya ministro de la Suprema Corte de Justicia, de la que llegó a ser presidente. Tras un viaje a los Estados Unidos (1895), plasmó sus vivencias en una serie de cartas y apuntes que conformaron su libro En tierra yankee. Durante los siguientes años se dedicó a escribir discursos; artículos en revistas y periódicos sobre pedagogía, política, crítica literaria e historia; a la publicación de sus Cuentos románticos y la serie Estampas viejas; a sus compromisos políticos de grupo y a su participación en el panorama nacional.
Los anhelos cumplidos
Terminado otro periodo presidencial de Díaz, en 1899 se opone a su reelección señalándole que “la presidencia vitalicia significa la monarquía electiva con un disfraz republicano”. Nombrado ministro de la Suprema Corte para un segundo periodo, solicitó licencia para viajar a Europa como representante del gobierno en el Congreso Social y Económico Hispanoamericano de Madrid, no sin antes terminar la publicación de su magna obra México, su evolución social, una de las hazañas editoriales del porfirismo desarrollada por varios especialistas supervisados por Sierra.
Se encontraba en Francia acompañado de Rubén Darío y Amado Nervo cuando el gobierno mexicano lo nombró titular de la recién creada subsecretaría de Instrucción. “En la travesía de regreso –narra Yáñez– el maestro redacta el esbozo de su programa educativo que contenía los grandes lineamientos de todo cuanto después se hizo y que al llegar a México, el 9 de junio de 1901, presenta al general Díaz”.
Con la libertad de elegir hombres capaces que lo apoyaran, presentó al año siguiente el programa oficial de su gestión, al que tituló Plan de la escuela mexicana, donde anuncia la autonomía de los jardines de niños; la revisión de los planes de estudios en primaria y secundaria; hace énfasis en el progreso del magisterio; la reorganización de las carreras de Jurisprudencia, Medicina, Ingeniería, Arquitectura, Bellas Artes y Música; la promoción de la arqueología; la creación de un sistema de universidades en provincia y de una universidad para maestros; el otorgamiento de desayunos escolares y un sistema de becas para los alumnos destacados.
Para completar, presentó un febril alegato a favor de la creación de la Universidad Nacional. “Esta fue la ocasión en que Justo Sierra trazó públicamente el gran cuadro de la construcción espiritual de México, abarcando desde los jardines de niños hasta la Universidad”, señala Yáñez. Ante el presidente Díaz, el programa fue aprobado y conforme pasó el tiempo se fue desarrollando y consolidando. Además, en 1905 fue nombrado titular de la nueva Secretaría de InstrucciónPública y Bellas Artes.
Cinco años después, en el marco de las Fiestas del Centenario de la Independencia, se llevó a caboen septiembre la inauguración de la Universidad Nacional, de la Escuela Nacional de Altos Estudios y de la Escuela Normal de Maestros. Con estos actos culminaba la cosecha madura de diez años de siembras y vigilias que su patriotismo le inspiró por la elevación nacional de la educación. “En honor a la verdad –dice Yánez–, el presidente Díaz lo dejó hacer, lo apoyó a pesar de las censuras que se levantaban en el seno mismo del gobierno y del grupo de los científicos”, mientras que Sierra colaboró con el mandatario aun y cuando había considerado absurdas las últimas dos reelecciones.
No debe dejarse de lado la importancia que Sierra concedió al arte como factor de la educación, motivo por el que se pronunció a favor del mecenazgo del Estado. Bajo sus auspicios y con la política de pensiones, se fueron forjando nuevos valores (algunos de los pensionados en el extranjero fueron Julio Ruelas, Francisco del Paso y Troncoso, Francisco Goitia, Fanny Anitúa, Roberto Montenegro, Carlos M. Lazo, Diego Rivera y Manuel M. Ponce).
Entre otras actividades, también presidió la Academia Mexicana de la Lengua; favoreció la investigación científica y la producción y publicación de obras como Antología del Centenario y Juárez, su obra y su tiempo; revitalizó el museo nacional; estableció la Escuela Internacional de Arqueología y Etnología Americanas, y participó en reuniones científicas, en el XVII Congreso Internacional de Americanistas, en el Primer Congreso Nacional de Educación Primaria, en el IV Congreso Médico Nacional y en la Exposición de Arte Mexicano Contemporáneo, entre otros eventos. Además, a él se debe la organización de los estudios y las exploraciones sistemáticas en arqueología.
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Justo Sierra. La cabeza de la transformación educativa en el Porfiriato