Obra inaugural de la llamada “añoranza porfiriana”, esta cinta evoca las costumbres sociales de aquella clase alta, a la vez que rinde un homenaje a su tradición musical.

En alguna ciudad de la provincia mexicana, a finales del siglo XIX, el Gran Casino alojaba a don Francisco de las Torres, bohemio catrín dispuesto a celebrar el mayor de sus placeres, el juego, acompañado de su comparsa don Rodrigo, algo de sofisticada bebida y gozosas melodías. Parecía no perturbarle ni el sueño, pues llevaban más de dos noches seguidas a puerta cerrada, como tampoco el compromiso matrimonial que por esos días consumaría con Carlota.

Seguro de sí, la llegada tarde a su boda solo le representaba una demora sin importancia, la cual podría reparar con algunas palabras revestidas de su honorable caballerosidad. Pero las cosas no van a ser así y termina por perderla no solo a ella, sino también a la hija que esperan. Ella finalmente va a París y es casada con su tío, pues era esta la única manera de contener las habladurías de aquella sociedad provinciana que probablemente hubiese cuestionado su maternidad sin un esposo a su lado.

Los años pasan y Carlota (interpretada por Aurora Walker) regresa a vivir a México, que por entonces es un país imbuido en el brillo porfiriano de las clases acomodadas. Por supuesto, viene con ella la pequeña Carmen, a quien don Francisco (Fernando Soler) se rehúsa a perder… O, mejor dicho, ansía el momento de confesarle que él es su padre.

Y será con la ayuda de la nana que el cortés caballero, ya para entonces venido a menos, pueda mantenerse cerca de Carmen, que cuando joven, se enamora de Fernando (Emilio Tuero); sin embargo, no podrán corresponderse porque a ella la han comprometido con don Rodrigo (Joaquín Pardavé) contra su voluntad. Eso sí, ambos personajes forman parte de esa pequeña burguesía en la que ella nació.

Dirigida por Juan Bustillo Oro y producida por Grovas-Oro México Films, esta cinta corresponde a la época de oro del cine mexicano que por entonces arrancaba. De principio a fin, refleja la añoranza por los tiempos porfirianos que mucho distaron de ser tan pomposos para la mayoría de los pobladores.

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