Nellie Campobello, la mirada femenina de la Revolución

Ricardo Cruz García

 

Es 1998 y en el Palacio de Bellas Artes todos esperan ansiosos el regreso a la escena pública de la primera escritora moderna de México. Desde 1985 nadie la ha vuelto a ver y en ese día de febrero se ha dicho que asistirá a recibir un homenaje. El tiempo avanza y los minutos se hacen eternos porque la mujer que debía rondar casi el centenar de años no llega. Al final, se anuncia que siempre no, que Nellie Campobello no se presentará, que su médico no la dejó venir. El misterio sobre su desaparición continuaría sin resolverse: ¿en relidad estaba secuestrada, como se rumoraba desde hacía tiempo?

 

Francisca Moya Luna nació el 7 de noviembre de 1900 en el poblado de San Miguel de las Bocas, hoy Ocampo, Durango. Poco después, la familia se trasladó a Chihuahua, donde la pequeña pasó su infancia y juventud envuelta por el torbellino de la guerra y la lucha del villismo en la región. Eran los años de la “etapa más cruel que vivió Chihuahua durante la Revolución y uno de los periodos más oscuros de toda su historia”, de acuerdo con Friedrich Katz. Allí vio pasar a las tropas, la sangre derramada y la muerte cotidiana que más tarde evocaría en sus relatos sobre la lucha en el agreste norte mexicano.

 

Tras la muerte de su madre, Francisca arribó en 1923 a la bulliciosa Ciudad de México, junto con su media hermana Gloria y otros familiares. Aquí se establecieron bajo el amparo del padre de esta última, un hombre de apellido Campbell, de quien tomaron el apellido que después trasladarían al español. Al parecer, Francisca conoció en ese mismo año al periodista y escritor Martín Luis Guzmán. Las hermanas estudiaron en el Colegio Inglés y pronto se dedicarían a un arte que a ambas apasionaba: la danza.

 

A finales de los veinte nuestra protagonista ya era conocida como Nellie Campobello. Entonces publicó su primer libro: Francisca Yo! Versos (1929), bajo el auspicio de Gerardo Murillo, el famoso Dr. Atl, quien ilustró la portada. En 1931 dio a la luz su obra más representativa: Cartucho, un asombroso mosaico de estampas y relatos breves sobre una serie de acontecimientos “borrada en la historia de la Revolución”. Allí ofrece un retrato íntimo de la guerra, una visión regularmente olvidada de aquellos años de sangre y fuego, una mirada lejos de las grandes batallas y de las altas esferas del poder. Pero también se asoma en sus trazos aquel personaje que se mece entre la historia y la leyenda: Pancho Villa.

 

En la década de los treinta Nellie se dedica principalmente a la danza. Da clases en escuelas públicas y en la UNAM; en 1931, en el Estadio Nacional, se estrena el ballet 30-30, de la que es autora del argumento y la coreografía. Al año siguiente se inaugura la Escuela Nacional de Danza, de la que será su principal impulsora y directora de 1937 a 1984.

 

En 1937 también aparece Las manos de mamá, una obra en honor a su madre Rafaela Luna en la que la calidez de los recuerdos se entrelaza con la tragedia de la historia colectiva. En 1940 se publican sus Apuntes sobre la vida militar de Francisco Villa, basada en la bitácora del general revolucionario, entregada a Nellie por la viuda del Centauro del Norte, Austreberta Rentería. En ese tiempo elabora coreografías para la Escuela Nacional de Danza y en 1943 funda, con el apoyo de Gloria, su inseparable Martín Luis Guzmán y el pintor José Clemente Orozco, el Ballet de la Ciudad de México.

 

En los siguientes años se mantuvo como una gran impulsora de la danza nacional. Para entonces ya era ampliamente reconocida también por su literatura. Después de que murieran Gloria y Guzmán, Nellie se mantuvo como directora de la Escuela Nacional de Danza hasta 1983, año en que se retiró por causas de salud. La última vez que apareció en público fue en febrero de 1985, cuando la presentaron ante un juzgado para supuestamente despejar los rumores sobre su secuestro. Sin embargo, se la llevaron de prisa y apenas estuvo allí unos minutos. Quienes la pudieran ver, afirmaron que parecía afectada de sus facultades mentales; estaba temblorosa, agotada y enferma.

 

Así llegó aquel día de 1998 en que no se presentó en Bellas Artes. Entonces se pidió la intervención de la Comisión de Derechos Humanos del Distrito Federal. Tras las indagatorias, se descubrió que Nellie había muerto el 9 de julio de 1986 y sus restos estaban enterrados en un panteón de Progreso de Obregón, en Hidalgo. Los implicados en el secuestro fueron sentenciados a prisión. Se había resuelto el misterio, aunque ya nadie podía hacer nada para traer de vuelta a la gran artista. Hoy solo queda recordarla a través de su enorme y maravilloso legado.