Entre los siglos II y IV se habían reunido un gran número de textos sobre la vida terrena de Jesús y sus enseñanzas. Entre ellos, los obispos helenísticos (la mayoría, hablantes de la lengua griega) consideraron que solo eran canónicos e inspirados por Dios cuatro evangelios (Mateo, Marcos, Lucas y Juan), las epístolas de san Pablo y los Hechos de los Apóstoles. Tacharon, por tanto, de apócrifos, e incluso de heréticos, a todos los demás textos que, a diferencia de los canónicos en griego, estaban escritos en arameo, sirio, árabe y copto.