Entre los mayas la tortilla no era usual y para Teotihuacan en ciertas épocas tampoco; así, es posible que en muchas regiones la manera común de preparar el maíz fue el tamal.
Los productos más usuales para rellenar los tamales eran frijol, semillas de calabaza, venado, iguana, pescado, guisos de aves, flores de calabaza, chaya, chipilín, huevo.
Una manera usual de clasificar los tamales es a partir de los ingredientes que se añaden a la masa… De ahí la expresión popular con respecto a los tamales que reza “de chile, de dulce y de manteca”.
Del desprecio a la multitud de marginados de la Ciudad de México, a los que retrataban con el cuchillo en una mano y la botella en la otra, a su uso en los choques violentos de las contiendas electorales.
Una de las principales rutas marítimas del mundo fue descubierta por el fraile, y experto marino, Andrés de Urdaneta durante su travesía por el Pacífico para establecer el comercio entre Asia, América y España. El viaje comenzó el 21 de noviembre de 1564 en Navidad (Jalisco) con cinco naves, y a bordo iban 150 marinos, 200 soldados y cinco agustinos. El piloto era Andrés de Urdaneta.
1924, verano. La jovencísima y talentosa Remedios Varo ingresa a la prestigiosa Academia de Bellas Artes de San Fernando, en Madrid. Con apenas 16 años a cuestas, posee un extraordinario dominio del dibujo pues, desde muy niña, su padre, Rodrigo Varo Zejalvo, ingeniero hidráulico, cultivó en ella el interés y el gusto por el dibujo lineal y las formas geométricas.
Las hijas y esposas de los indígenas caciques, como la representada en este retrato, también contaron con algunos privilegios; el más preciado en la época fue el de poder tomar el hábito religioso en el convento de Corpus Christi.
Para Santos Degollado, tomar la Ciudad de México desde el pueblo de Tacubaya aquel 18 de marzo de 1859 no solo significaba dejar atrás la mala fama de sus derrotas que ya comenzaban a ensombrecer su nombre.
El encuentro entre Obregón y el escritor Valle-Inclán
Se dice que acudían juntos al teatro o a los toros y que de pronto Valle-Inclán le preguntaba: “¿Aplaudimos, mi general?”. “Aplaudimos”, contestaba el sonorense. Entonces conjuntaban sus únicas y complementarias manos y las chocaban repetida y sonoramente, al tiempo que reían a mandíbula batiente.