Una india noble y su camino para profesar en el convento

Doña Paula Jacinta Gómez

Xixián Hernández De Olarte

Las hijas y esposas de los indígenas caciques, como la representada en este retrato, también contaron con algunos privilegios; el más preciado en la época fue el de poder tomar el hábito religioso en el convento de Corpus Christi.

 

Paula Gómez nació el 16 de enero de 1712 en el pueblo de Chalco, un lugar privilegiado rodeado de bosques, ríos, ranchos y haciendas, perteneciente a la provincia que tenía el mismo nombre. Ubicada al suroriente de la cuenca de México, se consideró una de las más importantes del centro de la Nueva España porque proveía de una alta cantidad de granos a la Ciudad de México, ya que poseía tierras fértiles y húmedas. Tal vez su mayor atractivo era que tenía como vista de fondo los volcanes Popocatépetl e Iztaccíhuatl.

Paula no era una niña cualquiera: su familia pertenecía a la nobleza indígena, cuyos integrantes en aquellos tiempos eran conocidos como caciques y principales. Debido a que fueron los sucesores de los gobernantes o señores prehispánicos, tuvieron ciertos privilegios. Al ser parte de un linaje notable no pagaban tributo, tenían tierras y posesiones, usaban el “don” antes de su nombre como signo de distinción, podían vestirse a la española y algunos hombres fueron admitidos en colegios y en la universidad.

Los caciques llegaron a ser personajes muy importantes en sus lugares de origen. Podían ser elegidos para puestos políticos y religiosos, como los abuelos de Paula, don Andrés Gómez y don Francisco de los Reyes, que fueron fiscales del cabildo indígena de Chalco y se dedicaron a impartir justicia entre los demás indios. Además, don Andrés fue fiscal de la iglesia, un puesto de mucho prestigio y responsabilidad, pues recibía el dinero de las misas, normalmente organizaba las ceremonias, debía mantener el esplendor del templo, el culto a los santos y dirigir las fiestas religiosas.

Crecer en Nueva España

Paula pasó su infancia en el campo. Le gustaba correr entre los sembradíos de maíz, haba, trigo o calabaza, y por la panadería de sus padres, don Manuel Gómez y doña Gertrudis Benítez, que estaba en la calle de atrás de la parroquia de Santiago Apóstol, el patrón del pueblo. Su madre y sus abuelas, doña Melchora de los Reyes y doña Ángela María, la llevaban a misa cada domingo y le enseñaron las creencias católicas, oraciones, ejercicios de piedad, así como virtudes como la humildad y la obediencia.

Al ser una india cacica, también tuvo la posibilidad de aprender a leer y escribir. Además, en casa se instruyó en los llamados “oficios mujeriles”; es decir, cocinar, tejer, bordar, confeccionar su propia ropa y mantener el hogar limpio. Pero lo que más le gustaba era ir a la iglesia; le llamaban la atención las imágenes religiosas y aprendió a tenerles fe y cariño, sobre todo a la Virgen y a Cristo.

Cuando tenía doce años, en 1724, se enteró de que en la Ciudad de México recién se había fundado un convento exclusivo para indias nobles llamado Corpus Christi. Y es que si bien existían monasterios femeninos en la capital novohispana, desde el siglo XVI se prohibió que las indias profesaran porque se les consideró neófitas en la fe. A pesar de esto, algunas fueron recibidas para ser educadas, ser sirvientas o como “donadas” (mujeres que vivían en los claustros como religiosas, pero sin posibilidad de profesar).

Tras conocer la noticia, Paula deseó convertirse en monja. Sin embargo, tuvo que esperar un tiempo porque era muy pequeña y, además, existía una lista enorme de jóvenes que compartían su aspiración.

Un convento diferente en la ciudad

Mientras crecía y esperaba un lugar en el monasterio, Paula se dedicó a averiguar lo más que pudo de él y cómo se fundó. Supo que quien inició los trámites para abrir el convento de Corpus Christi fue el virrey Baltazar de Zúñiga en 1719, aprovechando que desde España se decretaron leyes que favorecieron a los caciques, como la real cédula de 1697, donde el rey Carlos II autorizó su acceso a puestos eclesiásticos, gubernamentales, políticos y de guerra. Además, la política borbónica de educación y castellanización dirigida a los naturales también ayudó, pues el virrey justificó su petición argumentando que estaba acorde con “lo prevenido por leyes reales y recomendaciones […] especialmente a que las indias de distinción tuviesen recogimiento en que fueren educadas”.

Después de cinco años y varios esfuerzos, entre opiniones a favor y en contra de la fundación, el rey Luis I autorizó la apertura del convento. Su inauguración se llevó a cabo el jueves de Corpus Christi de 1724, cuando varios indígenas nobles de distintas partes de la Nueva España acompañaron a sus hijas para verlas convertirse en novicias y, más tarde, en las primeras monjas indias novohispanas. La noticia corrió por toda la ciudad y los pueblos cercanos, como Chalco, donde Paula se emocionó al darse cuenta de que finalmente las mujeres de la nobleza indígena tenían un espacio religioso propio.

El convento quedó sujeto a la orden de frailes de San Francisco, ya que esta fue la primera en evangelizar a los indios, y siguió la primera regla de Santa Clara, la cual tenía como característica principal el apego a una verdadera pobreza. Sor Petra de San Francisco, quien salió del monasterio de San Juan de la Penitencia, fue la primera abadesa. El número de religiosas se fijó entre dieciocho y veinte, aunque con el tiempo se admitieron hasta 33. Para poder profesar se requería ser india pura, pertenecer a la nobleza, no ser tributaria, ser hija legítima, no haber practicado oficios viles, tener una educación elemental, no haber participado en ceremonias idólatras, no estar comprometida matrimonialmente, tener por lo menos quince años y gozar de buena salud.

Paula cumplía con todos estos requerimientos, pero su idea de profesar tuvo que retrasarse más tiempo porque, cuando cumplió trece años, su padre murió. Su tristeza, combinada con el deseo de no dejar sola a su madre y la responsabilidad que sentía de ayudarla en la panadería, hizo que se quedara al lado de su familia por otros ocho años más. Sin embargo, eso no la hizo abandonar su aspiración de ser religiosa, así que rechazó a todos los pretendientes que se le acercaron con intención de casarse.

 

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Doña Paula Jacinta Gómez. Una india noble y su camino para profesar en el convento de Corpus Christi