Corría el año de 1648, y después de cinco veces que el supuesto milagro sucedió, el marido de doña María mandó llamar a su amigo el escribano Miguel Pérez para testificar su veracidad. Por más de veinte años se realizó el “prodigio” y en 1674, el arzobispo fray Payo de Ribera ordenó que se hicieran juntas de teólogos para que diesen su parecer sobre el caso.

Catalina de San Juan fue parte de la diversidad de personas que llegaron de todo el mundo cuando Nueva España se convirtió en uno de los puntos centrales de las rutas comerciales entre Europa, Asia y África.

A espaldas del antiguo templo de San Agustín, en el número 81 de República de El Salvador, donde hoy se alza parte de la Farmacia París, están los vestigios del pasadizo. En el balcón de la extrema derecha se observan los cambios en la fachada que indican que allí iniciaba un extremo del arco.

El famoso refugio que flota entre la historia y la ficción.

Se suelen utilizar los términos pirata y corsario como sinónimos. Su objetivo, al final del día, podía ser semejante: la obtención de un botín; sin embargo, la diferencia radica en que los primeros eran considerados simples ladrones sin ética ni control de nadie. Los segundos eran marinos, en su mayoría respetables en su oficio, que contaban con el permiso de un gobierno, la patente de corso, para saquear naves mercantes enemigas.

A la caza de las riquezas españolas desde el siglo XVI.