Entre vítores y dejos de nostalgia de sus paisanos, el cura José María Morelos salió de Carácuaro a fines de 1810 para cumplir con las disposiciones de Miguel Hidalgo, quien luego del encuentro de ambos en Charo, a las afueras de Valladolid, le otorgó el título militar de “general de los ejércitos americanos para la conquista y nuevo gobierno de las provincias del sur, con autoridad bastante”.
Morelos continuaba así su participación en la guerra de independencia que entonces se extendía desde el Bajío novohispano hacia otras regiones al sur. Junto a los hermanos Galeana, a quienes visitó en su hacienda El Zanjón, y con alrededor de 3,000 hombres bajo sus órdenes, el “pastor de almas” emprendió su marcha hacia Acapulco, no sin antes librar las primeras batallas ante el ejército realista.
El primer revés llega en los primeros meses de 1811, cuando el sacerdote vallisoletano y sus tropas son rechazados, desde el fuerte acapulqueño de San Diego, por el comandante español Pedro Antonio Vélez y los suyos. Sin embargo, después se reagrupan y obtienen victorias en batallas en las que también destacan Vicente Guerrero y Hermenegildo Galeana, quien, a partir del triunfo en Los Coyotes de marzo de ese año, se gana la confianza de Morelos, por lo que este lo consideró su ayudante imprescindible. Sería también Galeana quien logró la adhesión de los hermanos Bravo, luego de visitarlos por orden de Morelos con la consigna de contar con más víveres para la lucha.
Esas y otras acciones de armas, así como los conocidos hechos posteriores del Congreso de Chilpancingo y la jura de la Constitución de Apatzingán ocurrida en el otoño de 1814, hasta llegar a la derrota del llamado Siervo de la Nación ante Agustín de Iturbide en Valladolid (futura Morelia) y su posterior captura, son narradas con un vehemente tono oficialista –y con la firme intención de satisfacer al régimen en turno– en El Rayo del Sur (1943), cinta protagonizada por Domingo Soler y realizada en los Estudios Azteca en poco menos de medio año.
Bajo la producción, dirección y adaptación histórica del mexicano Miguel Contreras Torres –quien había filmado algunas escenas para Venustiano Carranza mientras estuvo en sus tropas, cuando la Revolución–, la película fue la continuación de El padre Morelos, también de 1943. Ambos filmes fueron parte del empujón nacionalista que el régimen ávilacamachista impulsó desde el recién fundado Banco Nacional Cinematográfico, que no escatimó en apoyos para que fueran llevadas a cabo (en ese año se produjeron también Mexicanos al grito de guerra y Cristóbal Colón).
Estrenada el 30 de septiembre en el Cine Iris, no sin antes tener una función exclusiva el 16 anterior en el mismo recinto, El Rayo del Sur fue objeto de toda clase de elogios de parte de la clase política. “Está perfecta, no me consolaría de que le quitaran una escena más”, expresó el general Lázaro Cárdenas, entonces secretario de la Defensa Nacional.
En medio de la Segunda Guerra Mundial, 1943 era también un año clave que dio gran lustre a la cinematografía del país con los títulos que llegaron a las marquesinas, sumándose a los de corte nacionalista: Flor silvestre, La vida inútil de Pito Pérez, una nueva Santa, Doña Bárbara, María Candelaria y Distinto amanecer.
El Rayo del Sur contó con una reedición en 1953; se le quitaron varios minutos y se le añadió una narración a cargo de Manuel Bernal, la cual retomaba el hilo de El padre Morelos. Para parte de la crítica especializada, la cinta era bastante pesada, “una sucesión de batallas y conversaciones graves y rígidas apenas amenizada por unas vistas del Acapulco aún no urbanizado, unas coplas alusivas a Morelos” y una peculiar escena del cura echándose unos tacos. Otros analistas han considerado que vale la pena rescatar las circunstancias y el tiempo en la que fue filmada para entender su valor, y por eso la recomendamos aquí.
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El Rayo del Sur