Una navidad en México

Relatos urbanos

Gerardo Díaz

Frances Erskine Inglis, conocida como marquesa o madame Calderón de la Barca, vivió en México entre diciembre de 1839 y enero de 1842. La inglesa cuenta que en diciembre de 1840 fue invitada a celebrar Nochebuena en la Catedral Metropolitana.

 

A ella debemos una serie de descripciones de la vida cotidiana muy apreciadas por nacionales y extranjeros hasta el día de hoy, tanto por su narrativa como por su objetividad. Publicado como La vida en México, este material continúa siendo indispensable para abordar situaciones tal vez intrascendentes en textos políticos, pero que permiten entender a la sociedad del México recién independizado.

Entre los relatos que integran este escrito, la inglesa cuenta que en diciembre de 1840 fue invitada a celebrar Nochebuena en la Catedral Metropolitana de la capital del país. Ahí se sorprendió con el cántico de las mujeres mexicanas y la orquesta que tocó la música. Tras cuatro horas de lo que describió como una magnífica tertulia, asistió a la casa de la marquesa Vivanco, señalando que todos en la ciudad acudían con el “jefe” de algún clan en esta fecha. Lo mejor de México era su gente. Los niños vestidos de angelitos, la cena agasajada, las luces de bengala. El espíritu fraternal y simbólico de la posada a María y José.

Pero madame Calderón también percibió una particularidad de la ciudad y en general “uno de los impedimentos más grandes para la felicidad de las gentes en este bello país […]. Las calles, las iglesias, los teatros, el mercado, la gente, todo está contaminado […]. En el teatro, una abundancia de olores sofocantes, especialmente en los mal alumbrados pasillos, no tiene nada de agradable”. La ciudad de las grandes mansiones no procuraba su embellecimiento. Lo peor, las personas ya se habían acostumbrado y lo aceptaban.

Sin embargo, también analiza que el ingresar a un templo es diferente a Europa, especialmente Inglaterra. Sus coterráneos, indica, se prestan para presumir en la casa de Dios. En cambio, el más caro vestido y el mejor carruaje no son necesarios en México. Los adinerados no tienen el interés de otras regiones del mundo en demostrarlo. “Aparentemente, iguales en presencia de Dios, la campesina y la marquesa se arrodillan juntas, sin diferencia casi en el vestir; las dos entregadas a sus devociones, sin fijarse cómo van vestidos los demás, ni cuál es el grado de su fervor”.

De aquella ciudad bien intencionada pero descuidada no culpó a un dirigente. Pero al parecer, las advertencias pasaron desapercibidas entre los ciudadanos.

 

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