Tras los huesos de los Niños Héroes en 1947

La construcción del mito al culto cívico
Marco A. Villa

 

La instrucción fue clara: “los héroes más limpios de la historia nacional” debían ser desenterrados. A punto estaba de cumplirse el centenario desde que los llamados Niños Héroes habían caído ante los invasores gringos aquel fatídico 13 de septiembre de 1847, cuando la visita del presidente estadounidense Harry S. Truman azuzó las pasiones sobre aquel final de la guerra. De paso, la polémica trajo de vuelta a la palestra la anécdota de los seis defensores y de qué hacer para conmemorarlos.

Como se ha propagado con grandilocuencia por décadas, en aquel asalto extranjero que inició en la madrugada y acabó temprano para las armas nacionales, los cadetes decidieron fajarse ante su inminente fin. Tal prueba de honor empalmó a la perfección con el impulso nacionalista de la posrevolución y, por añadidura, de las primeras presidencias priistas. Así también se cinceló la idea de que Agustín Melgar, Vicente Suárez, Francisco Márquez, Fernando Montes de Oca, Juan de la Barrera y Juan Escutia murieron estoicamente; el último incluso osó arrojarse a las faldas del cerro. El honor militar merecía ser cultivado y personajes como el general Sóstenes Rocha (1831-1897), “el militar más conspicuo del ejercito liberal” –según dijera el historiador Daniel Cossío Villegas– y partícipe en aquella batalla, se abocaron a ello.

Paralelamente, el creciente fervor popular impulsado por el discurso de las autoridades en la víspera del centenario de la gesta asumió que estos seis eran parte de aquella pléyade de héroes rescatados de la historia nacional y como tales debían ser trasladados a la inmortalidad que solo puede conceder el pedestal más alto del honor militar: su propio altar patriótico. Así las cosas, el coronel de Infantería Manuel J. Solís solicitó el permiso para localizar las osamentas que irían al interior del monumento que se erigiría en su honor.

Al investigar, Solís encontró que en 1850 una comisión vino del vecino del norte intentando recuperar los restos de sus soldados caídos en los años de esta guerra. En el transcurso, se develó la versión de que un soldado norteamericano dijo que cerca de un ahuehuete fueron enterrados seis alumnos del Colegio Militar. De inmediato se decidió escarbar en las inmediaciones, pero nada hallaron.

El seguimiento del hallazgo, iniciado en el primer semestre de 1947 y comandado por el general Manuel Torrea, Solís y Manuel Plata, exsubdirector del Colegio Militar, se dio tras el estudio de un plano, en colaboración con un guardabosque del lugar que participó con su testimonio. Al tiempo, los militares declararon a la prensa que lograron encontrar el lugar exacto en donde estaban enterrados los famosos restos.

De esta manera, la exhumación entre los llamados ahuehuetes de Miramón –por donde presuntamente había caído Escutia envuelto en el lábaro patrio– estuvo a cargo de los zapadores del Ejército mexicano, miembros de Defensa Nacional y peritos. El presidente Miguel Alemán, por su parte, puso en manos de la Sociedad Mexicana de Estadística y Geografía la tarea de verificar de la autenticidad de los huesos, que por cierto tenían sus dientes en buen estado, pero las tibias separadas de las rótulas dada la corta edad de los chicos. Por si fuera poco, el informe enviado el 31 de marzo de ese año por los antropólogos Luis Limón Gutiérrez y Felipe Montemayor García a su homólogo y humanista Daniel F. Rubín de la Borbolla, entonces director del Museo Nacional, hacía dudar de que efectivamente los Niños Héroes fueran los de las osamentas:

 

“El jueves 27 del presente mes recibimos de la Secretaría de la Defensa Nacional seis urnas conteniendo material osteológico, de cuyas características informamos a Usted:

Después de hacer la separación e identificación de los diferentes huesos, nos encontramos que entre ellos hay cráneos más o menos enteros y otros fragmentos que corresponden a seis individuos del sexo masculino. Cinco de ellos son fisiológicamente adultos jóvenes y el otro corresponde a un individuo adulto pero de mayor edad que los anteriores. Por medio del estudio de los huesos largos, planos y cortos, hemos podido determinar que también corresponden a seis esqueletos de individuos, pero no podemos afirmar que los cráneos pertenezcan a los esqueletos. Sin embargo, existe la posibilidad de que los cráneos correspondan a los mencionados esqueletos debido a que el número de éstos es también de seis y presentan las mismas características que los cráneos en cuanto a edad y sexo.

De un modo general podemos decir que el estado de conservación de las piezas óseas estudiadas es malo, pues en muchos casos contamos solo con diáfasis y fragmento de huesos planos y cortos, además faltan numerosas vertebras, especialmente cervicales. Esto puede deberse a las malas condiciones en que fueron sepultados los individuos y a una prolongada acción del tiempo.

Existen además varias piezas óseas tales como húmeros, fémures y tibias, que no corresponden a los esqueletos mencionados y que no tienen relación entre sí por lo que podemos suponer que se trata de restos sueltos de otros cadáveres que fueron inhumados en la misma fosa.”

 

Pero no importaba. La odisea del hallazgo de los restos que al principio estuvo marcada por el escepticismo y la crítica de los detractores del culto por el patriotismo cívico, encontró la aceptación de las masas, cuyo orgulloso clamor no se hizo esperar. Llegado el 13 de septiembre de 1947, se develó la inscripción en letras de oro con la leyenda “A los Niños Héroes de Chapultepec” en la Cámara de Diputados y al día siguiente los vítores populares cobijaron a las seis leyendas, cuyas urnas de plata con sus restos y el catafalco donde fueron colocadas protagonizarían el suntuoso homenaje en la Plaza de la Constitución, para de ahí ser trasladadas a la Sala de Banderas de Colegio Militar de Popotla y luego al Altar de la Patria, inaugurado en 1952. Verdad o no, el mito y posterior culto a los Niños Héroes sirve hasta hoy no solo para ensalzar los valores patrios, sino también para intentar inculcar a millones de niños y jóvenes mexicanos el amor a la patria.