San Miguel vencedor de las fuerzas del mal

Antonio Rubial García

A un año de la llegada de los franciscanos a México-Tenochtitlan en 1524, ya se levantaba en el cerro de Chapultepec una ermita dedicada a San Miguel Arcángel.

 

Para los religiosos, el guerrero celestial debía suplantar con su presencia los ritos idolátricos que tenían lugar en dicho montículo sagrado para los mexicas. Chapultepec era el punto de partida de las procesiones rituales cuando un tlatoani era entronizado y en su ladera la ciudad celebraba las fiestas anuales de las divinidades acuáticas con danzas y sacrificios, pues era el lugar donde nacía la fuente de agua potable que abastecía a Tenochtitlan.

Desde entonces el arcángel guerrero estuvo asociado con la lucha que los frailes creían llevar a cabo contra la idolatría. Así, varios pueblos y ciudades se pusieron bajo su protección, como la Puebla de los Ángeles y una fortaleza del Bajío construida para protección de los ataques de los chichimecas que aún sigue llamándose San Miguel. Un santuario que conmemoraba su aparición al indio Diego Lázaro surgió cerca de Tlaxcala a mediados del siglo XVII; era conocido como San Miguel del Milagro debido al pozo de agua salutífera que ahí había.

En la capital del virreinato varios barrios se pusieron bajo la advocación del arcángel, como Nonoalco; una nueva capilla dedicada a él se construyó a fines del XVI en la base del cerro de Chapultepec, que le dio el nombre que aún conserva esa zona de la ciudad: San Miguel Chapultepec; y una parroquia que aún existe fue erigida a fines del siglo XVII en la encrucijada de la calzada que comunicaba los barrios de San Pablo y San Juan con una que iba a Iztapalapa (hoy avenidas Izazaga y 20 de Noviembre). Su fiesta, el 27 de septiembre, se volvió una de las principales celebraciones del año en todo el virreinato.

La primera mención a este ser celestial se encuentra en la Biblia, en el Libro de la Revelación: “Hubo una batalla en el Cielo: Miguel y sus ángeles peleaban con el Dragón y perdió el Dragón y sus ángeles y no pudieron triunfar ni fue hallado su lugar en el Cielo. Fue arrojado el Dragón grande, la antigua Serpiente llamada Diablo y Satanás que extravía a toda la redondez de la Tierra y con él fueron sus ángeles también precipitados” (Apocalipsis, 12, 7-9).

En el siglo IV, el Imperio bizantino fue el primero en considerar a este santo guerrero como protector de sus fronteras, amenazadas por enemigos externos como Persia y después por el islam. En este contexto se expandió en el Oriente cristiano el culto al arcángel San Miguel, jefe de los “ejércitos celestiales”. En la época de Constantino, la devoción fue impulsada por sus consejeros obispos y en adelante tuvo un importante papel en la liturgia bizantina, en donde el basileus o emperador, al ser coronado, se ponía bajo su patronazgo y se consideraba su representante en la tierra.

Por ese tiempo debió aparecer también el culto al arcángel San Miguel en Occidente. Desde el siglo VII se le veneraba en una cueva en el monte Gargano, situado en el sur de Italia, en una zona de influencia bizantina. El origen de ese santuario se atribuye al primer milagro obrado por el arcángel en Italia: un vaquero había lanzado una flecha para detener a un toro de su rebaño que huía hacia el monte y se dirigía a una cueva; milagrosamente, la saeta regresó hacia quien la había arrojado, para luego matarlo. La gente, sorprendida ante el prodigio, no entendía su razón de ser hasta que el arcángel se manifestó al obispo del lugar en un sueño y le señaló que era su deseo que se le venerara en la cueva del monte Gargano en la que encontrarían al toro.

En el siglo VIII, otros dos santuarios dedicados a San Miguel, uno en Normandía (Mont Saint Michel) y otro en Roma (en la fortaleza llamada Castel Sant’Angelo), convertían al arcángel en uno de los santos más venerados por su asociación con el Juicio Final y por su carácter de guerrero invencible y victorioso sobre el Demonio y sus secuaces.

Ya desde esta época se le mencionaba participando en las batallas, como la que sostuvieron los habitantes de Siponto y Benevento contra los napolitanos, que eran aún paganos. Durante ella el arcángel se manifestó con un terrible terremoto y con espantosos relámpagos que provocaron la huida de los napolitanos y su abandono de la idolatría. Durante la gran epidemia del siglo XIV conocida como la peste negra, el arcángel guerrero fue considerado como uno de los principales protectores de Roma.

La narración apocalíptica que mostraba al arcángel Miguel expulsando a Luzbel del cielo tuvo también una gran difusión a lo largo del siglo XVI en Nueva España y Perú. Demonios animalunos o antropomorfos sometidos al arcángel aparecieron representados en pinturas y esculturas y bombardearon la imaginación de los indios, quienes muy posiblemente veían en la imagen, no una contienda del bien contra el mal, sino la eterna guerra entre los opuestos, la lucha entre las fuerzas celestes contra las del inframundo, la diaria batalla que sostenía el dios solar con las divinidades nocturnas.

El arcángel San Miguel y su imagen guerrera tuvo tal presencia en la conciencia novohispana en gestación, que quedó indisolublemente ligado al icono más importante de las identidades indígena y criolla: la Virgen de Guadalupe. Los autores que trataron el tema de dicha imagen consideraban que el pequeño ángel que sostenía el manto de la Virgen a sus pies representaba a San Miguel, pues Guadalupe era la mujer vestida de sol, con la luna bajo sus pies y coronada de estrellas mencionada en el Libro de la Revelación. Con ello San Miguel no solo era el vencedor de la idolatría, era el protector celestial de la virgen inmaculada contra los ataques del Dragón infernal.

 

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Antonio Rubial García. Doctor en Historia de México por la UNAM y en Filosofía y Letras por la Universidad de Sevilla (España). Se ha especializado en historia social y cultural de la Nueva España (siglos XVI y XVII), así como en cultura en la Edad Media. Entre sus publicaciones destacan: La Justicia de Dios. La violencia física y simbólica de los santos en la historia del cristianismo (Ediciones de Educación y Cultura/Trama Editorial, 2011); El paraíso de los elegidos. Una lectura de la historia cultural de Nueva España (1521-1804) (FCE/UNAM, 2010); Monjas, cortesanos y plebeyos. La vida cotidiana en la época de sor Juana (Taurus, 2005); La santidad controvertida (FCE/UNAM, 1999); y La plaza, el palacio y el convento. La Ciudad de México en el siglo XVII (Conaculta, 1998).

 

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