Rory alguna vez también fue elegido el mejor guitarrista del año en Reino Unido, por encima de leyendas como Eric Clapton, Jimmy Page, Pete Townsend y Steve Howe. Y como a pocos de su género, hoy una gran estatua, erigida en su honor en su natal Irlanda, además de una esquina y su colección de guitarras exhibidas en el museo del rocanrol irlandés, recuerdan a las siguientes generaciones su trascendencia.
En México, tal vez fue imposible que los acordes enérgicos y a la vez refinados de la 1961 Fender Stratocaster Sunburst que se colgó Rory Gallagher desde principios de su carrera pasaran desapercibidos. El ambiente musical de nuestro país e Irlanda, cuna de este emblemático artista, no eran hace cincuenta años universos tan interconectados como hoy, pero Rory pudo verter su música más allá de sus fronteras y ser conocido en buena parte del orbe, así como influir en decenas de prestigiosos músicos, prácticamente desde las figuras de los años setenta hasta los actualmente activos.
Pensar en lo que lo hizo famoso al diestro Rory no puede reducirse a un par o más de exitosos álbumes, como lo fueron Rory Gallagher, su primera obra como solista luego de un lustro lidereando al grupo Taste, y Deuce, ambos de 1971. Desde que adquirió esa Fender siendo aún quinceañero –misma que pagó a plazos por igual número de años– y salió de gira con sus primeras showbands por su país natal llegando a otros rincones de Reino Unido e incluso España, Gallagher refinaba poco a poco su talento, al tiempo que cultivaba el rock y el folk más puros y añejos, así como el jazz y el hard rock ya más entrados los setenta.
Pero con el blues definitivamente se consagró, hasta ganarse el epíteto del mejor bluesista blanco de todos los tiempos. “Es fundamental escuchar y tocar esa visceralidad que hay en el blues”, dijo alguna vez. “Y no pretendo analizarlo”, sentenció también. Sobre las tablas, una y otra vez el éxtasis, el frenesí, mientras tocaba sus vertiginosas composiciones. Quizá por eso también podía, mientras parecía permanecer en un estado de trance, cambiar una cuerda de su instrumento mientras seguía tocando. El muchacho residente de Cork, tranquilo, parsimonioso y amable como casi siempre lo fue ese lugar en el que creció, se transformaba cuando llegaba la hora de interpretar el blues que tan profundamente amaba.
Y con este mismo sello de casa se mantuvo alejado de los reflectores que apuntaban a las superestrellas de su tiempo, en una época en que la música, en particular el rock blues, se encontró con la fama universal. Con ello tal vez evocó su mayor influencia, Lonnie Donegan, el Rey del Skiffle (tipo de música basada en armonías sencillas y ejecutada con instrumentos acústicos, caseros y baratos) y considerado el más exitoso en Reino Unido antes que The Beatles, aunque también manifestó influencias de Woody Guthrie, Delta Blues, Fast Domino, Buddy Holly, Elvis Plesley, Chuck Berry, Gene Vincent, entre muchos otros, sin perder su propio estilo. Con todos se encontró desde niño porque cerca de su casa sintonizaban, en la base americana de Derry, música de ellos.
Rory murió con 47 años de edad, tras complicaciones por un trasplante de hígado que no soportó. Pese a ello, su trayectoria fue de más de tres décadas, en la que reunió un vasto legado como uno de los más importantes blueseros de todos los tiempos, llegando a grabar con Muddy Waters, Jerry Lee Lewis, Albert King y otros grandes, incluso sonando como reemplazo de Brian Jones en The Rolling Stones.
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Rory Gallagher, en la cima del blues