El político, periodista e historiador Lorenzo de Zavala (1788-1836) fue el primero que habló de un abrazo entre Iturbide y Guerrero en 1821, por ello es que se le atribuye la autoría, o invención, de dicho episodio, el cual dio a conocer en el tomo primero de su Ensayo histórico de las revoluciones de Mégico, desde 1808 hasta 1830, publicado en París al parecer a mediados de 1831, a pocos meses de que Guerrero había sido fusilado.
Cabe señalar que Zavala tuvo una relación cercana con el antiguo jefe insurgente. En las elecciones de 1828 pretendió ser postulado a la vicepresidencia, en una fórmula con Guerrero como candidato a presidente. Ante la derrota de este último, se unió al movimiento de la Acordada de diciembre de ese año, con el que se pretendía imponer al suriano en el poder. Tras el triunfo de la rebelión, Zavala fungió como ministro de Hacienda del gobierno de Guerrero desde abril de 1829. En octubre siguiente fue obligado a renunciar a su cargo entre acusaciones por corrupción y pugnas políticas. En diciembre, don Vicente también sería derrocado.
Con un nuevo gobierno encabezado por Anastasio Bustamante y en medio de hostilidades partidistas, Zavala tuvo que salir exiliado del país en mayo de 1830. En ese periodo, durante su estancia en Europa, salió a la luz la primera parte de su Ensayo histórico, en el que recrea, mediante una narración con aires literarios, el encuentro Iturbide-Guerrero:
“[Iturbide] contestó al general Guerrero en pocas líneas, que deseaba entrar con él en conferencias acerca de los medios de trabajar de acuerdo para la felicidad del reino, y que esperaba que quedaría satisfecho de sus intenciones. Se arreglaron [los jefes de ambos bandos] en consecuencia y convinieron en tener una entrevista sobre cuyos pormenores me ha instruido el mismo general Guerrero. La conferencia se verificó en un pueblo del Estado de México, cerca de un lugar que después se hizo célebre por haber recibido en él una herida el mismo Guerrero, cuando hacía la guerra a Iturbide por haber usurpado el mando con el título de emperador. Ambos jefes se acercaron con cierta desconfianza el uno del otro, aunque evidentemente la de Guerrero era más fundada. Iturbide había hecho una guerra cruel y encarnizada a las tropas independientes desde el año de 1810. Los mismos jefes españoles apenas llegaban a igualar en crueldad a este americano desnaturalizado, y verlo como por encanto presentarse a sostener una causa que había combatido, parece que debía inspirar recelos a los hombres que, como los insurgentes mexicanos, habían sido muchas veces víctimas de su credulidad y de perfidias repetidas. Sin embargo, Iturbide, aunque sanguinario, inspiraba confianza por el honor mismo que él ponía en todas sus cosas. No se le creía capaz de una felonía, que hubiera manchado su reputación de valor y nobleza de proceder. Por su parte, muy poco tenía que temer del general Guerrero, hombre que se distinguió desde el principio por su humanidad y una conducta llena de lealtad en la causa que sostenía. Las tropas de ambos caudillos estaban a tiro de cañón una de otra, Iturbide y Guerrero se encuentran y se abrazan. Iturbide dice primero: “No puedo explicar la satisfacción que experimento al encontrarme con un patriota que ha sostenido la noble causa de la independencia y ha sobrevivido él solo a tantos desastres, manteniendo vivo el fuego sagrado de la libertad. Recibid este justo homenaje de vuestro valor y de vuestras virtudes”. Guerrero, que experimentaba por su parte sensaciones igualmente profundas y fuertes: “Yo, señor, le dijo, felicito a mi patria porque recobra en este día un hijo cuyo valor y conocimientos le han sido tan funestos”. Ambos jefes estaban como oprimidos bajo el peso de tan grande suceso; ambos derramaban lágrimas que hacían brotar un sentimiento grande y desconocido. Después de haber descubierto Iturbide sus planes e ideas al señor Guerrero, este caudillo llamó a sus tropas y oficiales, lo que hizo igualmente por su parte el primero. Reunidas ambas fuerzas, Guerrero se dirigió a los suyos y les dijo: “¡Soldados! Este mexicano que tenéis presente es el señor D. Agustín de Iturbide, cuya espada ha sido por nueve años funesta a la causa que defendemos. Hoy jura defender los intereses nacionales; y yo que os he conducido a los combates, y de quien no podéis dudar que morirá sosteniendo la independencia, soy el primero que reconozco al señor Iturbide como el primer jefe de los ejércitos nacionales: ¡Viva la independencia! ¡Viva la libertad!”. Desde este momento todos reconocieron al nuevo caudillo como general en jefe […] él tomó el rumbo de la villa de Iguala, distante cuarenta leguas al sur de México, en donde publicó el plan cuyas bases he referido.”
Aunque Zavala refiere que el propio Guerrero le contó los detalles de la entrevista con Iturbide, su Ensayo histórico fue creado a partir de diversas fuentes orales y escritas, así como de sus propios recuerdos, simpatías y aversiones; en suma, de sus “juicios formados a partir de la observación de los sucesos y las personas” como testigo y actor de los tiempos que relata, como ha señalado la historiadora Evelia Trejo. ¿Qué tanto del episodio citado es recreación narrativa y qué hechos verídicos? Es difícil saberlo, si bien no tenemos noticia de otra fuente que respalde esta versión.
Por otra parte, cabe subrayar que Zavala también ubica el encuentro antes del Plan de Iguala. Esta versión que venía desde 1822 con Rocafuerte fue cuestionada por Lucas Alamán (1792-1853), quien en 1852 publicó el tomo quinto de su Historia de Méjico, desde los primeros movimientos que prepararon su independencia en el año de 1808 hasta la época presente. Allí señalaba que “nunca logró Iturbide inspirar bastante confianza a Guerrero para que se aventurase a tener una entrevista con él, sino que comisionó a [José] Figueroa, confiriéndole todas las facultades necesarias para arreglar todas las condiciones. Estas se redujeron a una sola, que fue la adhesión de Guerrero con todos los suyos al plan formado por Iturbide”, y en un pie de página acotaba: “Casi todos los escritores [en alusión seguramente a Rocafuerte, Bustamante y Zavala] cometen el error de suponer que Iturbide tuvo una conferencia con Guerrero antes de la publicación del Plan de Iguala. Esto es falso: Iturbide nunca vio a Guerrero, hasta estar en marcha hacia el Bajío”.
Para su afirmación, Alamán se basaba en una carta de Iturbide al virrey Juan Ruiz de Apodaca, conde de Venadito. Fechada el 18 de febrero de 1821 (y publicada en la Gaceta del Gobierno de México cinco días después), en la misiva el jefe realista expresaba:
“Tengo la satisfacción de decir a V. E. que D. Vicente Guerrero se ha puesto a mis órdenes, y por consiguiente a las de V. E., con 1,200 hombres armados, en los que se incluyen las partidas de Álvarez y otras pequeñas, a consecuencia de los pasos de que he dado parte a esa superioridad.
No habiéndosele podido inspirar a aquel caudillo la confianza necesaria para que se prestase a venir a contestar conmigo, se logró que viniese el individuo que merece toda la suya, conviene a saber, D. José Figueroa, coronel y tesorero de su partido, con carta en que se le confirió la facultad y poder convenientes para el arreglo de condiciones &c. [etcétera], y bajo la principal de que no se les tenga por indultados; fue cosa de muy pocas palabras lo demás. [Cursivas nuestras.]”
¿Lo dicho por Iturbide fue verdad o pudo haber sido una estrategia para no despertar sospechas en el virrey sobre el plan que ya fraguaba? No lo sabemos; sin embargo, el escritor y político liberal José María Lafragua (1813-1875), el primer biógrafo de Guerrero, cuestionó poco después la versión de Alamán y señaló que el encuentro se llevó a cabo en Acatempan, aunque no habla de ningún abrazo. En un texto de 1854 (publicado como parte del Diccionario universal de historia y de geografía, en el que también participó el reconocido intelectual conservador), comenta: “D. Lucas Alamán niega esta entrevista, sin dar razón alguna de su negativa, que por otra parte contradicen los asertos de Zavala, que afirma tener los pormenores que refiere del mismo Guerrero; los de Bustamante y del autor del Bosquejo histórico impreso en 1822, y la opinión común: parece, pues, seguro que la entrevista se verificó. Yo además tengo otro dato. D. Manuel Gómez Pedraza me la confirmó hace once años, refiriéndose no recuerdo si a Iturbide o a Guerrero”. Y agrega: “Mas aun suponiendo que no haya tenido lugar la material reunión de Iturbide y Guerrero, lo que no puede dudarse es el hecho verdaderamente sublime de haber entregado el mando el jefe insurgente al coronel de Celaya”.
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