Peripecias de Mariano Tabares, un mulato conspirador

1787-1811

Jesús Hernández Jaimes

Mariano Tabares se incorporó a las fuerzas de Morelos, aunque ocasionó conflictos y rompimiento incluso entre los oficiales de más alta jerarquía de su Estado Mayor. La familia Galeana, una de las más leales a Morelos en la región, fue fracturada por la presencia de Tabares. Incluso amenazaron con recluirse si el mulato continuaba entrometiéndose en la toma de decisiones.

 

Mariano Tabares y los demás conspiradores solían reunirse en el paraje de La Quebrada -actualmente conocido por los espectaculares clavados que ahí se realizan-, donde, con el pretexto de organizar fandangos, se dedicaban a comentar la “revolución en México” y a planear el golpe contra los europeos. Tabares también viajó varias veces a Coyuca para ganar adeptos a su causa. Según otro testigo, el altivo mulato alardeaba de contar con cuatro mil hombres “de buena calidad” y seis mil indios listos para tomar las armas contra los españoles europeos. El plan contemplaba acabar con todos ellos, con excepción del párroco, así como con toda la oficialidad del ejército, de tal manera que “quedarían los negros mandando como antes y se pondría esto mejor, que desde que los gachupines habían venido se había perdido el puerto”. Confiaba en que las tropas, conformadas en su mayoría por negros y mulatos, se unirían a la revuelta. Sólo habría que esperar el levantamiento de los españoles americanos de Ciudad de México, cuya planeación, aseguró, estaba en marcha. Contaba que durante su último viaje a Ciudad de México el mismo virrey Iturrigaray lo había invitado a comer y se había entrevistado con “los señores principales de México” para organizar el plan.

Los declarantes también se refirieron a los rumores que corrían entre la plebe del puerto. Se decía, por ejemplo, que “con el tiempo habían de mandar los negros, siendo gobernador un criollo,” es decir, un mulato. Un español europeo aseguró que el mulato José Piza, le dijo que muy pronto cortarían “el pescuezo” a todos los españoles europeos. Otro testigo oyó decir, a propósito de los golpes que un oficial de las milicias había propinado a un soldado mulato, que “el tiempo estaba para que los contemplaran y no para que anduvieran a palos”. Es decir, que los oficiales debían tratar con respeto y cuidado a los soldados en lugar de agredirlos. Otro aseguró haber oído decir a Tabares que “se alegraría quedase este reino independiente o se coronase Rey”.

Sin duda Tabares y los demás intrigantes del puerto consideraban deseable que la Nueva España se independizara de España, y no sólo querían acabar con “el mal gobierno” de los españoles europeos. De consumarse la independencia, expulsarían a éstos y recuperarían el gobierno de Acapulco. Si bien a nivel local los destinatarios de la conspiración eran europeos, no significa que el movimiento tuviera necesariamente un carácter racista, pues se aceptaba la alianza con los europeos americanos tanto en el puerto como en Ciudad de México.

***

En octubre de 1810 Morelos llegó a la Costa Grande del actual estado de Guerrero, al norponiente del puerto de Acapulco, con la intención de apoderarse del lugar e insurreccionar toda la región. Buena parte de la población se mostró dispuesta a seguirlo. Varios hacendados se le unieron y con ellos los arrendatarios de sus tierras y peones. Con este ejército de mulatos costeños, Morelos libró diversos combates contra las tropas leales al monarca español acantonadas en el Fuerte de San Diego y reforzadas por las milicias de la Costa Chica, comandadas por Francisco París. A las órdenes de éste militaba Mariano Tabares con el grado de capitán de milicias, lo cual hace pensar que se había desechado el juicio en su contra del año anterior o bien había sido exonerado. En cuanto Morelos estuvo en las cercanías de Acapulco, Tabares desertó de las filas realistas y se sumó a las insurgentes. Gracias a la información que proporcionó, en enero de 1811 Morelos y su gente pudieron derrotar a las tropas de Paris.

Tal parece que el servicio prestado granjeó a Tabares la simpatía de Morelos, quien le respetó su grado militar y lo convirtió en uno de sus hombres de confianza, sin embargo, sus aspiraciones eran demasiado altas. Según un soldado realista apresado por los insurgentes, Tabares era demasiado presuntuoso. Montaba los mejores caballos, cambiaba de uniforme diariamente y portaba el sable de un capitán realista que había muerto en combate.

El sacerdote insurgente había designado como su segundo al mando a Julián de Ávila, no obstante, Tabares se empeñó en desplazarlo de tan prominente posición. Su arrogancia y codicia lo confrontaron también con los integrantes de la familia Galeana, que gozaban de la simpatía de Morelos. Según un desertor que se pasó al bando realista, en febrero de 1811 los Galeana decidieron abandonar las filas insurgentes y se retiraron a su hacienda del Zanjón -hoy San Jerónimo de Juárez-, debido a que no estaban dispuestos a subordinarse a Tabares, “individuo de toda la confianza” del cura insurgente. Esta información fue ratificada por otro soldado realista que estuvo preso con los insurgentes, quien aseguró que, en marzo del mismo año, el mulato acapulqueño había ido a la Costa Grande a cerciorarse si en efecto Juan José Galeana preparaba tropas en la del Zanjón para combatir la insurgencia. Desconocemos los detalles de este conflicto y la manera en que Morelos lo resolvió. El hecho es que convenció a los Galeana de volver a su lado y a partir de entonces desconfió del mulato porteño.

Como no pudo tomar Acapulco, en particular el Fuerte de San Diego, Morelos dirigió sus tropas hacia el interior de la Nueva España. Después de tomar Tixtla, en mayo de 1811, se dirigió a Chilapa. Por esos días comisionó a Mariano Tabares y a un estadounidense de nombre David Faro, para que viajaran a Estados Unidos a entablar negociaciones con su gobierno. En su trayecto Tabares y Faro se detuvieron en La Piedad, Michoacán, para saludar al líder insurgente Ignacio López Rayón, quien los disuadió de continuar el viaje y los envió de regreso con Morelos. Por alguna razón que ignoramos, Rayón concedió a Tabares y Faro los grados de brigadier y coronel respectivamente. Cuando llegaron a Chilapa, Morelos se negó a reconocer dichos grados alegando que Rayón no estaba facultado para otorgarlos. La afrenta resultó inaceptable para el mulato acapulqueño, tanto que decidió insurreccionarse contra Morelos e iniciar una guerra de castas, es decir, de negros y mulatos contra blancos.

La mayoría de los habitantes de las jurisdicciones de Coyuca y Tecpan se adhirió a Tabares, pues estaba resentida en contra de Ignacio Ayala, el intendente nombrado por Morelos para gobernarlos, debido a que impidió que se apropiaran de unos baúles que habían arrebatado a las tropas realistas de Francisco Paris. Para su desgracia, como se dijo, fueron derrotados por las tropas leales a Morelos, quien ordenó que llevaran a Tabares a su presencia. Cuando, a fines de agosto de 1811, el altivo mulato fue trasladado a Chilapa, se evidenció que gozaba de amplias simpatías entre los soldados insurgentes. Ese hecho aceleró su muerte. Temeroso de una nueva sublevación, Morelos ordenó a Leonardo Bravo que de inmediato lo fusilara junto con David Faro. A su muerte, Mariano Tabares debió haber tenido 23 o 24 años.

 

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Jesús Hernández Jaimes. Doctor en Historia por El Colegio de México y profesor de tiempo completo de la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM. Es autor de La formación de la hacienda pública mexicana y las tensiones centro-periferia, 1821-1836 (2013) y Raíces de la insurgencia en el sur de la Nueva España (2002), entre otras obras. Con Catherine Andrews escribió Del Nuevo Santander a Tamaulipas. Génesis y construcción de un estado periférico mexicano, 1770-1825 (2012).

 

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Intriga y fandango en La Quebrada