“Ofrezco el dominio y la soberanía de esta península”

La Redacción

Mientras en Palacio Nacional ondeaba la bandera de Estados Unidos y el Congreso mexicano discutía qué hacer frente a la derrota militar sancionada el 14 de septiembre de 1847, la élite gobernante de Yucatán propuso ceder la soberanía de ese territorio a Estados Unidos –al igual que lo hizo con Inglaterra y España– si este país desembarcaba tropas y armas para terminar con la rebelión en la península.

 

En 1847 el comisionado de Yucatán en Washington, Justo Sierra O’Reilly, enviaba notas diplomáticas al secretario de Estado norteamericano, James Buchanan, en las que solicitaba la ayuda urgente de esa nación para aplastar la rebelión popular en la península. Desde noviembre de ese año, Sierra le hacía ver que, por el decreto de 1846 que establecía la soberanía de Yucatán respecto a México, el gobierno estatal había declarado la neutralidad frente a la invasión de Estados Unidos:

“Yucatán hizo una solemne declaración el 1° de enero de 1846, por la que reasumía su soberanía y convocó a un Congreso extraordinario para fijar definitivamente el destino del país. Surgió entonces la guerra que hoy existe entre México y los Estados Unidos. El gobierno mexicano tomó algunas medidas y hasta envió al Coronel D. Juan Cano para inducir a Yucatán a tomar parte en la guerra. Yucatán desechó abiertamente una pretensión tan absurda como extemporánea y rehusó hacer un sacrificio que a más de ser completamente inútil para México e inmensamente perjudicial a Yucatán, toda vez que éste deseaba conservar su comercio y relaciones amistosas con los Estados Unidos, no tendría otro resultado que la renovación de la guerra, tan pronto como México se hallase en condiciones de atacar a Yucatán, pues se vio y quedó probado plenamente que solo por la crítica situación en que el gobierno mexicano se había colocado para con los Estados Unidos, procuró arrastrar a Yucatán y comprometerlo en la infortunada lucha. Don Juan Cano regresó a México llevando la negativa decisiva del gobierno de Yucatán” (Washington, 24 de noviembre de 1847).

Cuando la revuelta amenaza las puertas de Mérida, el comisionado Sierra envía otra nota (14 de marzo de 1848) con la dramática solicitud: “En alguna de mis precedentes notas he dado a saber al Gobierno de los Estados Unidos, por conducto del Secretario de Estado, los horribles e incalculables males y desgracias que sufre el pueblo de Yucatán a causa de una guerra que le hacen las tribus de indios bárbaros que habitan la frontera oriental de la Península, los que evidentemente han sido armados e incitados a ello por algún poder secreto. Esta guerra salvaje y de exterminio ha tomado tan formidable aspecto, que en cumplimiento de mi deber no puedo contenerme más de invocar en manera franca y concluyente la simpatía y humanidad de este Gobierno republicano altamente civilizado hacia aquel pueblo, que es digno por todos conceptos de mejor suerte. En nombre de la humanidad y de la civilización, me veo obligado a pedir que este Gobierno dicte cuantas medidas estén dentro de sus facultades; y si es posible, por medio de una intervención, poner fin a esta guerra que amenaza producir las más lamentables consecuencias en la política americana.

“Aunque no he recibido ningún despacho reciente de mi Gobierno, estoy en posesión de informes positivos de que la guerra hecha por aquellos bárbaros ha tomado un giro espantoso; que numerosas hordas han avanzado hasta muy cerca de las puertas de la capital y están cometiendo los más inauditos excesos, arruinando y devastando cuanto encuentran delante. En estas circunstancias, un buque de guerra español se presenta espontáneamente y ofrece al pueblo de Yucatán, en nombre del Capitán General de la Isla de Cuba, ayuda y apoyo. Este ofrecimiento oportuno, patentizando la viva simpatía de España hacia sus antiguas colonias, fue aceptado sin vacilación; en virtud de lo cual, una parte de las fuerzas, armas y municiones pertenecientes a la corona de España ha sido desembarcada en los puertos de Yucatán”.

 

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