La rebelión antijuarista de 1869-1870

El alzamiento que fue derrotado en Lo de Ovejo
Soren de Velasco Galván

 

Tras la victoria en Lo de Ovejo, Sóstenes Rocha escribió a Juárez que se probó que “la época de las revoluciones” había llegado a su fin. Sin embargo, sus cualidades militares serían requeridas nuevamente en los meses venideros, en especial para combatir la rebelión de La Noria.

 

Tras concluir la guerra e instalarse el gobierno republicano de Benito Juárez el 15 de julio de 1867, urgía la reconstrucción del país. Para tal efecto, el 23 de julio se expidió un decreto que reducía el ejército a veinte mil hombres. Esto significaba que decenas de miles de soldados serían licenciados. Al mismo tiempo, “los excomulgados de la patria”, los mexicanos que habían servido a Maximiliano de Habsburgo, serían objeto de castigos y represalias.

El 14 de agosto de 1867 el gobierno giró la convocatoria para las elecciones de septiembre y octubre en las que se elegirían a los representantes de los poderes Ejecutivo, Legislativo y Judicial. Asimismo, se propuso que en la misma boleta los ciudadanos expresaran su opinión sobre cinco reformas –sin observar los requisitos constitucionales–, entre las cuales estaban: dividir el Congreso en dos Cámaras, que el presidente tuviese veto suspensivo sobre resoluciones del Legislativo, y el impedimento del Congreso para convocar a sesiones extraordinarias en periodos de receso.

Las propuestas desataron una tormenta política. Los gobernadores León Guzmán, de Guanajuato, y Juan N. Méndez, de Puebla, rehusaron publicar la convocatoria del plebiscito. Por tal motivo fueron separados de su cargo. Para aplacar el vendaval, el gobierno de la República suspendió la consulta.

Entonces, un grupo de liberales opuestos a la reelección del Benemérito, entre los que sobresalían Ignacio Manuel Altamirano, Guillermo Prieto, Ignacio Ramírez, Vicente Riva Palacio y Manuel María de Zamacona, promovieron la candidatura presidencial de Porfirio Díaz, militar que “se ganó el respeto de los habitantes de México, así como de su ejército, que lo idolatra”. Al mismo tiempo, Sebastián Lerdo de Tejada anunció su aspiración para ser titular del Ejecutivo federal. Sin embargo, el aura de vencedor de los conservadores, los franceses y los imperialistas, aunado al apoyo de influyentes políticos y militares, fue suficiente para que, después del cómputo de las votaciones, el Congreso de la Unión declarara presidente a Benito Juárez.

La reelección del mandatario desató varios pronunciamientos entre las filas liberales: en enero de 1868, el general Jesús Toledo, los coroneles Jorge García Granados y Adolfo Palacios, y el licenciado Ireneo Paz se sublevaron en Culiacán, Sinaloa. De igual forma, los generales Miguel Negrete y Aureliano Rivera se levantaron en armas. El 8 de abril, sin embargo, García, Toledo y Paz fueron derrotados en Villa Unión y, posteriormente, capturados. Los dos primeros fueron condenados a muerte, pero la sentencia fue conmutada por cuatro años en prisión. Por su parte, Paz fue enviado a Ciudad de México y más tarde se le concedió libertad bajo fianza.

 

El Plan Regenerador de San Luis

 

A mediados de noviembre de 1869, Toledo, García Granados, Paz y Negrete convergieron en San Luis Potosí, urbe envuelta en la inestabilidad política. Su objetivo era deponer al Benemérito debido a que compartían la apreciación de que el régimen juarista era despótico e intentaba excluirlos de los puestos públicos de relevancia.

Las actividades de los conspiradores fueron descubiertas por Ramón Corona, quien informó a Juárez. En diciembre se alza en el estado Francisco Antonio Aguirre, con el apoyo de la Guardia Nacional local. Aguirre intentó justificarse ante Juárez, quien reprobó el movimiento y apoyó a Sóstenes Escandón, quien había sido nombrado gobernador sustituto por el Congreso potosino.

El 30 de diciembre Aguirre proclamó el Plan Regenerador de San Luis, un pliego redactado por Paz. El principal clamor era que “el ciudadano Benito Juárez ha mantenido el Poder Supremo de la República” por once años, en los cuales “no ha llegado a rendir cuentas a nadie de sus actos, ni de las facultades extraordinarias que en diversas épocas se la han conferido”. Por lo tanto, como patriotas desconocían al presidente y a su gabinete. Ese mismo día, los generales Mariano Escobedo y Sóstenes Rocha reunieron en Tula de Tamaulipas a las fuerzas de la República y se desplazaron a Ciudad del Maíz para, desde ahí, amagar San Luis Potosí.

 

Pronunciamiento en Zacatecas

 

Ireneo Paz se mostró incansable: conferenció, vía telegráfica, con el gobernador de Zacatecas, Trinidad García de la Cadena, quien, aunque simpatizaba con el Plan Regenerador, reprobaba el “movimiento como un escándalo innecesario, pues Aguirre estaba enteramente de acuerdo con Lerdo de Tejada” y los potosinos serían fichas de cambio en la lucha por el poder. Luego, en la hacienda del Carro (actualmente Villa González Ortega, Zacatecas), Paz conversó con el general Epitacio Huerta, quien sugirió moverse a Michoacán para conseguir apoyo. Más tarde, García de la Cadena resaltó las coincidencias del Plan Regenerador con su propio designio político y no excluyó llamar al poder al general Díaz, a quien consideraba su salvaguardia.

El 7 de enero de 1870 el Congreso de Zacatecas autorizó al gobernador para restituir el orden constitucional de la República, interrumpido el 8 de noviembre de 1865, y desconoció a Juárez como mandatario. Propuso establecer temporalmente los poderes de la federación en Aguascalientes y reconoció como presidente de la República a quien presidía la Suprema Corte al expedir los decretos atentatorios: Jesús González Ortega, que se desligó de tales propósitos.

El Plan Regenerador de San Luis, rectificado en Zacatecas, encontró oposición de los gobernadores Justo Mendoza de Michoacán, Florencio Antillón de Guanajuato, Jesús Gómez Portugal de Aguascalientes y Antonio G. Cuervo de Jalisco.

 

Primeros choques

 

La primera batalla entre Sóstenes Rocha y los infidentes ocurrió el 14 de enero de 1870, en San José, San Luis Potosí. El saldo del enfrentamiento fue favorable al gobierno; sin embargo, las tropas de Rocha fueron derrotadas en El Tejón y La Postal y se replegaron a Tula de Tamaulipas.

Los insurrectos tomaron tres decisiones: nombrar general en jefe a García de la Cadena y cuartel maestre a Pedro Martínez; fingir un ataque sobre León; y, siguiendo la ruta Ojuelos-Lagos de Moreno-San Juan de los Lagos-Tepatitlán, avanzar sobre Guadalajara. La captura de la capital tapatía equivalía a asegurar la zona centro-occidente del país.

Anticipando este movimiento, el general Mariano Escobedo estableció su cuartel de operaciones en Dolores Hidalgo el 2 de febrero. Ahí se incorporaron Rocha y dos fronterizos belicosos: el tamaulipeco Juan Nepomuceno Cortina y el sonorense Diódoro Corella. Escobedo decidió enviar a Rocha y Cortina en persecución de García de la Cadena, tender una cortina defensiva hasta Celaya y notificar a los jaliscienses del avance insurgente sobre Guadalajara.

El 9 de febrero, en Jonacatepec (Morelos), el coronel Rosario Aragón desconoció a Juárez “en su carácter público” y nombró presidente interino “al benemérito y cumplido” general Díaz. En la madrugada del 14 de ese mes, los zacatecanos, liderados por Jorge García Granados, atacaron el puente de Tololotlán. La infantería zacatecana, tras recibir descargas de fusilería a pecho descubierto, menguó su empuje. Entonces, Paz vio pasar despavorido al caballo azabache de García Granados. Esto provocó “el más negro presentimiento” en el alma del letrado jalisciense. Minutos después, un grupo de soldados recuperaron a García Granados, quien exhaló el último suspiro sobre aquel “puente fatal”.

Al romper el alba, los Carabineros de México, una unidad insurrecta, hicieron retroceder a la guarnición juarista, la cual presentó resistencia en Arroyo del Medio. Parecía que los sublevados capturarían Guadalajara. Sin embargo, ocurrieron tres eventos que modificaron los planes rebeldes: Amado Guadarrama, quien se había rebelado contra el gobierno de Jalisco, ofreció sus tropas al poder federal; Rocha arrolló al destacamento sedicioso en Tololotlán, mientras que la caballería republicana, conducida por Cortina, acosaba a los subversivos.

 

El triunfo juarista en Lo de Ovejo

 

Escobedo ocupó la capital potosina también el 14 de febrero y venció a los infidentes en Puerto de la Cal. Al mismo tiempo, los insurrectos se replegaron por la vía de Santa Ana Acatlán al mediodía jalisciense. En Zapotlán el Grande, los líderes insurgentes sopesaron dos opciones: defender las barrancas y fortificar el puerto de Manzanillo, o marchar rumbo a Michoacán. Se decantaron por esta última opción.

El 21 de febrero Rocha, tras enterarse de que los revolucionarios salían de Zapotiltic con rumbo a Tamazula, mandó perseguirlos. Al esclarecer el alba, las tropas de Rocha fueron avistadas por Paz y Pedro Martínez en Lo de Ovejo, un rancho que devendría en hemiciclo bélico, pues ocho mil soldados de la República, apoyados por cuarenta cañones, se enfrentarían a cinco mil rebeldes apuntalados por sesenta bocas de fuego.

A la una de la tarde, Rocha, para obligar al enemigo a ejecutar sus despliegues antes de tiempo, ordenó al escuadrón Reforma –integrado por hombres de Aguascalientes famosos por su valor y destreza en el manejo del caballo– capturar una batería. El clarín llamó a la carga: los jinetes se echaron sobre la artillería y entregaron al general Rocha la primera pieza arrebatada a los contrarios.

Luego de rectificar sus posiciones, Rocha mandó abrir fuego sobre los insurrectos. A continuación, los soldados de la República cargaron a la bayoneta sobre el centro y la derecha del enemigo. La caballería de ambos bandos se mezcló en una tempestad de sables. Hubo un intercambio de fuego de fusilería y de artillería; tras perder su ala izquierda, García de la Cadena ordenó a los Carabineros de México arrojarse al sable sobre las tropas gubernamentales, que los rechazaron a punta de bayoneta.

El coronel Corella eliminó al portaestandarte y se hizo con el gallardete infidente. El combate terminó a las seis de la tarde, cuando las tropas de Guanajuato y Jalisco destruyeron el centro de los insurrectos, quienes se dispersaron “en todas direcciones”, presumiblemente con rumbo de Morelia. El resultado de la batalla era contundente: sesenta cañones, más de 1 500 prisioneros, multitud de armamento, una bandera y el estandarte de Carabineros de México cayeron en manos de las tropas del gobierno federal. Juárez respiró aliviado por “el brillante triunfo que las armas de la República” lograron en Lo de Ovejo sobre “los enemigos de la paz, de la libertad y de la honra de la nación”.

 

Charco Escondido: epílogo fronterizo

 

El triunfo de Lo de Ovejo provocó el repliegue sedicioso hacia Zamora (Michoacán), donde García de la Cadena ordenó dirigirse hacia Zacatecas. En ese estado, la caballería insurrecta, integrada por los Carabineros de México y los Rifleros de Zaragoza, derrotó a Donato Guerra en Villanueva. Luego, en Villa de Cos, el liderazgo rebelde se separó: García de la Cadena permaneció en su terruño y Pedro Martínez e Ireneo Paz se internaron en San Luis Potosí, para luego viajar rumbo a la frontera y sitiar Matamoros.

Tras atravesar el noreste, los insurgentes se concentraron en Charco Escondido, un “miserable villorrio”, donde el 14 de junio Gerónimo Treviño, gobernador de Nuevo León, sorprendió a los rebeldes, quienes estaban vencidos por el excesivo calor y “la gorja”. La rebelión antijuarista había terminado: Paz fue capturado, aunque después se fugó, y García de la Cadena se refugió en Tepic. Por último, el gobierno federal decretó, meses después, una amnistía para los sublevados.

Al final, Sóstenes Rocha, en carta a Juárez, afirmó que la batalla de Lo de Ovejo había probado “una vez más a los descontentos que ha terminado la época de las revoluciones”. El guanajuatense, quien según Escobedo era “la personificación del valor en el Ejército mexicano”, se equivocaba: sus cualidades bélicas serían requeridas de nuevo muy pronto.