En México 1955, se procuró abrir la participación también a la mujer y convertir el evento en un ejemplo de equidad que disfrutaran todas las familias.

La creación de los Juegos Panamericanos en 1951 como un campo de integración deportiva en nuestro continente no fue un éxito en su totalidad. Naciones como Uruguay no asistieron a la justa llevada a cabo en Argentina y los intereses políticos parecían superar al evento. También la intervención solo de atletas masculinos presentó una inconformidad que las siguientes justas resolverían de a poco: la inclusión femenina.

Fue así como cuatro años después, en México 1955, se procuró abrir la participación también a la mujer y convertir el evento en un ejemplo de equidad que disfrutaran todas las familias. Estados Unidos, por ejemplo, se presentó con un equipo dignísimo de básquetbol que deleitó a todos los presentes en la cancha del Auditorio Nacional. Sus integrantes procedían de las mejores ligas amateurs de su país y chicas como Lurlyne Greer serían reconocidas años después en el Salón de la Fama femenil por anotar más de dieciocho puntos por juego en dicha competición, entre otras cosas.

Por su parte, México compitió muy bien los partidos, aunque al final les faltaron algunas canastas para salir victoriosas. Las malas lenguas señalaron que la paridad fue gracias a la altura y que bajo otras condiciones difícilmente hubiesen mantenido el nivel. Sea lo que fuese, la localía siempre ha brindado vitalidad a competidoras y competidores y no fue la excepción en aquella edición panamericana celebrada en nuestro país.

Al final, Estados Unidos se consagraría con el campeonato ganando todos sus partidos sobre aquella duela. Una verdadera aplanadora.

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