En un acto desesperado que puso a la soberanía de Yucatán como moneda de cambio, el gobernador Santiago Méndez fue el encargado de solicitar en marzo de 1848 el apoyo de Estados Unidos para acabar con la rebelión.
El 25 de marzo de 1848, en una misiva a Buchanan, el gobernador Santiago Méndez formalizó el ofrecimiento de ceder la soberanía de Yucatán a cambio del apoyo militar para abatir la revuelta contra la élite gobernante:
“Excelentísimo Señor:
“Los acontecimientos más desgraciados han colocado a Yucatán en una situación crítica y casi desesperada. Este Gobierno ha empleado cuantos medios ha tenido a su alcance para la salvación del Estado, y habiéndose agotado todos, sin encontrar uno capaz de aliviar las dificultades que nos rodean, el inmenso cúmulo de desgracias que afligen a este Estado me obliga a apelar a ciertas medidas que la imperiosa ley de la necesidad y el derecho de la propia conservación autorizan.
“La raza blanca –la clase civilizada de este Estado– es ahora atacada de manera atroz y bárbara por la raza aborígen que levantada simultáneamente en insurrección, con instinto de ferocidad, nos hace una guerra salvaje y de exterminio. Todo es saqueado y destruido, las poblaciones son entregadas a las llamas y todo el que cae en las ensangrentadas manos de estos bárbaros, sin distinción de sexo o edad, es muerto sin piedad y con las más crueles torturas. Sus montes, su agilidad, sus costumbres y otras circunstancias particulares hacen de los indios enemigos terribles, y si a esto se agrega su número, excesivamente superior a los de las otras razas, pronto se echa de ver la dificultad de reducirlos y la facilidad con que ellos pueden eludir los medios empleados para atacarlos y perseguirlos; y la dificultad aumenta por la falta de fondos para sostener los gastos y obtener los elementos para hacer la guerra. Se han agotado todos los recursos con que contábamos; la riqueza pública va desapareciendo día a día, tanto por el espíritu de destrucción de nuestros salvajes enemigos como por la paralización de todas las industrias; toda nuestra producción está perdida y el país entero va rápidamente a la más completa ruina.
“Por este fiel relato de las condiciones de Yucatán, Vuestra Excelencia comprenderá que es indispensable tomar una medida decisiva y hacer un último esfuerzo para salvar, si es posible, una porción del país, la parte que no ha caído en poder de los bárbaros; es decir, bajo su hacha destructora o su tea incendiaria.
“He resuelto, pues, apelar a la medida extrema aconsejada por nuestra gran necesidad: la de solicitar la intervención directa de naciones poderosas, ofreciendo el dominio y soberanía del país a la nación que tome a su cargo salvarlo. Este es el objeto con que me dirijo a Vuestra Excelencia.
“Son obvias las causas y antecedentes de la gran calamidad que aflige al pueblo de Yucatán. No gastaré el tiempo, por lo tanto, en referir tan penosas circunstancias. Hechos públicos y notorios, ya habrán convencido a su Gobierno de que el pueblo de este Estado, tan infortunado hoy, siempre ha tendido a adelantar en civilización y mejoramiento social. Hubo un tiempo en que este espíritu de progreso comenzaba a desarrollarse; pero una ciega fatalidad, un misterio de la fortuna, ha roto el curso de su gloria y lo ha envuelto en el infortunio y hasta en la humillación.
“La nación generosa que con tan noble resolución procuró mejorar sus condiciones físicas y morales, se encuentra ahora obligada a prestarle a la ventura, cierta ayuda para su conservación, ciertos recursos para evitar que sea absolutamente borrada del mundo civilizado. ¡Ojalá cumpla su destino! Roma misma, la reina orgullosa del mundo ¿no desapareció rápidamente por uno de esos inexplicables y temibles caprichos de la ciega fortuna? En medio de las calamidades y peligros inminentes de Yucatán, me dirijo por medio de Vuestra Excelencia al Gobierno de los Estados Unidos y solicito ayuda eficaz, pronta, potente y calculada para llenar su objeto. Esta nación puede apreciar en lo que vale servicio tan importante; y en su nombre ofrezco a vuestra nación para tal caso, el dominio y la soberanía de esta Península usando la facultad que parahacerlo me concede el decreto que acompaño.
“Viendo, como ya he declarado con entera franqueza a Vuestra Excelencia, que Yucatán no tiene más esperanza de salvación que la determinación de una Potencia extraña de favorecerlo con su auxilio tan pronto como sea posible, me encuentro obligado de igual manera a acudir con este objeto a los Gobiernos de España y de Inglaterra por conducto de sus respectivos ministros en México, del Capitán General de Cuba y del Almirante de Jamaica. Ruego a Vuestra Excelencia, en nombre de este pueblo infortunado, que obtenga de su Gobierno la protección que me veo obligado a solicitar tan urgentemente; y que cualquier cuenta, explicación o declaración que Vuestra Excelencia juzgue necesaria o conveniente con respecto a este importante asunto, los pida al Representante de este Gobierno, residente en Washington.
“Para terminar, tengo el honor de ofrecer a Vuestra Excelencia, las seguridades de mi alta estimación y respeto. Dios y Libertad.
“Maxcanú, marzo 25 de 1848. Santiago Méndez.
“José R. Nicolín. Secretario de Gobierno.
“M. F. Peraza, Secretario de Guerra y Marina”.
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“Ofrezco el dominio y la soberanía de esta península”