El Antiguo Palacio de Comunicaciones hoy Museo Nacional de Arte

Guadalupe Lozada León

El desarrollo de las tecnologías de la comunicación fue una de las principales preocupaciones del gobierno de Porfirio Díaz. Así, en 1905 se decidió emprender en un predio vacante de la calle de Tacuba de la Ciudad de México, producto de la demolición del Hospital de San Andrés, la construcción de un auténtico palacio que alojara a la Secretaría de Comunicaciones y Obras Públicas, al tiempo que mostrara de manera contundente lo que México había avanzado en esa oleada de progreso que experimentaban no pocas naciones del orbe, principalmente en Europa.

 

No obstante que el derrumbe del hospital habría alegrado a quienes consideraban que las viejas edificaciones coloniales nada  tenían que hacer en la moderna Ciudad de México, San Andrés tenía una interesante historia, por lo que su  desaparición fue una lamentable pérdida para la capital.

 

Noviciado y hospital

 

En 1626, de acuerdo con el propósito definido en la testamentaria de don Melchor de Cuellar y su esposa, doña María Nuño de Aguilar, se inició la construcción de un noviciado jesuita bajo la advocación de Santa Ana. Sin embargo, los herederos de tan pío matrimonio no fueron capaces de cumplir lo estipulado en el testamento, por lo que la Compañía de Jesús inició un litigio que a la postre hizo posible que el nuevo noviciado abriera sus puertas en 1642.

 

A pesar del triunfo alcanzado en diversas instancias, las rentas que sostenían el lugar no fueron suficientes para su manutención, por lo que estuvo a punto de perderse. Fue así que en 1676 el capitán Andrés de Tapia se ofreció a restaurar la fundación en las mismas circunstancias en que se había creado, con la única condición de que el patronato quedara bajo la advocación de San Andrés.

 

En 1714, ya con su nuevo nombre, los jesuitas decidieron que todos los novicios de su orden se concentraran en Tepotzotlán (hoy en el Estado de México) y que en el nosocomio de Tacuba se estableciera un centro de estudios humanísticos para los aspirantes más jóvenes. Completaban el conjunto arquitectónico de este cuadrante de la capital, unidas al colegio, la iglesia y una casa de ejercicios espirituales que, por diferentes motivos, se concluyó hasta 1750, inaugurándose un año después.

 

En 1767, al ser expulsados los jesuitas de la Nueva España, la casa y el noviciado quedaron abandonados, pasando a formar parte de los llamados bienes de temporalidades; es decir, quedaron en manos del gobierno. Dos años más tarde, una terrible epidemia de viruela asoló la Ciudad de México, por lo que el Obispo don Alonso Núñez de Haro solicitó al ayuntamiento su autorización para establecer ahí un hospital con cuatrocientas camas bajo su cuenta y riesgo.

 

En virtud de los buenos servicios prestados por el arzobispado de México en lo que a atención de enfermos se refiere, en 1783 el gobierno decidió cederle definitivamente San Andrés para que lo administrara. Ya en esa circunstancia, la institución creció de tal forma que llegó a tener capacidad para mil enfermos, entre los que se encontraban los sifilíticos que habían ingresado en esos años, provenientes del Hospital del Amor de Dios (ubicado en el predio donde hoy está la antigua Academia de San Carlos), para ser distribuidos en 39 salas. Disponía además de una gran botica, la mejor de Nueva España, así como de cerería, laboratorio y departamento de disección de cadáveres.

 

La demolición

 

Una vez consumada la Independencia, el hospital continuó a cargo del arzobispado de México hasta que las leyes de Reforma lo secularizaron y fue desamortizado, en la segunda mitad del siglo XIX. La atención de los enfermos quedó a cargo de las Hermanas de la Caridad, única congregación religiosa que no había sido exclaustrada como consecuencia de aquellas disposiciones legales, debido quizá a sus obras de beneficencia.

 

Fueron ellas quienes cuidaron durante tres meses del cadáver de Maximiliano de Habsburgo que llegó ahí a principios de septiembre de 1867, procedente de Querétaro, para ser embalsamado nuevamente en tanto se autorizaba su salida de México, lo que sucedió hasta noviembre, cuando fue trasladado a Veracruz para de ahí partir a Viena (Austria), donde fue sepultado. Al año siguiente, aquella capilla que había resguardado los restos del malogrado emperador fue demolida por órdenes del presidente Benito Juárez, en virtud de que muchos antiguos imperialistas rendían culto ahí a la memoria del soberano. En su lugar se abrió la calle Xicoténcatl.

 

A la salida de las Hermanas de la Caridad en 1874, por órdenes del presidente Sebastián Lerdo de Tejada que las expulsó del país, el Hospital de San Andrés fue administrado por el ayuntamiento de la capital y un lustro después pasó a la Dirección de la Beneficencia Pública. Ahí se atendían todo tipo de enfermedades y a quienes no podían pagar se les daba consulta, hospitalización y medicinas de manera gratuita.

 

No obstante los esfuerzos del gobierno por mantenerlo en buenas condiciones de higiene y de atención a los enfermos, a finales del siglo la situación del lugar era lamentable, tomando en consideración que el número de hospitalizados había aumentado notablemente y las características del inmueble no resultaban óptimas para continuar dando servicio.

 

En tal virtud, el recinto fue demolido en 1904. Los enfermos serían trasladados al Hospital General que al año siguiente inaugurara el presidente Porfirio Díaz por los rumbos de la Piedad (actualmente avenida Cuauhtémoc), donde ahora se encuentra una nueva construcción con el mismo nombre.

 

El palacio

 

En 1905 comenzó la construcción del Palacio de Comunicaciones, de acuerdo con el proyecto del italiano Silvio Contri, autor también del edificio de High Life, en la esquina de Madero y Gante.

 

En su edificación se emplearon las técnicas más modernas y no se escatimó detalle alguno: la estructura metálica fue ejecutada por la casa Milliken Bros., de Nueva York; la decoración se debe a Mariano Coppedé e hijos; la herrería a la Fondería del Pignone, de Florencia; el alumbrado y la calefacción a la empresa Arthur Franzen and Co., y los elevadores a la Officine Meccaniche Stigler, de Milán. La fachada fue obra de Contri y Coppedé, cuyos hijos Gino y Adolfo realizaron la ornamentación en piedra y las esculturas. Carlo Coppedé, hermano de los anteriores, pintó las alegorías que adornan los plafones del inmueble: El Progreso, del Salón de Recepciones; La Paz en la escalera principal, y Europa transmitiendo su sabiduría a América por el telégrafo, en la oficina telegráfica situada en el costado oriente del edificio.

 

Los acontecimientos producidos por el inicio de la Revolución hicieron imposible que Porfirio Díaz inaugurara este fastuoso inmueble. En tal virtud, fue hasta el gobierno de Francisco I. Madero que, en 1912, la Secretaría de Comunicaciones pudo ocupar su nuevo edificio.

 

Ahí permaneció hasta 1954, cuando cambió de sede al inaugurarse sus nuevas instalaciones en Xola y Niño Perdido (hoy Eje Central Lázaro Cárdenas). Entonces, en el viejo y semiabandonado palacio continuaron funcionando algunas dependencias de dicha secretaría y la oficina de telégrafos, hasta que en 1973 fue ocupado por el Archivo General de la Nación; pero éste, en 1982, se reinstaló en la expenitenciaría de Lecumberri.

 

Un gran museo de arte

 

Tras su remodelación y reacondicionamiento, en el antiguo Palacio de Comunicaciones se inauguró en ese mismo año, a espaldas de la espléndida estatua ecuestre de Carlos IV, el Museo Nacional de Arte (MUNAL). Sede de las más espectaculares exposiciones que han marcado un hito en la museografía mexicana, este espléndido recinto expone permanentemente –bajo nuevos y modernos conceptos– la mejor muestra de lo que la cultura mexicana ha producido a lo largo de casi quinientos años, así como, de manera temporal, algunas manifestaciones artísticas prestigiosas de otros lares.

 

 

Dirección: Tacuba 8, Centro Histórico de la Ciudad de México

Horarios: Martes a domingo, de 10:00 a 18:00 horas.

Informes: Tel. (55) 8647 5430, ext. 5065 y 5067; atencionalpublico@munal.inba.gob.mx

 

 

Este artículo se publicó en la edición de Relatos e Historias en México, núm. 91. Para nuestros amigos que deseen adquirir un ejemplar, les dejamos esta liga: http://raices.com.mx/tienda/revistas-aviacion-militar-REH091