Coatlicue

El enigma de la rendición de Moctezuma

Luis Barjau

Cortés le contó al rey de España, un año después, en su Segunda carta de relación, que en su primer encuentro con Moctezuma, este aceptó poner a su disposición todo lo que poseía por considerarlo el enviado de “un gran señor”.

 

Diego Durán el dominico, cuenta además (II:223 y 45) que Moctezuma envió en cierta ocasión a unos comisionados para que fueran a constatar los orígenes de los aztecas en Aztlán. Ocurrió que uno de ellos, de mayor edad, en el camino subió con dificultad el cerro de Coatepec donde habitaba Coatlicue, madre de Huitzilopochtli. Cuando bajó, había rejuvenecido. Y Coatlicue dijo a los visitantes que en Aztlán estaban vivos todos sus antepasados (Aztlán: inmortalidad) y enviaba un mensaje a su hijo: “que en cumpliéndose cierto tiempo, había de ser echado de esta tierra y que había de volver a aquel lugar [de los orígenes], porque por la mesma orden que había de sujetar las naciones, por esa misma orden le habían de ser quitadas y privado del dominio y señorío que sobre ellas tenía”.

En pocas crónicas hay constancia de tal evento. Y la referencia escrita más antigua que tiene que ver con la idea de la ilegitimidad de la posesión de la tierra mexicana y del reino mayor que la gobernaba, se encuentra en la carta II de relación al rey de España, escrita por Hernán Cortés en 1520, un año antes de la caida de Tenochtitlan, donde reproduce el supuesto discurso de bienvenida de Moctezuma a los visitantes:

“Muchos días ha que por nuestras escrituras tenemos de nuestros antepasados noticia que yo ni todos los que en esta tierra habitamos no somos naturales della. […] Que a estas partes trajo nuestra generación un señor, cuyos vasallos todos eran, el cual se volvió a su naturaleza y después tornó a venir dende mucho tiempo […] y se volvió. E siempre hemos tenido que los que del descendiesen habían de venir a sojuzgar esta tierra y a nosotros, como a sus vasallos. E según de la parte que vos decís que venís, que es a do [donde] sale el sol y las cosas que decís deste gran señor o rey que acá os envió, creemos y tenemos por cierto el ser nuestro señor natural. […] E por tanto vos sed cierto que os obedeceremos y ternemos [tendremos] por señor en lugar de ese gran señor que os decís; e bien podéis en toda la tierra, digo que en la que yo en mi señorío poseo, mandar a vuestra voluntad […] y todo lo que nosotros tenemos es para lo que vos dello quisiéredes disponer. […] estáis en vuestra naturaleza y en vuestra casa. […] Y entonces alzó sus vestiduras [prosigue Cortés], y me mostró el cuerpo, diciendo a mi: veisme aquí que so de carne y hueso como vos y como cada uno y que soy mortal y palpable. Yo le respondí a todo lo que me dijo, satisfaciendo a aquello que me pareció que convenía, en especial en hacerle creer que vuestra majestad era a quien ellos esperaban.”

Imposible constatar la veracidad de tal discurso. En todo caso contiene al final la increíble argucia de Cortés, que reconocida por él mismo en su carta al rey, es suficiente para sospechar que haya aceptado, también de inmediato, su asociación popular con Quetzalcóatl.

La alianza indígena de los pueblos sometidos era la amenaza real que Moctezuma temía. Y su temor estuvo fundado, ya que la propia Tetzcoco terminó aliándose, como queda dicho.

Moctezuma no pudo prever que los recién llegados, en proporción de unos quinientos soldados, pudieran aliarse con sus pueblos sometidos. Tampoco pudo imaginar el brillante papel que un viajero como Hernán Cortés pudiera desempeñar en tales convenios.

Cuando Cortés llegó a Cempoala, las pláticas iniciales con su cacique no pudieron haber sido distintas a la identificación de ambos bandos. El capitán declaró que venía de parte de un gran rey que habitaba después del océano, amo natural de todos los reinos de estas tierras, como lo demostraba el dominio que ellos tuvieron rápidamente a su arribo a las Antillas. Y que eran portadores de la buena nueva: la palabra del dios verdadero que llegaba a reclamar a sus criaturas para salvarlas del error diabólico de las creencias idolátricas. La contrapartida de estas declaraciones, ahora en boca del Cacique Gordo, no tenía por qué ocultarse: el reino de Cempoala, que era próspero, estaba sin embargo cruelmente sometido por un poder de allende las montañas: México-Tenochtitlan.

Lo que no pudieron prever ni el cacique de Cempoala, mucho menos Moctezuma, fue que el capitán tuviera la osadía y la destreza de sellar de inmediato la posibilidad de la alianza. Y eso ocurrió cuando llegaron los recaudadores de impuesto, mexicas, que con ostensible arrogancia pasaron de largo frente a Cortés sin dirigirle siquiera una mirada. Y entonces fue cuando el capitán ordenó que se les apresara. Los envió a una de sus naves anclada a distancia para encadenarlos en la mazmorra. Pero dejó libre a uno que encaminó secretamente para que regresara a Tenochtitlan para informar al tlatoani de los hechos diciendo que Cortés, en contubernio con los de Cempoala habían apresado a los demás. Y esa fue la argucia que consolidó la alianza (Bernal, Patria, 1983, XLV:113). El llamado Cacique Gordo, entonces, no pudo echar marcha atrás. Se había establecido el compromiso.

Lo mismo ocurrió pocos días después con Cholula: si los tlaxcaltecas pidieron a Cortés que interviniera contra sus enemigos cholultecas, el capitán provocó una matanza que obligaba a los jefes de Tlaxcala a sellar el compromiso de alianza con él. Más a favor de los españoles, estuvo el hecho de la enemistad secular de tlaxcaltecas y mexicas, donde la alianza con ellos, visitantes extraños, fortalecía a Tlaxcala para un posible ataque a Mexico-Tenochtitlan. Otro factor que pesó definitivamente en la alianza de los tlaxcaltecas fue que estos, en el momento del arribo español, estaban cercados por los ejércitos mexicas. Al punto en que ya no podían llegar al mar del norte (el Golfo) para abastecerse de sal, pescado y otros muchos productos vitales.

 

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Luis Barjau. Antropólogo y maestro en Etnología; realizó estudios de posgrado en Sociología en la Universitá Degli Studi di Roma, Italia. Ha sido investigador y director de etnohistoria del INAH. Es miembro del Sistema Nacional de Investigadores y autor de numerosos ensayos sobre el México prehispánico, así como de los libros Voluntad e infortunio en la Conquista de México, La conquista de la Malinche y Hernán Cortés y Quetzalcóatl, entre otras obras.

 

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