A caballo por la historia

Marco A. Villa

A caballo conquistaron los españoles al gran imperio mexica en 1521. Entonces, los pueblos mesoamericanos se encontraban por primera vez con ese animal. Casi trescientos años después, con el tropel de los caballos acompañando a la muchedumbre reunida en Dolores, iniciaba en 1810 la lucha por la independencia en Nueva España, que once años después era consumada por la élite militar trigarante que llegaba a Ciudad de México montada en briosos equinos.

 

En el comercio, la industria, las faenas del campo, las suertes en el deporte y el entretenimiento, o de forma destacada en el campo de batalla hasta antes del dominio de los vehículos de combate, el caballo es desde hace medio milenio una de las especies domesticadas más importantes en la vida de los habitantes de lo que hoy es México, para quienes ha sido compañía, medio de trabajo y de transporte. En torno a ella, cientos de generaciones han cultivado de muchas formas su alta estima, forjando una gran cultura y tradición.

Fuertes, de buena alzada y mejor estampa, hay caballos que permanecerán en la memoria y en la historia. Por ejemplo, se ha dicho que, en el lejano siglo XVI, Hernán Cortés vino y conquistó montado en Arriero y Cabeza de Moro –otros dicen que también en Molinero y El Morcillo–. Pocos años después, el cacique de Cempoala y los cuatro señores de Tlaxcala tuvieron el permiso de la Corona para montar los suyos, pues no era privilegio de cualquiera de estas tierras. Inmortalizado fue también Tambor, el caballo que modeló para la escultura de Carlos IV que hoy posa entre los antiguos palacios de las Comunicaciones y de Minería, en el Centro Histórico capitalino.

Siglos después, Agustín de Iturbide quedó registrado en diversas obras pictóricas sobre un corcel negro. Ya en la segunda mitad del XIX, Miguel Miramón seguro era un diestro jinete para ser estimado como el Genio de la Guerra hacia 1860. Por otra parte, el emperador Maximiliano montó a Orispelo y Anteburro, mientras que el general republicano Mariano Escobedo montaba uno blanco de grandes dimensiones el día que lo apresó en 1867.

Águila era del presidente Porfirio Díaz, y Destinado el de color café que acompaña al líder político Francisco I. Madero en varios actos y campañas, ya en la primera década del siglo XX. Durante la Revolución, Jilguero y As de Oros eran los que montaba Emiliano Zapata. El Centauro del Norte, Francisco Villa, llevó con estoicismo y destreza las riendas de Indio, Resorte y la yegua Siete Leguas, aunque dicen que su favorito era Chato, un garañón colorado. Y uno de los consentidos de la historia nacional fue Arete, con el que el general Humberto Mariles se colgó el oro olímpico en Londres 1948.

Innumerables son los equinos que hasta hoy podrían considerarse relevantes en los capítulos coyunturales de la historia nacional, como también los relatos sobre su trascendencia en la vida cotidiana de los mexicanos, y por eso vale la pena traerlos a cuento.

 

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