Para escuchar blues es necesario sentir la historia negra americana, negra en piel y en justicia, una historia cruel transmutada en voces y sonidos desgarradores
La historia del blues es una historia viva, inscrita en el ADN de la comunidad afroamericana de Estados Unidos, construida a partir de añadiduras creativas que hasta hoy no han dejado de enriquecerla; desentramarla evidencia la zona más profunda de todos los sentimientos por los que ha atravesado dicha comunidad.
Las influencias que construyen el blues se remiten tanto a tiempos antiguos en África, como a la oscura época de los kilométricos campos de plantaciones algodoneras norteamericanas que inflaban la economía del naciente Estados Unidos, pero que lograron concretarse hasta el momento en que la abolición de la esclavitud, en plena Guerra Civil (1861-1865), otorgó la libertad de viajar para llevar consigo este ritmo musical, desde el sur donde nació hasta su frontera norte, gracias a la natural migración de la comunidad negra que para esa época comenzó a abandonar los campos de cultivo, en parte también por la inserción de maquinaria pesada que favorecía la producción masiva.
Con el paso del tiempo, a finales del siglo XIX Estados Unidos vio nacer al llamado songster, una especie de juglar o cancionero que hacía de la música su modo de vida y en sus viajes acumulaba experiencias que convertía en blues, incluso llevándose consigo las creaciones de sus colegas. En otros casos, los songsters contaban una vivencia personal, lo que derivó en la invención de historias, acompañada de la convivencia entre música y literatura.
Durante los primeros años de la industria de la música grabada, los artistas afroamericanos fueron ignorados. Con todo, el sendero de la música “racial” fue marcado por mujeres; entre las primeras cantantes exitosas del blues estuvieron Mamie Smith, Ma Rainey o Bessie Smith, quienes coincidían en su gran capacidad vocal, la cual era necesaria proyectar por encima de la instrumentación para poder registrarla bien en una grabación, ya que en aquella época aún no existían los micrófonos.
Cuando el blues se tocaba en lugares públicos, era bienvenido cualquier instrumento musical o artefacto que proporcionara emoción al ejecutarlo. Después, la versátil guitarra española se convirtió en la mejor opción, por lo que marcas de mandolinas como Gibson o Fender aprovecharon para proveer a los cantantes viajeros. Luego la industria de la música grabada creó su propia tecnología para mejorar el sonido en sus producciones, lo que otorgó al blues mayor énfasis sentimental. Así, las guitarras, al convertirse en eléctricas, adquirieron más protagonismo y plasticidad. Con los micrófonos, las voces lograron ser más íntimas y también fue posible perpetuar los susurros.
A diferencia de lo que podría pensarse, el blues fue creado como una música alegre que pudiera ser tocada en la calle, para bailar en comunidad, y con la que se compartieran experiencias a través de letras de canciones que inyectaran optimismo e hicieran olvidar los problemas.
Para escuchar blues es necesario sentir la historia negra americana, negra en piel y en justicia, una historia cruel transmutada en voces y sonidos desgarradores, siempre con la única intención de no olvidar el pasado y mirar hacia el futuro con optimismo y alegría. Al final, el blues es la raíz de muchas cosas.