De acuerdo con lo convenido en el Pacto de Torreón y en la búsqueda de la unidad revolucionaria, el mismo día de su entrada triunfal a la ciudad (20 de agosto), Carranza convocó a la realización de una convención que iniciaría en México y culminaría en Aguascalientes. Sin embargo, los resultados no fueron los esperados, pues se ahondaron las diferencias entre los jefes revolucionarios; aunado a ello, convulsionaron la vida en esta entidad del centro del país. Finalmente, se selló la ruptura entre los ejércitos villistas y zapatistas contra los de Carranza y Obregón.
Con la bandera de la legalidad revolucionaria, la División del Norte y el Ejército Libertador del Sur hicieron su entrada triunfal a Ciudad de México el 6 de diciembre de 1914 para apoyar al gobierno de Eulalio Gutiérrez, emanado precisamente de aquella reunión en Aguascalientes. Carranza tuvo que dejar la capital y marchó a Veracruz.
Aquellos que no se habían marchado con don Porfirio, ahora tenían que desfilar junto a las huestes de los desposeídos que años atrás habían despreciado. Así lo relata The Mexican Herald: “Este fue indudablemente el mayor desfile militar en la historia de México. Los hombres del norte y del sur marcharon juntos. Los zapatistas en calzones blancos y sus enormes sombreros típicos; y los del norte, de ‘khaki’ y sombrero texano. […] Las tropas pasaron a lo largo del Paseo de la Reforma y las avenidas Juárez y San Francisco”.
La tranquilidad de aquellas tropas sorprendió a muchos, sobre todo a algunos jóvenes que pensaban encontrar en los revolucionarios el ejemplo perfecto de la crueldad, la valentía y el arrojo, tal como lo narra Juan Bustillo Oro en su México de mi infancia (1975): “De desilusionados pronto pasamos a conmovidos. A la vista estaba lo que eran en verdad: pedazos de un pueblo destrozado por siglos esclavo, consumidos por hambre secular. Desnutridos en actualidad y por herencias acumuladas de generación en generación, de amo en amo”.
El año del hambre
Comienza entonces una de las peores etapas vividas en la ciudad, cuando la inestabilidad política trajo consigo desasosiego, escasez, carestía, hambre, abandono y muerte. En los meses que corren desde ese diciembre de 1914 hasta noviembre de 1916, fecha en que Carranza regresa a la capital del país, Ciudad de México se vio envuelta en uno de los peores momentos de su historia.
A 1915 se le conoce como el año del hambre en virtud de que, por un lado, los comerciantes acaparaban los productos, y por el otro, las mercancías escaseaban hasta el límite. El papel moneda no tenía valor, habida cuenta de que la facción revolucionaria que se hacía de la capital imponía el suyo y desconocía al anterior. En tal virtud, en el remoto caso de que hubiera alguna mercancía, no había manera de comprarla, pues aunque tuvieran “costales de billetes”, el dinero no era válido.
Aparte, la inestabilidad política, el miedo a los excesos de los ejércitos, la inexistencia de los servicios públicos (agua, luz, limpieza urbana) o la falta de trabajo se magnificaban en proporción directa con los cambios que sucedían en el gobierno.
Al gobierno de Eulalio Gutiérrez lo sucedió el de Roque González Garza. Luego regresó Obregón, quien acrecentó los males al pedir préstamos al clero y, en virtud de su negativa, encarceló a los sacerdotes, expulsó a los curas extranjeros y a los restantes los envió “enjaulados” a Veracruz. También entregó a la Casa del Obrero Mundial los templos de Santa Brígida, de la Concepción y el Colegio Josefino, ubicado en la avenida San Juan de Letrán (hoy Eje Central Lázaro Cárdenas), aparte de la Casa de los Azulejos, sede del Jockey Club. La situación empeoraba por momentos, al grado de que, tal como lo relata Francisco Ramírez Plancarte en su libro La Ciudad de México durante la revolución constitucionalista (1940), los hospitales echaban fuera a los pacientes por falta de medios no solo para curarlos, sino para mantenerlos.
La salida del general Obregón en marzo de 1915, apenas cuatro meses después de la primera entrada de los zapatistas (el mundo porfirista ya se había venido abajo), trajo de nuevo al Ejército Libertador del Sur a la capital. Entonces el general Amado Salazar fue nombrado comandante militar de la plaza y Gildardo Magaña gobernador del Distrito Federal.
En una sucesión de hechos que solo traerían caos, regresó González Garza, pero pronto fue sucedido por Francisco Lagos Cházaro. Finalmente, apenas a la mitad de aquel año de horror, regresó el constitucionalismo y con él arribó el general Pablo González, a cuyo cuartel general, instalado en la villa de Guadalupe, llegó el ayuntamiento de México a presentarle sus respetos. Esto sirvió de poco, pues para el 17 de julio, las campanas de la catedral anunciaban de nuevo la presencia de las tropas zapatistas, lo que aumentó el desasosiego que se vivía en la ya tan maltratada capital, donde la gente más pobre moría de hambre en las barriadas y sus cuerpos eran cremados en el panteón de Dolores.
Finalmente, el 2 de agosto de ese terrible año del hambre entró Pablo González a la otrora orgullosa
Ciudad de México y preparó el regreso de Carranza, lo que sucedería hasta finales de 1916. Ya con el gobierno constitucionalista establecido, los comercios volvieron a abrir sus puertas, los automóviles circularon de nuevo y la vida comenzó a tomar su curso, no obstante que las enfermedades como el tifo o la influenza española –que recorría el mundo– causaban muchas muertes.
Si quires saber más sobre los años maderistas en Ciudad de México, busca el artículo completo “La fiesta de las balas” de la autora Guadalupe Lozada León en Relatos e Historias en México, número 119. Cómprala aquí.