Dirigido por el español Luis Buñuel, este filme se rodó en México en casi dos meses, entre 1952 y 1953. Actuaron Arturo de Córdova, Delia Garcés, Luis Beristáin, Rafael Banquells y Fernando Casanova. La fotografía corrió a cargo de Gabriel Figueroa y el guion es de Luis Alcoriza y del propio realizador.
“De aquí se ve claramente lo que son: gusanos arrastrándose por el suelo. Dan ganas de aplastarlos […] Yo desprecio a los hombres; si fuera Dios no los perdonaría nunca”, masculla Francisco frente a su esposa Gloria, antes de intentar estrangularla y lanzarla al vacío desde el campanario de una de las torres de la Catedral Metropolitana de la ciudad de México. Este hombre cuarentón y virgen que aparenta ser tranquilo, conciliador y afable, es en realidad un psicópata, dueño de un catolicismo recalcitrante y posición aristocrática que le han empoderado tanto, al punto de gozar de aprobación ajena hasta por sus actos más irracionales contra Gloria, el blanco de sus celos y misoginia; ella, contradictoria, se conduce con sumisión. Su relación bien puede considerarse una estampa de la doble moral de la alta sociedad y su carácter patriarcal a mediados del siglo XX.
Francisco miró por primera vez a Gloria en la iglesia coyoacanense de San Juan Bautista, durante un lavatorio. Logró intimidarla con su mirada penetrante, lasciva, en una mezcla de fetichismo, religiosidad y sexo. Inicia entonces su manía por ella, hasta que después de algunos encuentros forzados la aborda en una recepción que organiza en su espléndida casa de estilo art nouveau –recreada al gusto de Luis Buñuel, entonces exiliado en México–, sin importarle que ella sea la pretendiente del ingeniero Raúl, su amigo.
Este amor loco del matrimonio de Gloria y Francisco también nos permite asomarnos, de norte a sur, a la capital nacional: desde los Estudios Tepeyac donde fue filmada, hasta el Coyoacán cuya fisonomía en nada se parece a la actual. Los primeros –que no llegaron a la década de vida– se ubicaban en parte de los actuales terrenos del metro y paradero de los Indios Verdes, al norte de la ciudad, una región que en aquellos años recibió a grandes exponentes del espectáculo, las artes y la política como sus nuevos residentes. Respecto a la delegación sureña, pueden apreciarse todavía las frondosas arboledas de su centro histórico, las cuales ya comenzaban a ceder su sombra y frescura al desarrollo urbanístico, pues tanto el tránsito peatonal como el automovilístico iban en aumento.
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