En el verano de 1854, la bella y talentosa soprano Henriette Sontag –que había compartido con Beethoven soplos inolvidables de la historia de la música; elogiada por músicos como Héctor Berlioz o Gioachino Rossini, quien se refirió a ella como “la voz más pura de soprano”, o el poeta Johann Wolfgang von Goethe, quien le dedicó su poema La nueva sirena y le acuñó el mote de “Ruiseñor revoloteante” en alusión a la tesitura y el movimiento de su voz– moriría en la Ciudad de México, luego de seis días de álgida agonía.
En el contexto de un México convulso, el 5 febrero de 1854 apareció en el Diario Oficial la deliberación del jurado calificador, integrado por los notables José Bernardo Couto, Manuel Carpio y José Joaquín Pesado, que nombraba ganador al joven potosino Francisco González Bocanegra, por presentar “la mejor composición poética” digna de convertirse en la letra del himno nacional de los mexicanos. Los versos de Bocanegra fueron los elegidos para responder a la convocatoria lanzada por el gobierno dictatorial de Antonio López de Santa Anna, Su Alteza Serenísima, que buscaba estrenar un Himno Nacional oficial.
En medio de aquella inestabilidad política y social por la que atravesaba México, la codiciada y bella soprano Henriette Sontag, condesa de Rossi, arribó al puerto de Veracruz el 5 de abril de 1854, procedente de Nuevo Orleans, EUA. Montada en una carreta de correos, llegó a la Ciudad de México un par de días después. El empresario operístico francés René Masson, dueño de una de las compañías de ópera más importantes que actuaba en el país, la había contratado para que ofreciera una temporada de conciertos en el Gran Teatro Nacional de México, popularmente llamado Teatro Santa Anna.
Sontag debutó en dicho teatro con el papel solista de la ópera La sonnambula de Vicenzo Bellini, aquel 23 de abril. Por esos días se presentó ante ella la jovencísima niña Ángela Peralta, con apenas nueve años entre oreja y oreja, que ya irradiaba talento. Sontag “quedó impresionada ante aquella espléndida voz” y le brindó algunos consejos.
En consonancia con su estoicismo y megalomanía, Su Alteza decidió hacer un alto en sus campañas militares –Juan Álvarez se había levantado en armas en el sur y las tropas de Comonfort lo traían a salto de mata– y volvió a la Ciudad de México para ofrecerse un homenaje por sus glorias pasadas. Entre otros actos, y para tal caso, contrató a las dos compañías de ópera más notables que en aquel momento se encontraban en el país para que interpretaran una serie de conciertos a la salud del autonombrado Benemérito de la patria. El programa de festejos incluía el estreno de los versos ganadores del joven Bocanegra, que pronto habrían de convertirse en el Himno Nacional Mexicano.
Una prima donna entona el Himno
Henriette Gertrud Walpurgis Sonntag, que empleó el nombre artístico de Henriette Sontag, nació el 3 de enero de 1806, en Coblenza, a la vera del río Rin. Fue una niña prodigio y pronto ingresó al Conservatorio de Praga. En 1822 se instaló en Viena y su carrera se tornó meteórica. Debutó ante la Ópera de la Corte con La donna del lago de Rossini. Tiempo después el compositor Carl von Weber la contrató para el papel principal de su ópera Euryanthe. Luego de su participación con Beethoven, en 1826 protagonizó el papel principal en París de la ópera El barbero de Sevilla de Rossini. Cosechó éxitos en París, Berlín y Londres hasta que, en 1828, se casó en secreto con el conde Carlo Rossi, embajador de Cerdeña.
En 1830, el rey de Prusia, Guillermo III, le otorgó el título de condesa, con lo que finalmente pudo ventilar su matrimonio. Sin embargo, aquello la condenó a la vida doméstica, abandonando los escenarios. Las revoluciones de 1848 dejaron en bancarrota a su marido, de modo que Sontag retomó su carrera artística para mantener a la familia, tras casi dos décadas de silencio. Lo hizo de manera espectacular. Brilló en San Petersburgo, Londres, París… en todas partes donde se presentaba.
En 1852 inició una gira por América. Se presentó en los más prestigiosos teatros de EUA y luego continuó su tour por México. Su actuación estelar en nuestro país aconteció la noche del 17 de mayo de 1854. Masson y el director de orquesta Juan Bottesini la habían contratado, por cien mil francos, para una estancia de dos meses en México.
Esa noche –ante el presidente Santa Anna, su esposa Doloritas, su cohorte de patricios y adláteres– la celebrada Henriette Sontag estrenó en un abarrotado Teatro Nacional los versos del Himno Nacional escritos por Bocanegra, bajo la música y dirección de Juan Bottesini quien, por cierto, se adelantó a la musicalización de los versos pues, como sabemos, días después sería anunciada como ganadora del concurso musical la obra de Jaime Nunó.
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Henriette Sontag, el Ruiseñor Revoloteante