Esta película, considerada entre lo mejor de su filmografía a pesar de no haber luchado contra grandes personajes taquilleros de la talla de Drácula, el Doctor Muerte o las mujeres vampiro, da cuenta de su voluntad histriónica apegada a su talento como luchador y carisma.
La de a caballo resultó infalible para que el Santo rindiera a su rival de esa noche, el temible Espanto, quien finalmente sucumbió sobre el pancracio luchístico después de un vertiginoso duelo de llaves, lances y patadas, en el que no faltaron la técnica depurada ni los golpes prohibidos. La apasionada multitud entregaba una nueva y prolongada ovación al Enmascarado de Plata, quien victorioso lucía sobre el encordado el fulgurante cinturón de campeón de lucha libre. A la distancia, una cuarteta de homólogos suyos, que momentos antes vaticinaba por fin su derrota, observaba iracunda el momento.
Eran ellos los villanos del ring, quienes al igual que Espanto, tenían la orden de Francisco Iglesias, cabecilla de la banda de estafadores conocida como La Luz de Oriente, de aniquilar al Santo, así que fueron a buscarlo a su salida de la arena. Ataviado únicamente con su atuendo luchístico del que sobresalía su brillante capa, el encapuchado no iba a abordar su lujoso convertible blanco para salir huyendo de ahí; así que, como era de esperarse, repartió catorrazos al por mayor apenas se percató de su presencia. Y si bien pudo vencerlos él solo, recibió el auxilio de sus amigos Fernando y Rodolfo, quienes ya vislumbraban el caos por venir, cuyo epicentro era una millonaria herencia de la que la novia del segundo, y también ahijada del luchador, era la beneficiada.
Los párrafos antes relatados forman parte de la historia de El Santo contra los villanos del ring, película filmada y producida en los Estudios San Ángel y otras locaciones capitalinas en 1966. Dirigida por el prolífico cineasta de origen alemán Alfredo Bolongaro Crevenna, esta pieza mostró al gran ídolo de los encordados con cerca de cincuenta años y en buena forma física, lo que sin duda sumaba al apogeo que el cine de luchadores vivía en ese tiempo, tras haber comenzado su producción ininterrumpida en 1952 con el estreno de La bestia magnífica, estelarizada por el español Fernando Osés, quien introdujo al Santo en el cine, como algunas voces afirman, y también firmó algunos de sus mejores guiones.
A mediados de los sesenta, el encapuchado de plata tenía más de una década abanderando la popular lucha libre mexicana y desde 1958 a este deporte –llegado a México hacía ya casi un siglo– dentro del cine. Pero tanto en el ring como en la pantalla grande, Santo había transitado de las lides y presupuestos más exiguos, a las grandes carteleras luchísticas y producciones fílmicas, aunque ello no implicaba, necesariamente, calidad artística. Sin embargo, su consolidada leyenda dentro de este género cinematográfico, que además impulsó otras grandes idolatrías en el ring, dio para que El Santo contra los villanos del ring integrara a reconocidas figuras de la cultura deportiva como parte de su elenco, entre las que sobresalieron Pedro el Mago Septién y Ángel Fernández, así como el legendario réferi Roberto el Güero Rangel y el actor y atleta Wolf Ruvinskis Manevic.
Como ocurrió con esta cinta también, las marquesinas nacionales e internacionales anunciaban al ídolo plateado con bombo y platillo, incluso quizá como una luminaria cuya popularidad se comparaba con la de Pedro Infante o Jorge Negrete, ensalzando además su mítica leyenda a la que aún le faltaba sumar nuevos éxitos fuera del ring e incluir los anteriores a su trabajo en el cine, como su participación en la televisión, además de su historieta. Para muchas familias y principalmente jóvenes y niños, era prácticamente un héroe dentro y fuera del ring; “era [...] el cumplimiento de todos los sueños de la niñez”, como diría Monsiváis.
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El Santo contra los villanos del ring