Los dineros piadosos del rey

María del Pilar Martínez

En el México colonial los ingresos del fisco provenían de varias fuentes; entre ellas y por extraño que parezca, de limosnas. Este era el caso de las bulas de la Santa Cruzada, unos documentos que compraban los fieles para ganar indulgencias con las cuales acortar su paso por el purgatorio y obtener dispensas en los días en que la Iglesia católica prohibía comer carne.

 

En el Imperio español, la Cruzada era una renta eclesiástica y su importe estaba cedido a la Corona para combatir a infieles y herejes. Desde luego que las guerras que sostenía la monarquía no eran propiamente de religión, pero como la mayoría de las potencias contra las que se enfrentaba no respaldaba el credo católico –como sucedía con la cismática Inglaterra, los reinos protestantes o el Imperio turco–, era fácil asimilar a los adversarios políticos con los enemigos de la fe.

La bula de Cruzada tuvo su origen en las Cruzadas, expediciones que buscaban recuperar los Santos Lugares, ocupados por los musulmanes, para la cristiandad. Para alentar el reclutamiento de voluntarios, el papa ofrecía indulgencias y privilegios a los combatientes y, con los años, a los que aportaban limosnas para costear la guerra. Los reyes españoles consiguieron retener lo recaudado en sus territorios para liberar a la península ibérica del islam y posteriormente para defender la fe católica contra moros, turcos o protestantes. De este modo, la Cruzada era una renta eclesiástica al servicio de la Corona que, no en vano, se presentaba como la principal aliada de la Iglesia.

En el ámbito hispano, las creencias en el purgatorio, la posibilidad de eludir o reducir allí la estancia mediante las indulgencias y de ayudar a los fieles difuntos, dejó una huella profunda en las expresiones de la catolicidad, como se aprecia en las memorias de misas a favor de los difuntos, las pinturas de ánimas y, desde luego, en la demanda de indulgencias y de bulas de Cruzada.

¿Por qué eran tan importantes las indulgencias? En aquellos tiempos, se creía que solo accedían al cielo las almas que habían satisfecho por completo las penitencias debidas por los pecados. Si bien las penas se fueron moderando, se produjo un desfase entre la penitencia que imponía el confesor y la que se necesitaba para borrar por completo la falta; un desfase que, de no saldarse en vida, había que hacerlo en el purgatorio. Este era la antesala al cielo, pero a la vez, en el imaginario de la época, se presentaba como un lugar lleno de tormentos, muy parecidos a los del infierno. Las indulgencias permitían conmutar las penitencias y, en consecuencia, aligerar los sufrimientos en el más allá, lo que explica su demanda por parte de los fieles.

La crítica a la venta de indulgencias detonó la reforma protestante, y aunque el papado intentó posteriormente otorgarlas gratis, se exceptuó la Cruzada, pues la principal afectada sería la Corona española, que no estaba dispuesta a perder tan jugosos ingresos. Por otra parte, no era obligatorio adquirir la bula de Cruzada, pero para que los fieles la compraran, se anularon privilegios e indulgencias que pudieran competir con ella. Por ejemplo, los cofrades no podían disfrutar las indulgencias concedidas a su corporación, ni los súbditos americanos comer huevos y lácteos viernes y Cuaresma, si no tenían la bula. Esta, además, caducaba a los dos años, por lo que era preciso reponerla para disfrutar sus beneficios.

Al principio, en Nueva España las bulas se reservaron a los españoles, por el “escándalo” que podría causar a los indios recién cristianizados el adquirir bienes espirituales  con dinero; pero, en 1573, la Corona los incluyó para aumentar sus rentas y sostener sus maltrechas finanzas. Para fines del siglo XVI, la Cruzada suponía alrededor del cinco por ciento de los fondos del fisco; y los indios, la mayoría de la población, a pesar de su bajo poder adquisitivo y de la presión fiscal que soportaban, eran sus principales compradores. La Corona había encontrado en la religiosidad un rico filón de recursos y hasta los muertos podían ser rentables. De hecho, había varias bulas: de vivos, de difuntos, de composición, indulto de lacticinios y de carnes. ¿Qué obtenían los fieles con su compra?

La bula de vivos era la más solicitada, por las indulgencias y privilegios que contenía. Para ganar las indulgencias, el fiel tenía que estar libre de pecado mortal y rezar algunas oraciones. La bula ofrecía muchas indulgencias parciales (equivalentes a la conmutación de quince años de estancia en el purgatorio) y plenarias (remisión completa de la penitencia), con posibilidad, en algunos días, de “sacar el ánima del purgatorio”. Además, los seglares obtenían dispensas en los días que la Iglesia prohibía el consumo de productos cárnicos (carne, huevos y lácteos): los viernes y sábados, durante la Cuaresma, y en vísperas o vigilias de algunas festividades; es decir, alrededor de la tercera parte del año. Si compraban la bula, podían, al menos, comer huevos y lácteos. La demanda de bulas aumentaba en la Cuaresma, el tiempo penitencial por excelencia, cuando era obligatorio confesarse y mortificar el cuerpo privándose de comer carne.

 

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