La reunión entre los presidentes Franklin D. Roosevelt y el general Ávila Camacho no fue un secreto de Estado, ya que los nazis se mantuvieron informados gracias al espía Roberto Trauwitz, quien era un colaborador cercano del presidente mexicano.
1943. A las diez de la mañana del 20 de abril, el presidente norteamericano Franklin D. Roosevelt cruza la frontera de Nuevo Laredo hacia México. Aborda el tren presidencial que lo conduce a la ciudad de Monterrey, en donde lo espera su homólogo mexicano, Manuel Ávila Camacho. Por razones de seguridad, la sede y detalles del encuentro fueron revelados unas horas antes a los medios de comunicación.
“Traduttore, traditore”
Al despuntar la tarde, entre vítores de miles de regiomontanos que ondean banderitas de una y otra nación, Roosevelt y Ávila Camacho dan un pequeño paseo por el centro de Monterrey, en un Packard negro descapotable fuertemente custodiado por miembros del Estado Mayor presidencial y agentes del Servicio Secreto de EUA. Luego, ambos saludan desde el balcón del Palacio de Gobierno de Nuevo León a los ciudadanos congregados, ofrecen breves discursos y, finalmente, se dirigen hacia el Casino Militar de la ciudad, donde tendrá lugar la reunión bilateral privada y luego un banquete.
Aunque la visita de Roosevelt a nuestro país será de apenas medio día, se ha montado un fuerte operativo de seguridad para su estadía. Agentes de los dos países han diseñado y cuidado minuciosamente cada uno de los actos de la agenda de ambos mandatarios. Así lo amerita el clima de tensión política y militar que se vive en el contexto de la Segunda Guerra mundial y del estado de guerra declarado por México a las potencias del Eje.
Los temas y acuerdos que refrendarán en el encuentro resultan estratégicos y delicados: seguridad de ambas naciones, regulaciones comerciales con EUA (que básicamente prohibía a México exportar materias primas, minerales y petróleo a los países del Eje Roma–Berlín–Tokio, así como a América Latina), la protección de las fronteras terrestres y marítimas comunes, además de discutir parte del plan a seguir para combatir al Tercer Reich.
El encuentro resultó tal como se esperaba: sin contratiempos aparentes. Pasadas las diez de la noche, Roosevelt y Ávila Camacho abordaron el tren presidencial ahora con destino a Corpus Christi, Texas, para realizar una visita de correspondencia por parte del presidente mexicano. A Ávila Camacho lo acompaña una pequeña comitiva compuesta por su Estado Mayor, una representación de su gabinete y el que ha sido su sombra durante todo el encuentro con Roosevelt: el teniente coronel Roberto Trauwitz Amezahua, su traductor oficial y secretario particular.
De acuerdo con información hallada por el investigador Juan Alberto Cedillo en documentos oficiales estadounidenses desclasificados en la década de los ochenta del siglo pasado, el traductor y asistente Trauwitz Amezahua era en realidad un espía nazi en funciones. De origen zacatecano y teniente de caballería del Ejército mexicano, Trauwitz había estudiado en Alemania y posteriormente –entre 1939 y 1940– había estado adscrito como agregado militar a la embajada mexicana en aquel país, bajo la férula del embajador Juan F. Azcárate Pino.
Para 1943 Trauwitz era de los pocos agentes que todavía no habían sido descubiertos, perteneciente a la minada red de emisarios encubiertos del ejército alemán que operaba en nuestro país desde 1940 bajo las órdenes de Georg Nicolaus Knauer. De modo que –ahora resulta paradójico– buena parte de la parrafada entre Ávila Camacho y Roosevelt probablemente llegó hasta los oídos del todopoderoso Führer alemán, gracias a los buenos y discretos oficios del agente Trauwitz, espía y hombre cercano al presidente mexicano.
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