La sal de gusano y los cítricos como las naranjas o el limón son complementos tradicionales del mezcal.
El mezcal se bebe a sorbos; o, mejor dicho, a traguitos. No se paladea, se traga. Sin entretenerlo en la boca. Prácticamente se fuma. Y esos vapores que regresan, al exhalar, nos entregan su espíritu de humo, fuego, tierra, planta, alcohol y lluvia. Desde luego puede optarse por emular al gran Pedro Infante y beberlo directo de la botella, a grandes bocanadas, y al final gritar, para el beneplácito del respetable, “Ay, ay, ay, ay, esto es vida, lo demás son tarugadas”. Nada más que es probable que los tropeles, derrumbes y animadversiones aparezcan antes de la cuenta… Lo digo sin puritanismos.
Técnicamente, el mezcal no tiene cocteles derivados, pero se lleva bien con toronja y sal de gusano. Existe un coctel popular –parecido al tequila sunrise– hecho con naranja, granadina, hielo, sal y mezcal. El tema con los cocteles y el mezcal es que algunos de ellos –particularmente los almibarados– ocultan por completo su sabor. Esto, además de peligroso, puede ser poco agradable al paladar. Por otra parte, existen infinidad de mezcales “abocados” (con frutas, hierbas o animales) que aportan otros aromas, texturas y sabores al vino de los magueyes.
Lo mejor es escanciar el mezcal en jicaritas de guaje o vasitos de veladora, esos de aproximadamente dos onzas, que tienen grabado el monograma IHJ al fondo, para poder mirar la cruz y decir: “hasta no verte, Jesús mío”. También gozar el misterio de las perlas que se agolpan a las paredes del cuenco, olisquear los ligeros vapores que se escapan al servirlo. A mí me gusta sumergir el dedo para sentir y probar su aceite; mojarme los labios con él antes de probarlo.
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Ricardo Lugo Viñas. Escritor y editor. Estudió Historia en la UNAM y Música en la Escuela Nacional de Música. Autor del libro Las anforitas ocultas. Es columnista en revistas como Crítica y Comasuspensivos. Dirige la editorial Los Bastardos de la Uva.
¡Hasta no verte, Jesús mío!